domingo, 29 de septiembre de 2013

VUELO 937 Capítulo 9



-¿Q… qué estás haciendo en mi casa?-mascullé con un hilillo de voz, presa del pánico, mirando a Greg.

-Estaba leyendo mientras te esperaba.-contestó sin más con aquella sonrisilla tan peculiar mientras blandía ante mí un libro del cual no pude distinguir el título.-Pero si a lo que te refieres es a por qué he venido a tu casa, la respuesta es otra. Y ni siquiera hace falta que te responda, querida Briseida: creo que tú misma sabes muy bien la respuesta.

No pude continuar aguantándole la mirada y giré la cabeza. Por supuesto que sabía por qué estaba allí y poco tenía que decir al respecto.

-¿Acaso no te acuerdas de las normas, Briseida?-insistió él.

-Por supuesto que me acuerdo.-respondí casi en un susurro.

-¿Y entonces por qué lo has hecho? ¿Por qué estás con John Lennon?

Ni siquiera me molesté en contestarle. De hecho, creo que Greg tampoco esperaba respuestas a aquellas preguntas.

-Debes cortar esto.-suspiró al cabo de unos segundos inclinándose hacia delante y mirándome fijamente.-Ahora que ya te has acostado con un famoso, deja que todo vuelva a la normalidad.

Aquellas palabras, dichas con aquel desprecio, hicieron que de pronto olvidara todo mi miedo y me envalentonara. Aquel mamarracho se equivocaba de plano si creía que sólo me había acostado con John porque era famoso. Le dediqué una mirada desafiante mientras notaba como la sangre empezaba a arderme en las venas.

-Y una mierda.-silbé.-Yo no pienso cortar absolutamente nada.

Por unos instantes, Greg borró su sempiterna sonrisilla de la cara, sorprendido ante mi reacción.

-Briseida.-dijo gravemente.-No te lo estoy pidiendo, te lo estoy ordenando. Corta esto. Ya.

-No.-insistí yo mirándole aun con más dureza.-Me da igual que me lo ordenes, pero no.

-¡Las normas son inviolables!-exclamó. Era la primera vez que lo veía irritarse de verdad.-¡Córtalo o nosotros lo cortaremos!

Lejos de amilanarme, me acerqué unos pasos más hacia él. Estaba demasiado furiosa en aquellos momentos como para asustarme.

-¿Me estás amenazando?-pregunté desafiante.

-No es una amenaza, Briseida. Es un hecho.-me respondió él usando el mismo tono.-Si no cortas, cortamos. Así de simple.

Le sostuve la mirada durante unos segundos, pensativa. Aquella determinación con la que me había hablado, me había hecho dudar. Recordé fugazmente cómo había acabado aquel tipo que había intentado que Hitler jamás llegara a nacer: muerto. Por unos instantes, llegué a temer, ya no por mí, sino por el propio John.

Obligándome a calmarme, me senté en una de las sillas que había frente al sofá, intentando poner en orden mis ideas aunque sin perder de vista a Greg ni un solo segundo. Entonces, de repente, una lucecita se encendió en mi mente. No pude evitar esbozar una sonrisa de autosuficiencia cuando lo entendí.

-No entiendo por qué he de cortar esto, Greg.-dije en un tono mucho más calmado.

El hombrecillo me dedicó una mirada extrañado, como si de repente me hubiera vuelto loca.

-¿No lo entiendes? Briseida, las normas son las normas.

-Por eso precisamente no lo entiendo.-le respondí ampliando mi sonrisa.-No estoy incumpliendo ninguna de vuestras normas, al menos ninguna de las que me explicasteis cuando os conocí.

-¿Cómo que no estás incumpliendo ninguna norma?-casi exclamó él.-¡Estás con John Lennon! ¡Sabes que se convertirá en uno de los máximos iconos del siglo y que…! ¡No puedes alterar su futuro!

-¿Y por qué no?-pregunté obligándome a mí misma a mantener la calma. Sabía que si podía convencer a Greg de algún modo era evitando el ponerme histérica o a la defensiva.-Sé que John se convertirá en un icono, pero… ¿y qué? Si no recuerdo mal, tu compañero y tú me prohibisteis solamente el alterar los grandes hechos de la Historia. Que yo sepa, el hecho de que John no haga lo que tiene que hacer no alterará nada de eso.

Greg se me quedó mirando estupefacto. Por unos segundos, creí que incluso iba a  abrir la boca por la sorpresa. Y entonces, de repente, prorrumpió en una carcajada aguda, histérica.

-¡Chica lista!-exclamó-A eso le llamo yo usar la cabeza…

Sonreí abiertamente; tenía la sensación de que con aquel argumento me lo había llevado a mi terreno. No obstante, justo cuando estaba empezando a pensar que había logrado convencerle, Greg mudó su expresión, poniéndose repentinamente serio. Aquello hizo que yo también borrara automáticamente mi sonrisa de la cara.

-Pero aunque es un gran argumento, no puede ser, Briseida.-dijo lanzándome una mirada glacial.

-Pero…

-Pero nada.-me cortó él.-Su icono, el mito que se creará a su alrededor sobre todo después de su asesinato, también forman parte de la Historia. No podemos cambiar eso.

Nada más pronunció aquellas palabras, sentí unas inmensas ganas de vomitar. Sólo con pensar en lo que le “debería” pasar en el 80 me ponía enferma. Después de haberlo conocido y sintiendo lo que a esas alturas ya sentía por él, aquello era una idea tan dolorosa que simplemente no podía llegar a asumirla nunca. Respiré profundamente y apreté los ojos fuertemente, tal vez para evitar que las lágrimas empezaran a rodar a través de mis mejillas.

-No.-dije cuando abrí los ojos. Jamás había dicho nada con tanta contundencia, con tanto convencimiento ni con tanta determinación. Aquello era un “no”  en toda regla.-No voy a permitir que a John le pase eso. No voy a permitir que ese loco le dispare ni voy a permitir que se muera. Él no merece eso y me dan igual los mitos y las demás mierdas que me estás contando.

-Briseida, escucha…

-No, Greg, escúchame tú a mí.-le interrumpí clavándole una mirada glacial, casi asesina.-¿Qué mierdas va a pasar si John no muere en el 80? ¿El mundo va a dejar de ser como es? ¿Evitará la caída del muro de Berlín? ¿Qué Reagan sea presidente de los Estados Unidos? ¿Evitará la Guerra de las Malvinas? ¿El desastre de Chernóbil? ¡Vamos, Greg, no me vengas con idioteces! ¡El hecho de que John viva o no, no va a cambiar nada de esto! ¡Sabes que no! ¿Qué puede hacer él? ¿Hacer más discos? ¿Protestar por lo que no le gusta? ¿Crees que eso va a cambiar algo de lo esos “grandes hechos de la Historia”  de los que me hablas? ¡Por favor!

Agarré aire después de soltar mi pequeña arenga. Lo había dicho tan a la desesperada que incluso notaba como tenía dificultades para respirar con normalidad. Greg, por su parte, me lanzó una mirada confuso antes de apoyar su espalda contra el respaldo de mi sofá y cerrar los ojos antes de empezar a murmurar una retahíla de cosas incomprensibles de tan bajas como las decía. Sabía que estaba pensando, que tal vez mis palabras le habían hecho reflexionar. Lo observé durante unos instantes esperando a que de un momento a otro me diera una respuesta, pero me equivoqué. Greg se mantuvo así, quieto y susurrando cosas para sí mismo y sin mostrar la menor intención de ofrecerme una respuesta.

Entonces lo vi, casi por casualidad al desviar la mirada hacia la mesita que había delante del sofá. Allí descansaba el libro que Greg había estado leyendo antes de que yo llegara, un libro que en esos momentos precisamente parecía puesto allí por una extraña broma macabra. Y es que aquel libro era, ni más ni menos, que El Guardián Entre el Centeno de Salinger. Todo el mundo sabía, y más habiendo tenido que analizar ese libro en la universidad, que ese libro se había hecho mucho más famoso después de que cierto personaje se obsesionara con él muchos años después de su publicación y acabara cometiendo uno de los asesinatos más conocidos de mi tiempo.

-Veo que te gusta Salinger.-dije en voz alta haciendo que Greg para inmediatamente de murmurar cosas.-Es una verdadera lástima que la mayoría de gente lo recuerde como al autor del libro que inspiró al asesino de John Lennon. Sin duda eso hace que muchos lo miren con mucho asco.

Greg abrió los ojos inmediatamente. Se me quedó mirando, atónito, serio. Inmediatamente supe que había tocado, sin saber muy bien cómo, un punto sensible.

-El Guardián Entre el Centeno es un buen libro.-dijo fríamente.

-No digo que no, pero goza de muy mala prensa en mi época. Tú más que nadie deberías saberlo.

Por toda respuesta, Greg volvió a cerrar los ojos y a empezar a murmurar cosas, esta vez mucho más rápido que antes a la vez que gesticulaba con las manos. Solté un bufido de fastidio. Al parecer, no iba a obtener nada más de él que aquella actitud psicótica así que, cansada de discutir con él, me puse en pie.

-Tú verás lo que haces.-dije.-Yo por mi parte tengo muy claro lo que voy a hacer. Ahora haz lo que quieras. Yo me voy a la cama.

Y sin decir nada más, me encaminé hacia mi habitación, sin importarme para nada el dejarme a aquel loco en mi sofá: al fin y al cabo, había demostrado que podía entrar en mi casa cuando le daba la gana, así que el hecho de que estuviera allí dentro no me suponía un mayor problema. Cerré la puerta con un fuerte portazo y me tiré sobre la cama. Entonces, irremediablemente, me puse a llorar con la cara apretada contra la almohada, presa del miedo, la rabia y la desesperación que tenía dentro de mí.

Desperté al día siguiente, tiritando de frío. Aún estaba en la misma posición, vestida con mi ropa de calle y sobre la cama hecha, sin ser consciente siquiera de que me había dormido después de la intensiva sesión de lágrimas de hacía unas horas. Miré el reloj que descansaba sobre mi mesita de noche y comprobé que apenas eran las cuatro y media de la madrugada. Me levanté con cuidado y salí de la habitación, temerosa, preguntándome si estaría sola en casa o si Greg aún continuaría allí. Todas mis dudas se despejaron cuando llegué a mi pequeño salón y no vi ni rastro de Greg. Ni de él ni de su libro. No obstante, en el mismo lugar en el que había estado sentado horas antes, había un papel doblado meticulosamente. Me acerqué hacia allí y lo agarré, temblando, no sé si de frío o de miedo, pero temblando al fin y al cabo. Lo desplegué con cuidado de no romperlo y, entonces, lo leí:

El Guardián Entre el Centeno es un buen libro y John Lennon tal vez sea un buen hombre. Lo has conseguido, pero es la última vez que se te permitirá incumplir las reglas. G.”

Vía libre. Tenía vía libre para hacerlo. Sonreí, feliz y aliviada. Aquella noche dormí como un bebé.

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Jueves, 9 de abril de 1987
Londres

El timbre de casa volvió a sonar insistente a la vez que yo salía de la cocina, dejándome a una no muy convencida Anna detrás de mí. Volvieron a llamar, otra vez, y otra, y otra antes ni siquiera de que me pudiera alejar unos pasos de la cocina.

-¿Quién es?-preguntó John saliendo del salón y dedicándome una mirada interrogante.

Yo simplemente me encogí de hombros y aceleré el paso hacia la puerta. O iba rápido o a aquel ritmo iban a fundir el timbre. Estaba tan nerviosa ante tal insistencia que ni siquiera me paré a preguntar quién era, simplemente abrí la puerta de par en par. Entonces, sentí como el corazón dejaba de latirme cuando vi quién era.

-Hola, Briseida.-me saludó con su sonrisilla.-Te desearía un feliz cumpleaños, pero teniendo en cuenta tus circunstancias no me parece muy adecuado.

 Ni siquiera fui capaz de reaccionar mientras Greg entraba sin ningún reparo en el interior de mi casa. Estaba, por así decirlo, casi en estado de shock.

-¡Maldito hijo de puta!-gritó John de repente, quien, sin saber cómo, había aparecido a mi lado.-¡¿Cómo te atreves a presentarte en MI casa?!

Sólo cuando vi que John lo agarraba fuertemente de las solapas y levantaba al hombrecillo unos centímetros del suelo, reaccioné. Sabía de qué era capaz y aquello, sinceramente, me aterraba.

-¡John!-grité poniéndole la mano en el brazo.-¡Para!

-Eso, John, para.-rió Greg.-Hazle caso a Briseida, hombre.

-¿Papá?

La pregunta de Julie hizo que me girara hacia la entrada del salón. Lo que vi allí hizo que aún sintiera más miedo: todos, absolutamente todos, habían salido al pasillo al oír aquel alboroto y nos miraban estupefactos. John también pareció darse cuenta de eso y soltó a Greg violentamente, haciendo que el hombrecillo trastabillara hasta casi caer en el suelo.

-Fuera de mi casa, cabrón de mierda.-siseó John mirándolo con odio.-No te acerques a Bri, no te acerques a nadie de nosotros o te mato, ¿me entiendes?

Lejos de amilanarse, Greg soltó una sonora carcajada, como si lo que acabara de decir John fuera lo más gracioso del mundo.

-¿Matarme?-rió.-John, John… Te tenía por un tipo inteligente… Sabes de sobra que no puedes hacer eso, como tampoco puedes echarme de tu casa. He venido a vigilar el proceso.

-Me importa una mierda. ¡Lárgate!

-Bonita manera tienes de agradecerme lo que he hecho por ti, Lennon.-le dijo Greg dedicándole una sonrisilla psicótica.-Sabes de sobra que si no fuera por mí llevarías exactamente seis años y cuatro meses muerto.

John empalideció de repente a la vez que yo sentía como se me hacía un nudo en la garganta. Jamás hubiera esperado que Greg fuera capaz de decir eso delante de tanta gente.

-Eso es mentira.-susurró John.-Yo a ti no te debo nada, se lo debo a Bri.

-Bri… Siempre me ha hecho gracia ese diminutivo…-rió Greg.-No, John, te equivocas. Briseida no hubiera podido hacer nada para evitarlo. De hecho, iban a matarla. Fui yo el que les convenció de que no lo hicieran, el que les convenció de que dejaran que siguiera adelante.

-¿De qué habla el tío éste?-preguntó de repente Alex mirándonos a los tres.

-Qué feo está que el joven Alexander no me conozca siquiera…-dijo Greg mirándolo antes de que ni a John ni a mí nos diera tiempo a abrir la boca.-Y supongo que ni Julia ni Matthew sabrán quien soy tampoco… Y si no lo saben ni ellos, Richard, Anna, Victoria y Ayrton, menos aún.

Todos se quedaron alucinados cuando los nombró uno por uno.

-Briseida, querida…-añadió Greg dedicándome una mirada.-Ninguno de ellos sabe nada de lo que va a pasar, ¿me equivoco?

Ni siquiera hizo falta que contestara, Alex lo hizo por mí.

-¿Qué es lo que va a pasar?

Greg me dedicó una mirada interrogante, primero a mí y después a John.

-Por favor, no…-empecé a decir, casi implorando, en un susurro.

Greg volvió a clavar la mirada en mi hijo mayor y, después de agarrar aire profundamente, dijo:

-Seguramente tu madre va a morir dentro de dos horas, muchacho.

Y entonces John se abalanzó como una fiera sobre Greg mientras yo notaba como las lágrimas empezaban a resbalar por mis mejillas mientras miraba a mis hijos. Aquello era peor que la más horrorosa de mis pesadillas.

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-Bri, ¿se puede saber qué te pasa?

La voz de Anna a mi lado me hizo prácticamente poner los pies en el suelo de repente.

-¿A mí? Nada…-contesté intentando esbozar la mejor de mis sonrisas.

-Ya, nada…-masculló mi amiga mirándome de arriba a abajo.-Y yo voy y me lo creo.

-¿Y por qué se supone que me debe de pasar algo?-pregunté casi a la desesperada, haciéndome la tonta lo mejor que sabía.

-Porque te has pasado todo el santo día con una sonrisilla inmensa pintada en la cara y porque estás en una nube. Si no te pasa nada, que baje Dios y lo vea.

Lancé un suspiro resignada entendiendo por fin que era inútil ocultarle las cosas por más tiempo. Además, Anna era mi amiga… Si no era capaz de contárselo a ella, no iba a ser capaz de contárselo a nadie.

-Está bien…-claudiqué al fin.-Pero prométeme que nada de bromas ni de “ya lo decía yo” ni cosas así, ¿vale?

-Bri, ¿qué es lo que…?

-¿Me lo prometes o no?

-Sí, claro, pesada…-contestó Anna en tono cansado.-Te lo prometo. Anda, habla.

-Verás…-mascullé sin saber muy bien por dónde empezar.-Es que… ¿Me lo prometes en serio?

-Eso sí que te lo prometo, lo que no te prometo es que no te mate como sigas esquivando el tema.-me dijo entre nerviosa y divertida haciendo que yo soltara una risita por lo bajo.-¿Vas a contármelo o tengo que hacerme vieja antes para eso?

-Bueno, bien… Te lo diré. Allá va.-susurré yo.-John y yo…

-¡No!-exclamó ella sin necesidad siquiera de que terminara la frase.-¡Sí! ¡Lo sabía! ¡Ya lo decía yo! ¡Si es que se veía venir!

-¡Anna! Me habías prometido que…-le corté yo sin poder evitar echarme a reír.

-¡A la mierda las promesas! ¡Lo supe desde un primer momento! ¡Desde que os vi aparecer por mi casa y…! Oye, un momento… ¡¿Por qué no me lo contaste el sábado?!

-Porque el sábado aún no había pasado nada.-le contesté esbozando una sonrisa.

-¿Cómo? ¿No fue el viernes cuando te fuiste a su casa y…?

-No.-le corté yo.-Desde ayer. De hecho, creo que serás la primera persona que sabe esto, así que…

-La duda ofende, Bri.-me dijo entendiendo a la perfección lo que le quería decir.-Yo no voy a decir absolutamente nada.

-Gracias, Anna. Eres de lo mejor.-sonreí.

-Ey, para, déjate de halagos.-rió Anna.-Ahora en serio, me alegro por vosotros. Hacéis una buena parejita.

Noté como los colores me subían a la cara levemente a la vez que Anna se echaba reír.

-Gracias.-dije a falta de saber qué decir ante aquello.-Ahora sólo espero que todo salga bien.

-Por supuesto que todo va a salir bien, ya lo verás.-sonrió Anna.-Bien no, saldrá perfecto, palabra.




Hola chicas! Qué hay? Pues aquí estoy yo de nuevo, como veis. Espero que os haya gustado, la verdad es que este capi me ha costado bastante de escribir. Por cierto, que miles de gracias por estar ahí, a los que leéis y comentáis, y dedicarle un saludo especial a Mane Moretti, que me sigue desde "mi" fic (siempre será mi niño, creo, por más que escriba) de Lo más lejos a tu lado, y ahora sigue leyendo este desvarío de la Bri, jajaja.
En fin, chicas (y chicos, por si hay alguno que lee esto que nunca se sabe), espero que acabéis de pasar un domingo muy muy feliz y que, por supuesto, tengáis un mejor si cabe inicio de semana.
Besotes y hasta el próximo capi! :)


miércoles, 25 de septiembre de 2013

VUELO 937 Capítulo 8



Era domingo por la mañana y afortunadamente no me encontraba tan mal como el día anterior. Al menos, la resaca monumental que había tenido el sábado había desaparecido ya por completo y en aquellos momentos me encontraba fresca como una rosa. No obstante, estaba aburrida, muerta del tedio más bien, mientras estaba allí, tirada en el sofá y sin saber qué hacer. Siempre he odiado esos momentos en los que te apetece hacer algo pero no sabes el qué. O sí que lo sabes, tal vez, pero tienes demasiada pereza encima como para decidirte a hacer nada.

Aquel aburrimiento estaba empezando a ponerme de mal humor, de muy mal humor. Y es que la idea de tener ante mí todo un día entero sin tener ningún mísero plan me sacaba de quicio. Además, para colmo, estaba demasiado enfurruñada conmigo misma como para ser capaz de descolgar el teléfono, llamar a alguien y proponer yo algún plan. En aquellos momentos echaba Internet más de menos que nunca… Al menos, en “mi tiempo” hubiera tenido algo con lo que entretenerme.

Estaba así, pensando en todas estas cosas y mirando sin prestar la más mínima atención un programa de la televisión cuando, de repente, llamaron al timbre. Giré la cabeza hacia la puerta y me quedé mirándola, extrañada, durante unos segundos. ¿Quién sería a aquellas horas? No esperaba visita para nada y dudaba mucho que fuera alguien “interesante”. Lo más seguro sería que fuera la vecina de enfrente pidiéndome sal por enésima vez. Al parecer, la mujer desconocía que podía comprar por sí misma en el supermercado…

-Ya va…-mascullé de mala gana a la vez que me levantaba.

Me dirigí arrastrando los pies, con una pereza inmensa, a la puerta y abrí sin más, sin pararme a preguntar siquiera quién era ni nada por el estilo. Estaba apática hasta para eso.

-Hola.-dijo nada más me vio mientras esbozaba una sonrisilla.-¿Molesto?

Me quedé mirándolo estupefacta. En realidad, a John era a la última persona del mundo a la que esperaba ver allí, ante mi puerta, en aquellos momentos. Casi automáticamente, todo mi mal humor y mis pocas ganas de nada desaparecieron. Tal fuera porque alguien había venido a rescatarme del aburrimiento sin esperarlo; tal vez, fuera por otra cosa.

-Hola.-le contesté devolviéndole una sonrisa, sincera.-Por supuesto que no molestas, pasa.

Me hice a un lado para que entrara en mi pequeño apartamento y volví a cerrar de nuevo la puerta.

-Jamás había estado aquí.-dijo mirándolo todo.-Es acogedor.

-Estás usando la palabra “acogedor” para decir que es minúsculo, ¿verdad?-le reproché divertida.

John largó una risita.

-Yo no he dicho nada, lo has dicho tú todo.-respondió mirándome de nuevo.

-Podrías disimular un poco e insistir en que está muy bien, ¿no crees?

-Yo no soy quién para llevarte la contraria, Bri.-bromeó él.-Es como una cajita de cerillas, sí, pero sigue siendo acogedor.

-Cajita de cerillas, dice…-reí yo por lo bajo.-Anda, siéntate, si cabes claro, y te invito a tomar algo.

-No.

Dijo aquello tan tajantemente que me quedé mirándolo, extrañada y sin saber qué decir. Sólo cuando vi que sonreía, relajé un poco mi expresión.

-Estoy harto de estar en casa.-aclaró al cabo de unos segundos.-Y si he venido hasta aquí no es para encerrarme de nuevo. ¿Por qué no dejas que te rapte y salimos a dar una vuelta por ahí?

A decir verdad, me quedé pasmada ante aquella propuesta; no me la esperaba para nada. No obstante, cuando por fin asimilé lo que me acababa de decir, esbocé una inmensa sonrisa de oreja a oreja.

-Me parece una idea genial.-contesté contenta.

No obstante, de repente, una idea cruzó por mi mente e hizo que una sombra de duda se reflejara en mi rostro. John me dedicó una mirada confuso nada más lo notó.

-¿Ocurre algo, Bri?

-Bueno…-respondí dubitativa.-Es que…

-¿Qué?

-Pues que… ¿Y si te conocen?

Nada más escuchó mi pregunta John soltó una risita divertido.

-A estas alturas, señorita, debería saber que ya somos unos verdaderos maestros en el arte del disfraz.-dijo con una fingida solemnidad que le confería un aire sumamente cómico.

-Perdone usted, caballero, lo había olvidado.-le repliqué usando el mismo tono de voz que él había empleado.-Si es así, aceptaré gustosa su invitación.

-Será un placer acompañarla en este paseo.-contestó haciendo una reverencia de lo más chistosa. Y después, cambiando repentinamente el tono de voz, añadió:-Venga, Bri, agarra una chaqueta o algo porque nos vamos a que nos dé el aire.

John ni siquiera me dio tiempo a que me arreglara un poco. De hecho, lo único que me permitió hacer fue que me peinara mínimamente porque, según él, parecía que viniera de parar un huracán. Pese a que le reí la gracia, no pude dejar de avergonzarme un poco con ello: John tenía razón, y mucha. Por lo demás, ni siquiera me dio tiempo a que me cambiara. Con suerte, me dejó cambiarme las zapatillas de ir por casa.

Salimos a la calle después de esperarnos dentro del edificio un buen rato, hasta que dejaron de pasar personas que podrían haber reconocido fácilmente a un John Lennon sin  disfrazar. Lo cierto era que vivir así debería de ser bastante agobiante, pensé, pero a John aquello no parecía importarle demasiado. A fin de cuentas, a aquellas alturas, ya estaría más que acostumbrado.

Cuando por fin pudimos salir de allí, nos pegamos una breve carrera hasta su flamante Mini, aparcado justo frente a mi portal.

-¿Hoy no has traído chófer, chico rico?-bromeé mientras él abría el coche.

John negó con la cabeza divertido a la vez que se metía dentro y se acomodaba en el asiento del conductor.

-Anda, chica pobre, sube al coche.-se limitó a decirme sin más.

Antes incluso de que me metiera en el coche, John ya había puesto el motor en marcha.

-¿Dónde me llevas?-quise saber cuando me senté  en el asiento y John se incorporó al tráfico de la calle.

-A que nos dé el aire, ya te lo he dicho.-contestó mirándome de reojo y esbozando una sonrisa pícara que hacía evidente que no me iba a decir nada más.

Tampoco le insistí. En realidad, me daba igual adónde me llevara; lo importante era que me había sacado de casa y había salvado mi día.

Unos cuantos frenazos y unas cuantas bromas mías sobre su desastrosa manera de conducir después, John aparcó el coche en un aparcamiento público, justo al lado de los Kensington Gardens.

Después de pegarnos unas buenas risas cuando se disfrazó para no ser reconocido con un atuendo de lo más extraño, con barba y peluca incluidas, salimos del coche y empezamos a caminar. Me abstuve de preguntarle adónde íbamos de nuevo: era evidente que íbamos al parque, así que sobraban las preguntas.

Tal y como suponía, entramos en los Kensington Gardens por la Lancaster Gate y enfilamos el sendero para adentrarnos en el inmenso parque. A esas horas, y más un domingo, aquello estaba a rebosar de gente aunque, pese a mi tensión inicial, ninguno de los que estaban por allí pareció reconocer a John en aquel tipo rubio, barbudo y con gafas de sol. En realidad, hacía falta saber que aquel era él para ser capaz de reconocerlo bajo su disfraz.

Caminamos juntos, hablando de esto y de lo otro, mientras fumábamos y reíamos de cuando en cuando con cualquiera de las cosas que soltábamos. Me sentía cómoda a su lado, muchísimo, para qué me iba a engañar.

-¡Es la estatua de Peter Pan!-exclamé de repente cuando vi el monumento de bronce que muchos años después visitaría en mi época.-Me encanta.

-El niño que no quería crecer.-dijo John mientras nos acercábamos a la estatua.

-Era mi personaje favorito cuando era una niña.-sonreí sin ser capaz de disimular mi ilusión por estar de nuevo en aquel lugar.-Yo tampoco quería crecer.

-No has crecido mucho que digamos, Bri.-bromeó John.-Eres pequeñita.

Me giré hacia él cuando escuché aquella broma que había echado por tierra aquel momento, seria, pero no pude evitar ponerme a reír cuando le vi la expresión burlona que tenía pintada en su rostro.

-Creo que al final le daré la razón a Anna y acabaré ayudándola a cometer un asesinato.-bromeé.

-¿En serio? ¿Vais a matar a alguien? ¿A quién?

Volví a soltar una risita y negué con la cabeza: definitivamente John no tenía remedio.

-¡Ey!-exclamó él de repente haciendo caso omiso a mi expresión.-¡Un sándwich!

Me quedé mirando alucinada como John se agachaba a recoger un sándwich a medio terminar que alguien había dejado tirado en el suelo, justo al lado de donde estábamos nosotros plantados.

-John… Si tienes tanta hambre sólo dímelo y te invito a comer algo, no hace falta que vayas recogiendo restos de comida del suelo.-le dije yo medio en serio medio en broma.

-No seas boba, Bri.-me contestó poniéndose en pie de nuevo con aquello en la mano.-Es para los patos. Anda, ven.

Sin ni siquiera esperarme, John avanzó unos pasos y se apoyó sobre la barandilla que separaba el sendero del canal que cruzaba el parque por el medio. Me quedé mirándolo mientras empezaba a tirar migajas de pan a los patos que había por allí nadando tranquilamente.

-Míralos qué cabrones.-me dijo cuando por fin me planté a su lado.-Se roban el pan entre ellos. Serían capaces de asesinarse.

Efectivamente, cuatro patos estaban casi peleándose por hacerse con uno de los trocitos de pan que había arrojado John. Debía de reconocer que aquello tenía su punto de diversión.

-Dame un poco.

John me acercó el sándwich y yo le di un buen pellizco con tanto ímpetu que, aparte de con el pan, me quedé con la inmensa loncha de jamón que llevaba dentro en la mano.

-¡Puaj, qué asco!-exclamé al ver aquello, que además estaba lleno de hormigas, mientras John se partía de risa en mi cara.

Sin pensármelo dos veces, lancé el trozo de jamón, junto con la migaja del pan que había pillado, al canal.

-¡Bestia!-exclamó John divertido cuando me vio.-¿Qué haces tirándole jamón a los patos?

-¿Y qué querías que hiciera?-pregunté con una sonrisilla inocente.-¿Quedarme con eso medio putrefacto en la mano? Además, a lo mejor les gusta.

-Sí, claro…-rió John.-Los patos no… ¡Mierda! ¡Se lo están comiendo! ¡Qué hijos de puta!

Miré hacia donde había caído la loncha de jamón que había tirado y vi como, efectivamente, los mismos cuatro patos de antes que se habían estado peleando por las migajas de John se apresuraban para agarrar aquello. Aquella visión no pudo menos que hacerme soltar una risotada.

-Ya te decía yo que les gustaría.-reí.-Total, lo que no mata, engorda.

-Vaya, jamás había visto patos carnívoros.

-Éstos se lo comen todo, te lo digo yo.

-¿Todo? ¿Lo que les tiren?

-Todo.

-¿En serio?

Me quedé mirando a John extrañada. Lucía una sonrisilla pícara que no me auspició nada bueno. No obstante, por alguna extraña razón, decidí seguirle el juego.

-Completamente en serio.

Antes incluso de que acabara de pronunciar la frase, John se abalanzó sobre mí y me levantó unos centímetros del suelo. Aquello me pilló tan por sorpresa que no pude dejar de soltar un gritito.

-Pues a ver si te tiro a ti y se te comen también.-rió.

-¡Suéltame, idiota!-exclamé yo. Conociéndolo, el hecho de acabar dentro del canal haciéndole compañía a los patos no me parecía demasiado improbable.-¡Como me tires al agua te…!

John me dejó de nuevo en el suelo, mientras reía sin parar.

-¿Qué me harás si te tiro al agua?-preguntó aún haciendo un colosal esfuerzo por contener sus carcajadas.

-Te… te…-balbuceé yo aún con esa extraña mezcla de susto y diversión que tenía en el cuerpo.

-Qué miedo dan tus amenazas, Bri . Como lo hagas todo igual...-volvió a reír él.-Pero tranquila, yo a ti no te tiro a ningún sitio.

El tono con el que había dicho aquella última frase había sido radicalmente distinto al que había estado usado hasta el momento: era como… más suave. Me quedé mirándolo sin entender muy bien de qué iba todo aquello durante unos segundos. Estábamos cerca, casi pegados el uno al otro y pude sentir como nuestras respiraciones se agitaban levemente. Entonces, justo en el momento en el que empezaba a ponerme nerviosa de verdad, John me agarró suavemente de la barbilla, bajó su cabeza y me plantó uno de los besos más increíbles que jamás me habían dado. Le respondí con ganas, sintiéndome como si cientos de mariposas revolotearan en mi estómago, sintiendo el sabor de sus labios, de su lengua, dejándome llevar mientras nos fundíamos en un abrazo que se me hizo eterno.

-Vamos a mi casa.-dijo John con voz ronca cuando por fin despegamos nuestros labios.

Ni siquiera recuerdo si le contesté o no. Simplemente me encontré, de repente, agarrada de su mano y siguiéndole hacia la salida del parque, sintiéndome como en una nube de la que no quería bajar por nada del mundo.

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Jueves, 9 de abril de 1987
Londres

Pese a que estaba haciendo un esfuerzo monumental para aparentar normalidad en aquella cena, era plenamente consciente de que se me notaba a la legua que algo me ocurría. Lo peor, sin embargo, era que no sólo estaba yo en aquella situación, sino que John y Alex estaban también así. Por eso, el ambiente entre todos los presentes estaba enrarecido, muchísimo. Sólo Julie, pese a que seguro se olía que las cosas no iban bien, insistía en colocar una nota de alegría en la mesa pinchando a Matt y bromeando con Anna, Ringo y sus dos hijos, Ayrton y Vicky, que habían venido acompañando a sus padres.

-¿Y ya tienes pensado lo que quieres hacer en la universidad, Alex? Porque pronto tendrás que decidir…

La pregunta de Anna pilló a Alex, quien apenas había soltado prenda en toda la noche, por sorpresa. Inmediatamente, dejó de juguetear con la comida que había en su plato y la miró.

-Tal vez periodismo o algo así, no lo sé.-contestó esbozando una media sonrisa.-Aún tengo unos meses para decidirlo, así que… Lo cierto es que por ahora tengo cosas bastante más importantes por las que preocuparme.

Alex dijo aquella última frase lanzándome una mirada disimulada de reojo. Aquello hizo que me sintiera tremendamente mal y que de repente me entraran unas ganas inmensas de salir corriendo de allí y estar sola. Por eso, antes incluso de que Anna pudiera contestarle a mi hijo nada, me levanté de mi silla mucho más bruscamente de lo que hubiera querido. John y Alex me lanzaron una mirada grave; el resto se me quedaron mirando estupefactos, sin entender bien aquella reacción.

-Voy a la cocina a por un poco más de vino, se ha acabado.-dije intentando parecer lo más normal posible antes de salir del comedor.

Me metí en la cocina apresuradamente y, sin ni siquiera pararme a encender la luz, apoyé la espalda sobre la pared en un gesto cansado y cerré los ojos con fuerza, intentando respirar profundamente. Tal vez así pudiera mantener a raya mis lágrimas.

-Con la luz apagada difícilmente encontrarás esa botella de vino.

Abrí los ojos sobresaltada casi a la vez que Anna encendía la luz. Suspiré, resignada.

-¿Qué es lo que ocurre, Bri?-preguntó a bocajarro mientras se acercaba hacia donde yo estaba.

La miré. Me conocía demasiado bien después de tantos años.

-No te preocupes.-le contesté esforzándome por dibujar una sonrisa que intentaba ser tranquilizadora.-Sólo son cosas mías…

-Cosas tuyas y de John y de tu hijo, ¿no?-me cortó ella.-Estáis muy raros los tres, se os nota. ¿Se puede saber qué os pasa? Y no me vengas con el cuento de que habéis discutido por cualquier tontería porque…

-Lo sé, no cuela.-acabé yo la frase por ella.

Anna simplemente se limitó a asentir con la cabeza y a clavarme de nuevo su mirada, severa, esperando a que le contara algo. Era curioso: ella era mi mejor amiga, una hermana prácticamente para mí, y, pese a eso, le había estado ocultando durante todos esos años mi secreto. La verdad era que había sido muy injusta con ella en ese sentido: me sentía como una mísera traidora.

-Es algo muy complicado, Anna…-suspiré al fin.-Muy complicado y difícil de entender, pero…

Justo en ese momento, cuando estaba a punto de contarle la verdad, de contárselo todo aun a riesgo de que me tomara por loca, justo entonces, el sonido insistente del timbre hizo que parara de hablar en seco.

-Oh, mierda…-mascullé.-Siempre en el momento más oportuno. Voy a ver quién es.

-De acuerdo.-dijo Anna tras de mí resignada.-Ve a ver quién puñetas es, pero recuerda que tenemos una conversación pendiente, Bri.

-Lo sé.-le sonreí antes de salir de la cocina.-Descuida, Anna.

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Abrí los ojos lentamente y noté el contacto de la piel de John a mi lado. Sonreí como una tonta al recordar lo que había pasado hacía tan sólo un rato entre nosotros, antes de que me quedara dormida, acurrucada a su lado sin ni siquiera darme cuenta.

-Hola, preciosa.-dijo él cuando vio que me despertaba.-Estás guapísima cuando duermes.

Dejé que me besara en los labios suavemente y le pasé la mano por el pelo, cariñosa, antes de recostar mi cabeza contra su pecho desnudo, feliz. Jamás me había sentido tan bien en toda mi vida.

-¿He estado durmiendo mucho rato?-pregunté al cabo de unos segundos mientras entrelazábamos nuestras manos y empezaba a juguetear con sus dedos.

-No.-sonrió él.-No llegará ni a un cuarto de hora.

-Me alegro.-susurré antes de darle un beso en el pecho.-Estoy mejor despierta.

John soltó una risita entre dientes antes de pasarme la mano que le quedaba libre por la cara, en una caricia que me supo a gloria.

-Oye, Bri…-dijo al cabo de unos segundos.

-¿Qué?

-Pues que…-masculló, dubitativo.-He estado pensando, mientras dormías y… Supongo que el rollo de sólo amigos que tenemos tú y yo queda a un lado, ¿no?

Volví a mirarlo a los ojos, sonriente. Era una curiosa manera de decir que lo nuestro no había sido sólo un polvo eventual y que podía ser el inicio de algo, pero lo había dicho al fin y al cabo.

-Te aseguro que tú para mí eres mucho más que un amigo, Johnny.

John sonrió antes de darme un beso, largo y tierno.

-Y tú para mí eres muchísimo más que una amiga, Bri.-dijo cuando nos separamos.-Muchísimo más.

Le devolví el beso que segundos antes me había dado él, sintiéndome en aquellos momentos la chica más feliz sobre la faz de la Tierra. No obstante, antes incluso de que aquel intenso beso terminara, un pensamiento nefasto se me cruzó por la cabeza. Nueva York. 1980. John. No hacía falta ser muy fan de The Beatles para saber qué iba a ocurrir en un futuro, para saber cuál era el horrible destino que le esperaba.

-¿Qué ocurre?-preguntó John separándose de mí levemente, cuando notó que algo no iba bien.

Me obligué a esbozar una sonrisa.

-Nada.-contesté haciendo un descomunal esfuerzo por mantener a raya mis sentimientos.-Bueno, sí: ocurre que eres guapísimo.

-Bri… No sabía que tuvieras problemas de vista.-bromeó él.

Pero ni siquiera me vi con ánimos de seguirle la broma, ni siquiera fui capaz de responderle nada. Simplemente, me limité a abrazarme a él, fuerte, como si la vida me fuese en ello.

-Vaya… Qué cariñosa estás…-susurró John mientras me estrechaba entre sus brazos.

De nuevo, no contesté: estaba demasiado absorta en mis pensamientos como para hacerlo. Fue entonces cuando tomé una firme determinación. No. No iba a permitir que a John le ocurriera nada. Yo sabía su futuro y podía cambiarlo si me lo proponía, costara lo que me costara.

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Llegué a casa cerca de la medianoche, después de pasar uno de los mejores días de mi vida. John había insistido en llevarme y yo no había podido, ni querido, negarme a ello. Me apetecía estar a su lado el máximo tiempo posible y no iba a desaprovechar ninguna oportunidad para hacerlo. Bajé del coche después de pasarnos casi un cuarto de hora aparcados frente a mi edificio, acaramelados, y entré en casa. Me hizo gracia que John esperara a que yo entrara en el edificio para arrancar de nuevo el coche y largarse de allí.

Subí las escaleras sonriendo como una boba y entré en mi apartamento. Encendí la luz mientras tarareaba alegre una cancioncilla. Y entonces, de repente, lo vi. Allí estaba, sentado en mi sofá con las piernas cruzadas, mirándome con su sonrisilla psicótica. Apenas pude contener un grito de puro pánico mientras sentía como la sangre se me helaba en las venas.

-Briseida, Briseida…-dijo Greg.-Estás incumpliendo las normas del juego, querida.





Y hasta aquí el capi de hoy! Qué tal estais, guapas? Pues bien, aquí yo de nuevo con cierto retraso, porque quería publicar antes pero se me ha complicado el tema, jajaja. Espero que os haya gustado este octavo capi! Saludos a todas, preciosidades, y hasta el noveno! Besos!