lunes, 28 de abril de 2014

DAKOTA Capítulo 6: Mamá por un día

Nunca es agradable enterarse de ciertas cosas, pese a que ya tengas veintiocho años y te consideres una persona lo suficientemente madura como para afrontar y digerir determinadas noticias. Menos aún si la noticia en cuestión es que el que tú pensabas que era tu padre no lo es. Si a esto le añades informaciones adicionales como que ese señor al que tú has llamado “papá” desde tu más tierna infancia es impotente o que tu madre se lo va a dejar para irse con un empresario con aires de gigoló de sesenta años, la cosa ya se convierte en una auténtica bomba de relojería emocional.

Con todo eso, no era de extrañar que lo único que me apeteciera fuera quedarme en la cama, vegetando la resaca que tenía y llorando mi desgracia durante horas. Que ese día tuviera que ir al trabajo me importaba poco, pero, no obstante, allí tenía a Sven, convertido en una especie de Pepito Grillo desastroso que me estaba tratando de explicar por qué no debía faltar a mis obligaciones.

-Vamos, Soph…-dijo de nuevo intentando arrancarme la tapa de encima.-Debes levantarte, no puedes faltar al trabajo así porque sí.

-¿Por qué sí?-pregunté aguantando mis mantas con fiereza como si estuviera defendiendo Troya: aquel desgraciado no me iba a destapar. No, no y no.-Sven, escucha: tengo una resaca terrible, mi padre no es mi padre y mi madre es… ¡Yo qué sé lo que es mi madre! No puedo ir a trabajar en estas condiciones. Llama a los Lennon y di que solicito mi baja por depresión.

-Levanta el culo de esa cama y llama tú si te da la gana.-Sven continuaba tirando de la colcha.-Y te recuerdo que hay cosas mucho peores en la vida que esto que te está pasando, Sophie Jackson.

-¡Que no soy Sophie Jackson!-casi sollocé yo haciéndome con el control de mis tapas de repente y tapándome hasta la cabeza.-¡Ya no sé ni quién soy!

-¡Joder, Soph!

Sven tiró de la tapa con fuerza y esa vez sí que consiguió destaparme. Me quedé mirándolo con odio, como si hubiera asesinado a un gatito delante de mis propias narices.

-Puto sueco mamón… ¡tápame de nuevo!-le grité.

-No me sale de los huevos.

Lancé un bufido de resignación antes de incorporarme en la cama.

-Bien, ya no estoy acostada, ¿contento?

-No.-contestó con contundencia.-Aún estás en la cama y con ese pijama horroroso.

-¿Qué es lo que tienes tú contra mi pijama de ositos, eh?-inquirí con agresividad.-¿Y por qué he de abandonar mi cama?

-Trabajo, Soph.

-¡Para ya con el trabajo! ¡Ni que fueras tú el jefe! Ya te he dicho que no me da la gana ir hoy.

Sven soltó un suspiro y se sentó en el borde de la cama.

-Vale, bien.-dijo suavizando su tono de voz.-Supongamos que no vas a trabajar… Yo me voy dentro de nada y tú te vas a quedar aquí sola. ¿Cuáles son tus planes para todo el día?

-Estar aquí en mi cama, levantarme cuando me salga de las narices, sentarme en el sofá y comer chocolate hasta ponerme como una vaca gorda y llena de granos.-mascullé de carrerilla.-Así tal vez consiga llenar mi vacío existencial.

-¡Oh, me encantan tus terapias! ¿Y lo de tirarse por la ventana va antes o después del atracón de chocolate?-preguntó con sarcasmo.

-Deja de joderme y lárgate.

-No me voy a ir.

-Te recuerdo que tú también tienes que trabajar, tío listo.

Sven se quedó mirándome y esbozó una sonrisilla traviesa.

-Si tú no vas a trabajar, yo tampoco.-contestó.-Entonces nos despedirán a los dos, no podremos pagar el alquiler de esto, acabaremos viviendo bajo un puente y durmiendo tapados con cartones y yo me divertiré culpabilizándote de nuestra situación todos los días de mi vida.

-A eso se le llama chantaje emocional, so cerdo.-contesté.-Además, no lo harás.

-¿Dudas de mi capacidad para faltar al trabajo? Te recuerdo que no sería la primera vez que me despiden porque se me ha olvidado ir a trabajar…

Le lancé una mirada suspicaz, pero enseguida supe que era completamente capaz de hacerlo. Eso era lo malo de vivir con un loco como él: que era capaz de cualquier cosa.

-Está bien, imbécil.-suspiré poniéndome en pie.-Tú ganas.

-¡Bien!-exclamó él poniéndose en pie de nuevo y empezando a dar saltitos de alegría.-¡Sven 1-Sophie 0!

-Te recuerdo que aún puedo cambiar de opinión, indigente… Y ahora deja de dar saltitos y déjame, que tengo que cambiarme.

-Bueno, seguiré mi celebración en otro sitio.-sonrió él.-¡Buena suerte en el trabajo, Soph!

Y dicho esto salió de mi habitación sin más, feliz como un niño pequeño al que le acaban de dar un helado.

Una hora después de que Sven consiguiera levantarme de la cama a base de sucias técnicas, me encontraba ante la puerta del Dakota pensando en que tal vez no hubiera sido tan mala idea ir a trabajar aquel día: quizá el mantener la mente ocupada aunque sólo fuera fregando el suelo me ayudaría mejor a sobrellevar mi minidepresión que quedarme en casa aumentando mis niveles de colesterol de una manera alarmante. Abrí la puerta del servicio que daba acceso a la vivienda de los Lennon aún sumida en mis propios pensamientos. Por eso, cuando me encontré a John detrás de la puerta, me pegué un susto de campeonato. A ver, ¿por qué ese hombre tenía que aparecer siempre dándome sustos y no como las personas normales? Joder, necesitaba una explicación urgente para eso.

-¡Sophie, menos mal que has llegado!-dijo por todo saludo nada más me vio.-Te estaba esperando.

Miré mi reloj de pulsera casi de manera instintiva para comprobar si había llegado tarde. Pero no, no lo había hecho. En realidad, aún faltaban diez minutos para que mi jornada laboral empezara de manera oficial.

-¿Qué ocurre?-pregunté intrigada.-¿Acaso he hecho algo que…?

-Oh, no, no, nada, tranquila…-aquellas palabras hicieron que soltara un pequeño suspiro de alivio: con la que me estaba cayendo encima sólo me faltaba que me metieran un paquete en el trabajo.-Sólo que… Verás, te quería pedir un favor.

-¿Un favor?-repetí lanzándole una mirada de lo más extrañada.

-Sí, bueno…-empezó a decir.-Verás… Misako no puede venir hoy a trabajar: ha llamado hace un momento para decírnoslo. Al parecer tienen que operar a su marido de urgencia. No es nada grave, apendicitis, pero bueno, hoy no va a estar. Y hoy precisamente… Bueno, Yoko y yo tenemos que recibir en casa a unas visitas muy importantes para ella y Sean…

Cuando entendí qué era lo que John estaba intentando decirme noté como la sangre se me helaba en las venas. Él algo debió notar, porque enseguida se apresuró a añadir:

-El niño no puede quedarse en casa y nos es imposible encontrar a alguien de confianza para que cuide de él. Yoko está de acuerdo en que hagamos una excepción para que hoy te encargues de él y te juro que te pagaremos doble el día de hoy si nos haces el favor.

-Eh… John, de verdad que quiero ayudaros, pero… yo y los niños no…-balbuceé.

-¡Qué va! A Sean le gustas mucho, de verdad.-me interrumpió él.-Además, lo único que tienes que hacer es llevarlo a pasar el día a Central Park, o al parque de atracciones, o a comer por ahí, lo que te dé la gana… Y él se porta bien, ya lo verás.

-Pero… ¿y Rosaura no puede? Ella seguro que tiene más mano con los niños y es capaz de cuidarlo mejor que yo.-insistí yo sintiendo como el pánico se apoderaba de mí: o sea que yo, precisamente ese día y en mi estado, iba a tener que cuidar de un niño. Oh, Dios mío, el quedarse en casa por depresión no habría sido tan mala idea.

-Yoko necesita a Rosaura hoy aquí, si no fuera absolutamente necesario no te lo pediría.-contestó a la desesperada. Después, esbozando una sonrisilla de niño bueno, añadió:-Por favor, Sophie, haz esto como un favor personal que me haces. Te estaré eternamente agradecido.

No fue su sonrisilla de seductor nato lo que me convenció, ni siquiera el hecho de que me diera lástima su situación. No. Lo que me convenció fue mi parte racional y lógica, ésa que en esos momentos me estaba gritando a voces que si no accedía a hacer eso, por más que me disgustara,  no me iban a renovar el contrato que tenía con ellos cuando venciera. O sea, que si quería conservar mi maldito empleo pasados los cuatro meses iniciales por los que me habían contratado, debía tragarme aquello.

-Está bien.-suspiré al fin cediendo por segunda vez en el día ante alguien.-Me encargaré de Sean.

-¡Perfecto!-exclamó John loco de contento.-Con que lo traigas a casa de nuevo hacia las seis de la tarde, sobra. Y toma, aquí tienes cien dólares por si queréis ir a comer y todo eso…

-¿Cien dólares?-pregunté yo escandalizada. A veces ése era mi presupuesto para pasar toda la semana: asco de ricos.-¿He de llevarlo a comer al restaurante más caro de la ciudad o qué?

-No te hagas problema, Sophie. Y ve adónde quieras, tienes carta blanca.

-¿Lo puedo llevar a Las Vegas?-me atreví a bromear, sarcástica.

-No te pases de lista, empleada.-sonrió él.-Y gracias. De verdad que nos haces un gran favor.

-No hay de qué, jefe.

Suspiré, resignada. Definitivamente ése no era mi día.

******************************************

Ir al parque cobrando el doble de lo que normalmente ganas en un día de trabajo. Sí, tal vez eso pueda parecer poco menos que un sueño hecho realidad, pero en aquellos momentos juro que hubiera preferido estar en casa de los Lennon limpiando como una loca aunque me hubieran pagado la mitad. No, no era que Sean se portara mal: más que portarse mal, el niño aquel era un trasto que no paraba quieto y yo estaba paranoica perdida con que al chavalín le pudiera pasar algo. Porque vamos… con la suerte que llevaba yo ese día, no me hubiera extrañado nada que se me acabara perdiendo o dándose de bruces en el suelo y rompiéndose las narices.

-¡No, Sean! ¡Baja de ahí!

Corrí como alma que lleva el diablo hacia el árbol al que se estaba intentando encaramar el niño notando como el corazón me latía a mil por hora. O sea: hacía dos segundos que no lo miraba y en ese tiempo a aquel pequeño diablo ya le había dado tiempo a apartarse de mí diez metros y a empezar a trepar a un árbol enorme cual monito.

-Jo, Sophie, no pasa nada…-se quejó cuando me planté ante él y lo agarré para bajarlo casi que por la fuerza: afortunadamente no le había dado tiempo a subir muy arriba.-Misako me deja subirme todos los días.

Me quedé escudriñando su cara mientras lo dejaba en el suelo y le lancé la mirada más severa que pude.

-Misako no te deja, so mentiroso.-mascullé.

Sean se puso rojo, evidenciando así su mentira, y bajó la cabeza.

-Bueno, pero no pasa nada por subir al árbol…-masculló con su vocecita.

-Ya, y si te caes y te rompes la crisma, cuando llegue a casa tus padres me la parten a mí también.

-¿Qué es la crisma, Sophie?

Sin poderlo evitar, solté una risita y negué con la cabeza.

-Déjalo.-sonreí.- Si quieres subir a cosas vamos a los columpios y allí haces lo que te dé la gana.

-¿En serio? ¿Lo que me dé la gana?-preguntó con la cara iluminada por la alegría. Aquello, para qué negarlo, me hizo entrar pánico: a saber qué estaba pensando en hacer el crío ése.

-Bueno, en realidad será lo que me dé la gana a mí.-me apresuré a contestar.

Nada más dije eso, Sean volvió a poner su carita de afligido, haciendo que a mí de nuevo se me escapara otra risita entre dientes. No obstante, pronto se le pasó el abatimiento cuando nos pusimos en marcha y llegamos al cabo de poco a la zona de columpios. Inmediatamente, el niño salió disparado hacia el tobogán y yo me senté en uno de los bancos que había allí. Respiré profundamente y sonreí: al menos mientras Sean estuviera entretenido allí, podría relajarme. Por fin la mañana empezaba a pintar bien…. Pero como mi buena estrella siempre ha brillado por su ausencia, justo en el momento en el que me estaba empezando a replantear que aquel día no tenía por qué ser tan malo como había creído en un principio mientras Sean jugaba alegre y sin riesgo a partirse la cabeza, un sonoro trueno hizo que tuviera que descender a la cruda realidad de nuevo.

-Oh, mierda…-mascullé justo en el momento en el que levantaba la vista para observar los horrorosos nubarrones negros que se habían formado casi de repente.

Para acabarlo de rematar, una gota enorme me cayó en todo el ojo haciendo que tuviera que bajar la cabeza rápidamente mientras maldecía por lo bajo.

-Va a llover, Sophie.-dijo de pronto la vocecilla de Sean a mi lado.-Deberíamos irnos a otro sitio o nos mojaremos.

Me quedé mirándolo durante unos segundos y asentí. Aquel enano tenía mucha más capacidad de reacción que yo y por unos segundos me sentí como si el que estuviera cuidando de mí fuera él y no al revés. Bueno, fuera como fuera tenía razón: las gotas estaban empezando a caer con más insistencia y si no nos largábamos de allí pronto íbamos a acabar empapados.

Gracias, nubes, por arruinarme la mañana.

*****************************************

Un cuarto de hora después de nuestro fugaz paseo por el parque interrumpido por la lluvia, Sean y yo estábamos sentados en una mesa de una cafetería de al lado de Central Park mirando como llovía copiosamente por la ventana que teníamos al lado. Frente a nosotros teníamos dos inmensos batidos, obviamente de chocolate. ¿No me había dado carta blanca el padre de la criatura para hacer lo que me diera la gana con el niño? Pues chocolate, mucho chocolate.

-Podrías venir tú todos los días a cuidarme en lugar de Misako, Sophie. Me lo paso mejor.-dijo Sean con solemnidad antes de darle un sorbo inmenso a su batido.-Y podríamos beber batidos de chocolate todos los días.

Solté una risa, ya no sólo por lo que me acababa de decir sino también porque se había puesto la cara perdida.

-Sí, claro, y entonces yo acabaría gorda como una vaca; eso si tus padres no me matan antes…-reí a la vez que agarraba una servilleta de papel y le limpiaba la nata de la nariz.-Ay, enano… Me vas a hacer reír sin ganas…

-¿Por qué no tienes ganas de reírte?-preguntó el niño extrañado.-¿Es que estás triste?

Lo miré durante unos segundos y sonreí.

-Un poquito, la verdad.

-¿Y por qué?

-Por… cosas de mayores.-contesté a falta de encontrar una respuesta mejor.

Sean puso cara de fastidio por la respuesta que le acababa de dar: al parecer no le gustaba demasiado que le dijeran eso de “cosas de mayores”, como a todos los niños, en realidad. No obstante, no dijo nada al respecto.

-Yo a veces me pongo triste cuando me riñen papá y mamá.-añadió antes de darle otro sorbo a su batido.-Pero pronto se me pasa…

-Bueno… La verdad es que yo también estoy triste porque estoy un poco enfadada con mi mamá.-dije sin saber muy bien por qué y sintiéndome extremadamente rara por estar contándole eso a un niño de cuatro años.

-¿Te has portado mal y te ha reñido?

-Mmmmmm… Más bien digamos que la que se ha portado mal ha sido ella.-contesté.

Sean se me quedó mirando durante unos segundos con cara de no estar entendiendo nada de nada. De repente, soltó una risita aguda.

-¡Qué rara eres, Sophie!-exclamó antes de darle el último sorbo a su batido.

-La verdad es que un poco rara sí que soy…-confirmé con buen humor.-Por cierto, Sean… ¿qué te apetece hacer ahora que nos hemos acabado esto?

-Aún llueve.-masculló el niño mirando por la ventana.-Quiero ir a casa.

-Pero… no podemos volver a casa hasta que…

-Yo quiero ir a casa.-me cortó con contundencia.

-Sean… Ya sabes que debemos volver esta tarde, que hoy teníamos que pasar el día fuera tú y yo y…

-Me da igual. Estoy cansado y quiero ir a casa.

-¿Cansado? Pero si no hemos hecho nada…

-Sophie, que quiero ir a casa…-casi lloriqueó.

Lancé un bufido de fastidio a la vez que miraba la hora. Perfecto: no era ni media mañana y aquel enano ya estaba con que quería ir a casa, que estaba cansado.

-Sean, ¿seguro que no…?

-¡Que quiero ir a casa!

Un par de señoras que estaban sentadas en la mesa de al lado se volvieron hacia nosotros lanzándome una mirada de reproche. Inmediatamente noté como los colores me subían a la cara.

-Shhhht, no grites, hombre…-le dije al niño apurada todavía.-Ya sabes que tu papá y tu mamá nos han dicho que no podemos volver hasta las seis y aún es muy pronto.

-Pero… yo estoy cansado…-contestó él a punto de llorar.-Llévame a casa, por favor.

Me quedé por unos instantes paralizada sin saber qué hacer ni qué decir: Sean parecía que iba a ponerse a llorar de un momento a otro y, encima, todavía podía notar las miradas de las señoras de al lado fijas en mí, como yo si fuera una especie de criminal que hace llorar a niños inocentes.

-Eh…-titubeé al fin.- Sean, cariño, no llores, venga… Mira, está bien… Iremos a casa…

-¿Sí?-preguntó él esperanzado.

-Eh… sí.-dudé.-Pero no a tu casa, que no podemos. Iremos a la mía y así descansas, ¿vale?

Por unos segundos creí que el niño iba a ponerse a llorar ahora ya en serio, pero, en el último momento, una enorme sonrisa iluminó su rostro.

-¡VALE!-exclamó.-¡Será divertido!

Suspiré aliviada: me había librado de un buen numerito con el hijo de un famoso llorando en una cafetería por ineptitud de una niñera inexperta. Bien por mí.

*****************************************************

-Que casa más fea tienes…-masculló Sean mirándolo todo a su alrededor nada más pusimos un pie dentro de mi edificio.

-Aquí es donde viven las personas pobres, cariño.-le dije sin poder evitar que una nota de sarcasmo se colara en mi tono de voz. Vale: sabía que el edificio en donde vivía era viejo y no era la gran cosa, pero bueno, de ahí a que ese mocoso me dijera directamente que era feo…-Anda, Sean, empieza a subir las escaleras hasta el tercero, que es donde está mi casa.

-¿Escaleras? ¿No podemos subir por el ascensor?

-No podemos porque no hay ascensor.

-¿Y por qué no hay?

-Ya te he dicho que aquí sólo viven personas pobres como yo…-bufé empezando a subir las escaleras delante de él.-¿Vas a quedarte ahí plantado o vas a subir?

Sean soltó un suspiro de resignación y empezó a subir detrás de mí. Todo el trayecto se lo pasó lanzando pequeñas quejas sobre el hecho de tener que subir las escaleras. Yo, por mi parte, no podía dejar de reírme por lo bajo: el pobre niño rico bajando a las profundidades del mundo plebeyo con tan sólo cuatro años…

-Y ya hemos llegado.-dije cuando por fin nos plantamos, después de unos cuantos tramos de escalera y unas cuantas quejas, delante de la puerta de mi piso.-Mi casa tampoco es tan bonita por dentro como la tuya, pero bueno…

Sin esperarme a que el niño contestara nada, metí la llave en el cerrojo y abrí la puerta. Inmediatamente pude oír desde el comedor el sonido de la tele. Fruncí el ceño. ¿No se suponía que Sven estaba trabajando?

-Entra, Sean.

El niño pasó delante de mí, obediente. Lo miró todo y puso cara rara, pero esa vez, seguramente por ahorrarse la respuesta de los pobres, decidió no decir nada. Yo, por mi parte, me dirigí hacia el comedor, con Sean detrás de mí.

-¡¿Pero qué haces tú aquí?!

El grito que pegué nada más entré y me vi a Sven tirado en el sofá con su batín roñoso hizo que el pobre diera un salto asustado.

-¡Joder, Soph! ¡Casi me matas del susto!-exclamó poniéndose en pie.-No he ido a trabajar porque no me apetecía.

-¡¿QUÉ?!-grité yo. Después de la lata que me había pegado a mí esa misma mañana para que no faltara a mi trabajo, sólo faltaba que él no hubiera ido al supermercado donde trabajaba.

-No, no… Es broma…-rió él seguramente al ver mi cara de susto.-He ido pero había un reventón y nos han mandado a casa. Un jaleo: estaba todo inundado. Ey, por cierto… ¿y qué coño haces tú aquí?

-Cuida tu bocaza, que tengo un niño al que cuidar…

Hasta ese momento Sven no se había percatado de la presencia de Sean. Fue entonces cuando posó sus ojos por primera vez sobre el niño y se quedó, literalmente, con la boca abierta.

-Sophie… ¿Qué… qué hace ese niño contigo?

-Lo he raptado.-contesté con parsimonia como venganza al susto que me acababa de dar al decirme que no había querido ir a trabajar.

-¡MIERDA!-gritó asustado.-¡Sophie, no! ¡Si ese niño es quien creo que es…!

-Cállate, tarugo.-reí yo antes de que le diera una taquicardia severa.-No he raptado a nadie: mi trabajo de hoy era cuidar de él. Y como llovía y no quería ir a ningún sitio más, nos hemos venido aquí, ¿verdad, Sean?

-Sí.-contestó el niño dedicándole una sonrisa a Sven.-Hoy Sophie me va a cuidar todo el día, se lo ha dicho mi papá. Me llamo Sean.

-Encantado, Sean. Yo soy Sven.-contestó él flipando. Después, volviéndome a mirar, añadió:-Bueno, ya me explicarás qué se han metido para dejarte a ti a cargo del niño…

-Ni yo misma lo sé…

-Sven, ¿eres el marido de Sophie?

La repentina pregunta de Sean hizo que los dos empezáramos a reír casi histéricamente ante la mirada confusa del niño.

-Oh, no, Sean… Sophie no es mi esposa, ni mi novia, ni nada…-contestó Sven cuando recobró el aliento.-Somos amigos solamente.

-Además de que yo tengo el suficiente buen gusto para no estar con él…-añadí yo.

-¿Cómo?

-Déjalo, Sean, son cosas de mayores…

-No me gusta que me digan eso.-respondió enfadado.-Todo el mundo me dice eso.

-Bueno, está bien… Pues no te lo diré…-suspiré. Después, volviéndome hacia mi compañero, añadí:-Sven, tío, hazme el favor y échale un ojo durante cinco minutos, necesito ir a cambiarme los calcetines y las zapatillas: los tengo empapados después de la carrera que me he pegado para comprar un par de paraguas a una tienda de pakistanís.

-Casi se cae por la acera.-añadió Sean con una sonrisilla.-Y le ha tirado el café a un señor que iba caminando.

-¿En serio? Es que Sophie siempre ha sido un poco desastre…-rió Sven.

-Gracias por la aclaración, Sven…-refunfuñé entre dientes antes de darme media vuelta y dirigirme a mi habitación.-¡Ojo con lo que haces con el niño!

-Descuida, lo cuidaré muy, muy bien. Tengo mucha mano con los niños aunque no lo parezca.

Pese a que lo dudaba muchísimo, me dirigí hacia mi habitación: al fin y al cabo sólo iban a ser unos pocos minutos, así que no tenía por qué preocuparme. Me cambié el calzado rápidamente y me encaminé de nuevo al comedor, dispuesta a proponerle a Sean hacer cualquier cosa para entretenerle. Aún estaba por el pasillo cuando escuché como Sean y Sven cantaban alegres una cancioncilla. Pese a la sorpresa inicial, sonreí: a lo mejor Sven tenía razón y no se le daban mal los críos…  No obstante, cuando me acerqué un poco más y pude escuchar lo que estaban cantando, se me borró la sonrisa de la cara inmediatamente. Y es que, lo que en un principio parecía la inocente canción de Popeye el Marino, era una jodida versión adulterada que los dos estaban cantando a voz en grito.

-Popeye el Marino soyyyy, detrás de las viejas voyyyy, les meto la mano y me dicen marrano, Popeye el Marino soyyyyyyyyyyyyyyyyy.

-¡¿PERO SE PUEDE SABER QUÉ ES LO QUE ESTÁIS CANTANDO?!-grité hecha una furia a la vez que entraba con un torbellino en el comedor.-¡SVEN! ¿TE PARECE BONITO ENSEÑARLE ESO AL NIÑO?

-Oh, Soph…-se quejó mi compañero.-Es sólo una cancioncilla inocente. Sean y yo nos lo estábamos pasando muy bien.

-Es verdad, Sophie, es una canción divertida.-sonrió el pequeño truhán que hasta hacía diez segundos había estado cantando como un descosido.

-No es divertida, Sean.-repliqué yo.-Ni se te ocurra cantar eso delante de tus padres o te van a castigar, ¿me entiendes?

-Sí, entendido.-contestó el niño poniendo cara de afligido.

-Mira lo que has hecho, Soph… Has puesto triste al chaval.-dijo Sven pasándole la mano por el hombro.-Anda, colega, no te pongas mal y no le hagas caso a Sophie, que es una rancia.

Juro que en ese mismo momento hubiera matado a Sven allí mismo, sin importarme para nada que un niño de cuatro años fuera testigo de mis crueles actos. Pero justo en aquel momento, el timbre de la puerta sonó y le salvó la vida.

-Voy a abrir. Va a ser un segundo, Sven. Y como se te ocurra enseñarle algo más al niño, te mato. Lo juro.-dije arrastrando las palabras.

No me esperé ni siquiera a que dijera nada, simplemente salí de allí con un cabreo monumental y abrí la puerta del apartamento sin ni siquiera preguntar quién era.

-¡SOPHIE, QUERIDA!

¿Nunca habéis experimentado esa sensación de abrir la puerta y querer volverla a cerrar en el acto delante de las narices de vuestra visita inesperada? Pues bueno, eso mismo sentí yo nada más vi allí plantada ante mi portal a mi madre. Y lo peor de todo era que no venía sola: venía acompañada por mi abuela, una auténtica vieja loca y sorda como una tapia.

-Ay, Dios mío…

-¿Cómo que Dios mío? ¿Acaso mi niña no se alegra de ver a su querida madre?-dijo entrando sin más en casa.-Por cierto, no me gusta la costumbre que tenéis en este edificio de dejaros la puerta de abajo abierta de par en par. Estáis en Nueva York, cualquier día os podría entrar un asesino o un violador o una pandilla de drogadictos de ésos….

-Tú siempre tan positiva, mamá…-dije de mala gana antes de volverme hacia mi abuela.-Por cierto, abuela, ¿cómo te encuentras?

-Sí, sí, tranquila que ahora cierro la puerta…-me contestó mi abuela.

-Es que se ha puesto un poquitín más sorda en los últimos meses…-me aclaró mi madre con un susurro a mi lado.-Pero tú síguele la corriente y ya está.

Asentí lentamente, aún asimilando lo que me podía deparar aquella visita. Seguro que más de un director de comedias se habría matado por poder tener en esos momentos una cámara en mi casa y grabar el colmo del surrealismo.

-Y bien, hija, ¿no nos vas a invitar a entrar?-inquirió mi madre de repente.-Mira que yo no te he enseñado nunca a ser tan mala anfitriona…

-Ya estáis dentro, mamá.-contesté con sarcasmo.

-¡Ay, qué chica!-exclamó entrando en el comedor, sin permiso ni nada, seguida por mi abuela.-¡Sophie! ¡Hay un niño aquí con Sven!

Entré y me puse a su lado.

-¿En serio? Ya le decía yo a Sven que teníamos tanto polvo aquí que al final nos iba a crecer algo…

-No seas descarada.-me recriminó mi madre.-Un momento… ¿este niño es el hijo de…?

-Sí, es él.-contesté sin demasiadas ganas.

-Sophie…-dijo de repente Sean.-Creo que la señora vieja está triste.

Nos quedamos mirando como el niño señalaba a mi abuela. Fue entonces cuando nos percatamos de que había empezado a lanzar leves sollozos a la vez que un par de lagrimones surcaban su rostro.

-¿Pero qué te pasa, mamá?-le preguntó a los gritos mi madre.

-¿Por qué nadie me dijo que Sophie estaba casada y ya tenía un hijo?-lloriqueó.-¡Yo quería ir a la boda!

-¡Abuela! ¡Que no es mi hijo!-grité.-¡Es el hijo de mis jefes!

-¿Y a mí qué más me da que sea canijo y que tenga un herpes?-preguntó limpiándose las lágrimas con un pañuelo de tela de lo más rococó que se había sacado del bolso.-¡Yo lo hubiera querido igual!

-Pero…

-No le hagas caso, Sophie, síguele la corriente que no se entera.-me cortó mi madre sin darle más importancia al asunto.

Solté un bufido resignada y me dejé caer en el sofá al lado de Sean y Sven.

-Ese niño no se le parece en nada al padre…-masculló de pronto mi abuela mirando primero a Sven y después a mí.-Uno rubito y el otro con el pelo oscuro. Y los ojos… No se parece en nada…

-¿Se puede saber qué es lo que habéis venido a hacer aquí, mamá?-pregunté tratando de ignorar a mi abuela, que continuaba mirando con suspicacia a Sean y a Sven.

-Venía del médico con la abuela y pasaba por aquí…

-Mamá, al grano.

-Vale, está bien, está bien… He venido hasta aquí adrede después de llevar a la abuela al médico.

-Sophie, hija…- interrumpió de repente mi abuela.-¿Estás segura de que no te dio algún susto ningún vecino? Porque es que lo miro y no se parece en nada al padre…

Intenté pasar por alto el comentario de mi abuela y la risa de Sven y miré a mi madre de nuevo, instándole a continuar.

-Ayer creo que te vi un poco afectada por todo ese asuntillo que hablamos…

-¿Asuntillo? ¿Llamas a todo eso “asuntillo”? ¡Mamá, por favor!

-Oh, vamos, no te pongas dramática… Si supieras quién fue tu padre no te mostrarías así de susceptible…

-Oye, chico…-iba diciendo mi abuela mirando a Sven.-¿Tú te fías de mi Sophie completamente? Porque este niño y tú…

-Como te iba diciendo, Soph, si supieras quién es tu padre no estarías tan enfadada.-siguió mi madre. La verdad era que aquella conversación se estaba haciendo muy difícil con mi abuela de fondo diciéndole cosas raras a Sven y éste partiéndose de risa sin saber qué decir.-No es que fuera la gran cosa, pero te aseguro que mejor que ése al que tú llamas padres, era. Atento, simpático, alegre, sabía complacer a las mujeres…

-Mamá, de verdad, no me apetece saber quién es mi padre.-le corté poniendo cara de asco al ver los caminos que podía tomar aquello.-Por muchas cosas que fuera, te aseguro que no…

-Vamos, no seas amarga.  ¡Si hasta te había traído una foto suya para que lo vieras! Se llamaba…

-¡Te he dicho que no quiero saber nada!-le corté enfadada.-¡Ni me interesa cómo se llamaba, ni qué hacía, ni quiero ver su maldita foto!

-¡Pero hija! ¡Pensaba que…!

-Nada, mejor que no pienses nada.

-¿Qué es lo que tienes que prensar?-inquirió de repente mi abuela mirando a mi madre extrañada.

Lancé un sonoro bufido, cansada por todo aquello.

-Está bien, como quieras.-dijo mi madre poniéndose en pie casi de repente.-Yo lo hacía con buena voluntad, pero veo que tú no lo ves así. De todos modos, te voy a dejar aquí mismo la foto que te he traído, por si te lo repiensas y quieres verle la cara a tu padre.

Antes de que a mí me diera tiempo a reaccionar, se sacó del bolso una pequeña fotografía y la dejó sobre el pequeño aparador que teníamos. Al menos, tuvo la delicadeza de dejarla boca abajo.

-¡Quita eso de ahí!

-No me da la gana.-me contestó mi madre con determinación.-Ale, nos vamos. Venga, mamá, vámonos.

Empezó a caminar hacia la salida. Mi abuela, esta vez sí, captó el mensaje a la primera y la siguió.

-Volveré otro día a conocer a tu hijo.-me dijo cuando pasó por mi lado. Después, bajando la voz, añadió:-Y deberías decirle a tu marido la verdad, que se nota mucho que no es suyo, picarona.

-¡Que no es mi hijo!

-Y dale con lo de que es canijo. El niño está muy guapo, no le digas eso.

-¡Mamá! ¡Nos vamos!-le apremió mi madre ya casi desde la puerta del apartamento.-Y tú Sophie, si algún día te decides a conocer la verdad sobre todo esto, me lo dices.

-¡Jamás querré hacer eso!-casi grité.

-Lo que tú digas… En fin, adiós.

Aún no había acabado de decir eso y ya había cerrado la puerta tras de sí. Cabreada, me volví de nuevo hacia Sean y Sven.

-¿Por qué estás enfadada, Sophie?-quiso saber Sean.

No pude evitar sonreírle.

-Porque mi mamá y mi abuela están locas de remate.-contesté pasándole la mano por el pelo.

-Ya lo he visto. Están muy locas.-me confirmó él. Y si hasta un niño de cuatro años era capaz de ver eso, no iba a ser yo la que iba a negar la evidencia.

-Ey, Sven…-le dije a mi compañero de piso después de soltar una risita por la contestación de Sean.-Hazme un favor y tira eso que ha dejado mi madre ahí, que no lo quiero ver…

-Por supues…-sus palabras se vieron interrumpidas por la musiquilla del programa de televisión que iba a empezar.-¡Eh! ¡Adoro este concurso!

-¡Mi papá también lo ve!-exclamó Sean.

-Tu papá sabe lo que se hace, colega.

Negué con la cabeza y la apoyé sobre el respaldo del sofá. Bueno, ya me desharía yo de esa maldita foto… Pero eso sería más adelante, en esos momentos necesitaba un descanso. Y tanto que lo necesitaba.

************************************************

Llamé a la casa de los Lennon a las seis en punto, tal y como me había dicho John esa misma mañana. No tardó demasiado en abrir él mismo. Detrás de él estaba Yoko, con su sempiterna mirada indescriptible que tanto me incomodaba.

-¡Ey, campeón!-exclamó nada más vio a su hijo. El niño, por su parte, salió disparado hacia él y John lo agarró en brazos.-¿Cómo te lo has pasado?

-Muy bien.-contestó Sean con una sonrisa de oreja a oreja.-Hemos ido al parque, me he hecho amigo de Sven que es el amigo de Sophie, he conocido a unas señoras locas de remate…

-Esas señoras eran mi madre y mi abuela…-me apresuré a contestar cuando vi la casa que pusieron John y Yoko cuando el pequeño dijo eso.-En realidad son buena gente.

-Ah, perfecto.-sonrió John volviéndose hacia mí.-¿Y qué tal se ha portado? ¿Ha dado mucha guerra?

-No, no, tranquilos, se ha portado genial.

-¿Podrá venir Sophie a cuidarme todos los días?

-¡No!-exclamamos John, Yoko y yo casi al unísono.

-Pero…

-Ya te cuida Misako, cariño.-le contestó Yoko.-Y Sophie tiene trabajo aquí en casa.

-Exacto.-le dije yo. Después, acordándome de repente de algo, rebusqué en mi bolsillo y le tendí un pequeño fajo de billetes a John.-Por cierto, aquí está lo que me ha sobrado de lo que me has dado esta mañana. No hemos gastado mucho, así que…

-Oh, quédatelo.-contestó él encogiéndose de hombros.-Tómatelo como una pequeña propina por el favor.

-Pero…

-Insisto.

Por toda respuesta, me encogí de hombros y volví a guardarme el dinero en el bolsillo. A fin de cuentas no estaba bien llevarle la contraria al jefe, ¿no?

-Vale, pues gracias.-sonreí.-Si no necesitáis nada más de mí…

-Puedes irte si quieres.-dijo Yoko no sabría decir sin con frialdad o no.

-Gracias, Sophie.-añadió John.

-Gracias a vosotros por la propina.-contesté antes de darme la vuelta.-Adiós.

-Hasta mañana.

Me fui de allí con una sonrisa sin saber muy bien por qué. Tal vez fuera por los ochenta dólares que me había llevado por la cara, tal vez porque a fin de cuentas el día no había sido tan desastroso como yo había esperado y Sean había llegado sano y salvo a casa. No tenía ni idea, pero tampoco me importaba saberlo. Lo importante era que me sentía bien pese a todo. ¿Qué más se podía pedir?






Hola, hola, hola! Qué tal estáis? Bueno, pues aquí mi regreso, con este capi largo que espero que os haya gustado porque me ha costado de escribir lo que no está escrito... En fin, que no tengo yo mucho tiempo, así que bueno, me voy despidiendo ya. Muchas gracias por leer y sobre todo por molestaros en comentar, que ya sabéis que me encanta leer vuestras opiniones y comentarios!

Espero que estéis genial! BESOTES!!!! Mua, mua, muaaaaaaaaaaaa!

lunes, 21 de abril de 2014

DAKOTA Capítulo 5: Calvo, gordo y feo

Bien, vayamos por partes. Si alguna vez alguien os propone trabajar en un lugar en el que penséis que todo va a ser desenfreno, no lo aceptéis: es una trampa. Sí, sí, una trampa digo, básicamente porque lo más normal será que os ocurra como a mí cuando me puse a trabajar en casa de los Lennon: muy bonito en tu mente antes de que empieces, pero en realidad, cuando llegas te encuentras con un trabajo de lo más normal, corriente y moliente. ¿Os extraña? No debería. En casa de los Lennon el desenfreno brillaba por su ausencia. ¡Ignorante de mí! Yo que me había imaginado en medio del epicentro del rock and roll con todo lo que eso implicaba y parecía que me hubiera metido en un convento de carmelitas descalzas… Bueno, tampoco exageremos, en un convento exactamente tampoco, más que nada porque en los conventos no hay chavalines de cuatro años correteando por ahí y maquinando diabluras en su pequeña y aparentemente inocente mente, ni tampoco puede olerse de cuando en cuando el tufillo de la marihuana saliendo de la habitación principal.  Pero quitando estas dos cosas, tampoco creáis que la diferencia era tan grande. De hecho, era todo tan poco desenfrenado que, cuando en ocasiones escuchaba a John Lennon rasgar su guitarra desde una habitación, imaginaba que de repente iba a  aparecer correteando y saltando por el pasillo del Dakota mientras cantaba con la guitarra la canción de Sonrisas y Lágrimas con Sean y Yoko detrás. Por suerte para mi salud mental esa escena surrealista jamás llegó a producirse.

Pese a todo, más valía tener un trabajo aburrido que no tenerlo. Sorprendentemente después del incidente de la chocolatina nadie me había despedido. Afortunadamente, parecía que ni Rosaura ni Misako me habían delatado a los jefes, con lo que continuaba trabajando en el Dakota.

No sabía muy bien por qué, pero el hecho de que no me descubrieran, parecía cosa de Rosaura. Y es que, desde el día siguiente a lo de las chocolatinas, la gallega había empezado a tratarme con una especie de complicidad un tanto extraña; es más, incluso podría haber jurado que le hacía gracia. Tal vez ella también entendiera mi noble causa de no dejar a ningún niño sin chocolate, pese a que hubiera tenido que limpiar las manchas que Sean había hecho en la pared del pasillo. Fuera como fuera, jamás llegué a enterarme de ese cambio de actitud hacia mí, pero la verdad es que se lo agradecí en lo más profundo de mi alma.

Por el contrario, Misako era la cara opuesta de la moneda. La mini Bruce Lee parecía haberme pillado una manía y un asco tremendo y cada vez que tenía ocasión me lanzaba unas miradas asesinas que hacían que me cagara de miedo. Por si no fuera poco, cuando estaba con Sean se las ingeniaba para que el niño no se me pudiera acercar a menos de diez metros, pero al enano le importaban poco estas prohibiciones y cuando le daba la gana se acercaba sin más como había hecho siempre. Eso sí, cuando Misako no miraba.

Por lo demás, el trabajo era una sucesión de rutinas casi tediosas: todos los días lo mismo y poco más. Con los jefes, apenas tenía trato. Pese a que John se pasara la mayor parte del tiempo en casa, rara vez solía cruzármelo y, con Yoko, que casi nunca estaba, apenas me había encontrado un par de veces. Parecían distintos, esos dos, tanto que a veces me sorprendía preguntándome cómo coño podían formar una pareja estable. Él tenía una actitud bastante desenfadada y parecía que todo, excepto el niño, le importara un pimiento, aunque muchas veces te lo encontraras caminando por los pasillos taciturno y meditativo; ella, por su parte, parecía tenerlo todo bajo control, no se le escapa ningún detalle y lo dirigía todo a través de una batuta invisible que nos dominaba a todos. Tal vez ahí estaba la clave del éxito: ella decía y a él se la sudaba todo y se dejaba hacer, aunque a decir verdad jamás lo llegaré a entender.

Era viernes y hacía una de esas mañanas soleadas de finales de invierno en las que te entran unas ganas locas de salir a la calle y pasarte las horas muertas paseando sin más; o sea, que te apetece hacer de todo menos el quedarte dentro de un sitio. Pero como la realidad se parece poco a nuestros deseos (al menos, en mi caso), allí estaba yo, limpiando una de las numerosas habitaciones de casa de los Lennon e intentando olvidar el hecho de que, cuando por fin pudiera salir de allí, ya habría anochecido y aquella feliz mañana soleada habría pasado a la historia. De hecho, incluso me puse a filosofar para tratar de no acordarme de eso y no ponerme de mala leche. Y filosofar para mis adentros sobre el sentido de la vida tenía un gran riesgo para mí: que no me enteraba absolutamente de nada de tanto que me metía en mis propios pensamientos.

-¿Te pasa esto muy a menudo?

Sobresaltada puesto que pensaba que estaba sola, me di la vuelta de repente para ver a un John Lennon que me miraba con cara de extrañado a escasos pasos de mí.

-¿Me pasa el qué?-pregunté aún confusa sin saber a lo que se estaba refiriendo.

-El quedarte en estado catatónico como ahora.-me contestó esbozando una sonrisa burlona.-Hace un rato que te estoy hablando y no te enteras.

-Eh… Bueno, estaba metida en mis cosas, lo siento.-balbuceé mientras notaba como los colores se me subían a la cara.-¿Qué quería?

-Oh, por favor, no me hables de usted…-dijo, incluso podría decirse que algo molesto.-No quería nada, sólo te estaba diciendo que buenos días, pero como he visto que estabas así, he continuado hablándote a ver si reaccionabas. La verdad es que me hacías mucha gracia.

Nada más dijo aquello sentí que mi cara se ponía de un color rojo más intenso que el de la sopa de tomate. A saber qué mierdas me había estado diciendo mientras mi mente vagaba por otros mundos…

-Es que… A veces cuando me pongo a pensar me evado del mundo.-le aclaré en un desesperado intento por salvar mi reputación.

-Y tanto que te evades.-rió.-Parecía que estuvieras en medio de un viaje astral o alguna cosa rara de ésas. Pero si te parece, empecemos de nuevo… Buenos días, Sophie.

-Buenos días.-mascullé.

-Es un bonito día, ¿no crees?

-Bonito, sí.-confirmé.-Una mañana soleada de esas en las que te pasarías el día en la calle.

-En definitiva, una mañana en la que desearías estar haciendo de todo menos trabajando, ¿no es así, Sophie?

-¡No!-me apresuré a exclamar antes casi de que lo acabara de decir. Oh, mierda, el muy cabrón me había pillado, pero no debía admitir eso jamás delante del jefe.-Bueno… No quería decir eso.

-No te apures, mujer, sólo estaba bromeando.-rió él sentándose para mi sorpresa en la cama que había en el centro de la habitación.

Le lancé una mirada de reojo, todavía apurada. El tío parecía dispuesto a quedarse allí y yo no sabía muy bien si irme y dejarlo solo o seguir con la tarea que me había mandado Rosaura.

-¿Quiere que me vaya a otra habitación o…?

-¡Oh, no, no, qué va! Sólo me he sentado aquí porque me apetecía. Sigue con lo tuyo-contestó.-Y por cierto, te he dicho que me tutees. Tampoco debo ser mucho más mayor que tú.

-Eh… bueno.-dije sin pensarlo mientras lo observaba: no había sido nunca fan suya y se me escapaba la edad que pudiera tener, pero la verdad es que parecía mucho más mayor que yo.

John se quedó mirándome sorprendido. Fue entonces cuando me di cuenta de que, de nuevo, acababa de meter la pata hasta el fondo. A este paso me iban a dar un máster en cagarla delante de él.

-¿Cómo que “bueno”? ¿Acaso crees que soy un viejo?-rió de repente. Respiré aliviada: al menos se reía, pero a veces las risas tampoco auguran nada bueno.

-No, no, no.-contesté rápidamente, obviamente mintiendo.-No quería decir eso… Yo…

-No des excusas.-volvió a reír.-Ya no cuela.

-Oh, mierda…-mascullé.-Lo siento, de verdad.

-No lo sientas.-sonrió él.-Al fin y al cabo no me queda mucho para llegar a los cuarenta…

Lo miré sin contestar y volví a fijar la vista en mi tarea, sorprendida de que no llegara aún a la cuarentena.

-¿Tú cuántos años tienes, Sophie?-quiso saber de repente después de unos instantes de silencio.

Me volví de nuevo hacia él antes de contestar.

-Veintiocho.

-Entonces tengo once años más que tú. Sólo once.-rió remarcando la última frase.

-Tienes razón, tampoco es taaaanto.-sonreí antes de volverme a girar para seguir con lo mío. Pese a que me apetecía seguir charlando con él (cualquier cosa antes que seguir limpiando el polvo), no era plan de dejar de trabajar. Al fin y al cabo, John era el jefe y supuestamente esperaba eso de mí.

-Eh… Sophie…-masculló John de nuevo al cabo de unos segundos.-¿Tú has leído lo que dice la prensa últimamente sobre mí?

Dejé la figurita extraña que estaba limpiando sobre la estantería casi en el acto ante lo insólito de la pregunta.

-Eh… La verdad es que no.-contesté extrañada, sincera. Pasaba mucho de la prensa, la verdad.

-Oh, vaya…-masculló John.-Yo sí. Y la verdad es que me da por pensar…

-¿Qué dice?

-Chica curiosa, ¿eh?-dijo antes de soltar una risita entre dientes.

-¡Pero si has sacado tú el…!-empecé a quejarme casi en un acto impulsivo. No obstante, me callé antes de terminar: no estaba ante Sven o cualquiera de mis amigos, estaba ante el tipo que me pagaba y al que, según un fajo de normas de las que pasaba olímpicamente, no podía ni siquiera mirar.-Eh… Perdón, lo siento.

-¿Cuántas veces pides disculpas al día, Sophie?-preguntó él, burlón.-Tienes razón, he sacado yo el tema, así que me parece justo contestar a tu pregunta.

John hizo una pausa antes de seguir. De repente, se puso serio, desvió la mirada hacia la pared y lanzó un suspiro casi imperceptible. Yo no creí oportuno interrumpirle: estaba claro que no esperaba que le dijera nada.

-Dicen que estoy acabado.-murmuró al cabo de unos instantes.-Que he dejado la música porque ya no tengo ideas, que si no salgo apenas de esta casa será por algo.

-Eh… La gente dice muchas tonterías cuando no sabe de qué está hablando.-contesté un tanto titubeante ante el giro radical de la conversación. A decir verdad tampoco tenía muy claro si John esperaba alguna respuesta de mí o no, pero en aquellos momentos lo vi tan sombrío que me pareció necesario decirle aquello.

-¿Tú crees?-preguntó esbozando una sonrisilla amarga volviendo a fijar la vista en mí.-Hay algunos por ahí que incluso han llegado a decir que me he retirado de la vida pública porque me he puesto gordo y calvo.

-Entonces mi teoría se confirma. Sólo dicen gilipolleces.-dije con determinación.-Ni caso, créeme.

Por toda respuesta, John sonrío antes de ponerse a hurgar en el bolsillo de su pantalón. No tardó demasiado en sacar una cajetilla de tabaco de una marca que desconocida para mí.

-¿Te apetece uno?-me preguntó de pronto mostrándome el cigarrillo que acababa de sacar de la cajetilla.

-Bueno… yo… se supone que estoy trabajando…-dudé.

-¿Y quién te va a reñir? ¿El jefe?-rió él.-Anda, siéntate y fuma un poco.

Me quedé mirándolo, a él y al tentador cigarrillo que me ofrecía, debatiéndome en si obedecerle o no. No obstante, mi parte amante del vicio pronto se apoderó de mí y, cuando menos me lo esperaba, me encontré sentada a su lado con aquel cigarrillo entre las manos.

-¿Sabes? A veces siento la necesidad de que debería volver…-siguió con su monólogo mientras me daba fuego.-Estar aquí encargándose de Sean está bien, pero necesito algo más, no sé si me entiendes.

-Y tanto que te entiendo… El ansia de sentirse realizado.-mascullé yo pensando en mi triunfal carrera de filósofa que había terminado de aquella manera. Después, le di una profunda calada al cigarrillo. Era fuerte, pero bueno. Jamás había probado ese tabaco.-¿Qué cigarrillos son estos?

-Gitanes.-contestó.-Son franceses. Lo mejor que se puede encontrar por aquí para los que nos gusta el tabaco fuerte…

-Vaya, procuraré acordarme.-dije volviendo a darle otra calada.

Hubo unos segundos de silencio, pero no incómodo: ambos estábamos fumando, tranquilos, cada uno absorto en sus pensamientos. La verdad es que el tipo aquel era un tipo cercano, un tipo con el cual experimentaba cierta conexión extraña que no era capaz de entender muy bien… todavía.

-¿En serio dicen que estás gordo?-pregunté de repente casi sin ser consciente de ello.

John se volvió hacia mí y asintió con una media sonrisa.

-Así es.

-Menuda chorrada…-dije.-Se nota que no te han visto… ¡si estás que pareces salido de un campo de concentración!

-Oh, vaya, gracias por el piropo.-rió haciendo que yo, de nuevo, me pusiera roja como un tomate. Aquello era peligroso: John me estaba inspirando tanta confianza sin saber por qué, que me estaba resultando demasiado fácil meter la pata cada dos por tres.-Primero me llamas viejo y ahora esto. Sophie, eres una máquina de subir la autoestima de las personas.

-Yo sólo…  Bueno que…

-Antes de que lo hagas, te diré algo: no te vuelvas a disculpar.-sonrió.-Sólo bromeaba. Y sí, dicen eso de mí. Eso y que estoy calvo. Y feo.

-Y seguro que eso lo ha escrito un tipo calvo, gordo e increíblemente feo.-dije aliviada porque la tensión se había relajado. No obstante, aún podía sentir como la cara me ardía después de mi última metida de pata.

-Creo que sí.-sonrió él.-Pero aún así… No sé, me jode que digan eso de mí.

-Supongo que no debe ser muy agradable que en los periódicos se diga que estás hecho un esperpento… Y menos si no es cierto.

-No lo es, te lo aseguro.-suspiró antes de darle una calada a su cigarrillo.-Pero bueno, ésta es la mierda de ser famoso: todo el mundo se cree con derecho a opinar sobre ti y a juzgarte. A veces me dan ganas de cambiar mi vida por la de cualquiera…

-¿Me la cambias a mí?-me atreví a bromear cuando vi que la cosa se estaba poniendo más seria de lo normal.

-Cuando gustes.-sonrió. Estuvo unos segundos así, aguantándome la mirada. Entonces, de repente, desvió sus ojos de nuevo y se levantó de la cama de repente.-Perdona por haberte contado todo esto… Pensarás que soy un loco o un pesado o yo qué sé, pero créeme, necesitaba contárselo a alguien. Gracias por escucharme.

-Tranquilo, no pasa nada.-le contesté levantándome yo también.- Y gracias a ti por el descanso y el cigarrillo.

-De nada.-contestó.-Por cierto, me caes bien, empleada.

-Y tú a mí también, jefe.-le seguí la broma.

John me dedicó una sonrisilla y, a continuación salió de la habitación, silbando una cancioncilla. Me quedé allí plantada durante unos segundos, observándolo… ¿cómo podía ser que un tío con el que apenas había cruzado antes un par de frases de repente se me antojara como un viejo amigo de toda la vida?

Pero en fin, fuera como fuera, lo mejor sería que volviera al trabajo y me dejara de reflexiones extrañas, que ya había perdido demasiado tiempo. Y así lo hice.

****************************************

Lo mejor del mundo después de un día de trabajo duro es, sin lugar a dudas, volver a casa. Más aún si a ese día de no parar se le ha unido una situación extraña como servirle de confesora al jefe como me había pasado a mí. Y así, con ese alivio que proporciona el saber que ya vas a poder descansar o hacer lo que te dé la gana hasta el día siguiente, abrí la puerta de mi apartamento. Infeliz de mí, no sabía que lo que menos haría sería relajarme…

-¡Soph!

Me quedé mirando a Sven, que había aparecido rápidamente nada más había escuchado el ruido de la puerta. Tenía los ojos abiertos como platos y cierta expresión asustada. Aquello no me auguró nada bueno.

-¿Qué pasa?-pregunté intrigada en lugar de saludarle.

-Pasa que tienes visita…-susurró.

-¿Visita yo? ¿Quién?

Sven no necesitó responder a aquella pregunta: en ese preciso instante, casi como si hubiera estado esperando mi pregunta, apareció ella por la puerta del comedor. Su sonrisa falsa se extendía de oreja a oreja y su pelo exageradamente cardado y teñido esta vez de rojo sangre combinaba a la perfección con el carmín que llevaba en los labios.

-¡Sophie, cariño! ¡Cuántas ganas tenía de verte!

-Hola mamá.-dije sin poder evitar abrir la boca por la sorpresa de encontrarme allí a mi madre. Que no nos llevábamos demasiado bien era algo más que evidente y en raras ocasiones venía a visitarme.-¿Qué haces aquí?

-Oh, Sophie…-dijo acercándose hacia mí.-¿Es que necesito algún motivo para venir a visitar a mi hija favorita?

-Soy tu única hija.-le contesté sin entusiasmo.-Y si quieres que te diga la verdad, en tu caso, sí, tal vez necesites algún motivo para venir a verme…

-Hay que ver cómo eres… No cambiarás nunca. Bueno, ven que te dé un beso.

No hizo falta que fuera, vino ella y me estampó un sonoro beso en la mejilla. No me podía ver en un espejo, pero estaba segura de que me acababa de dejar la cara toda pintarrajeada del color rojo de su pintalabios.

-Tienes mala cara…-continuó diciéndome mientras me miraba.-Y esos pelos… deberías cuidártelos un poco más. Tengo unas mascarillas que seguro que te irían bien para resaltar esa belleza que te empeñas en ocultar y que….

-Mi pelo está bien, mamá, no quiero ninguno de los potingues que te pones tú.-le corté.-Y traigo mala cara porque estoy cansada.

-Ese trabajo, ¿verdad?-preguntó poniendo cara de pena.-Ya te dije que estudiaras derecho, cariño, pero como eres una cabezota…

-No empecemos con eso ahora, ¿quieres?

-Mi Sophie siempre tan arisca…-sonrió pasándome una mano por el pelo.-Pero bueno, al menos ahora estás trabajando con los Lennon… Ay, ese chico siempre me ha gustado. Muy guapete, la verdad…

-Mamá, ése al que tú llamas guapete es mi jefe.

-Pese a que sea tu jefe no deja de ser un chico muy apañado.

Bufé con fastidio. ¿Por qué las conversaciones con mi madre siempre tenían que ser tan de besugos? Era mi madre, me había traído al mundo y no estaba bien que yo sintiera ganas de meterle la cabeza en el inodoro y tirar de la cadena, pero sin embargo, era algo inevitable cada vez que cruzaba más de cuatro palabras seguidas con ella.

-Bueno, dejemos estar ahora mi trabajo y pasemos al comedor.-dije de repente dando por zanjado aquel tema.-Tengo ganas de sentarme ya.

Sin esperar siquiera a que nadie me contestara, entre en el salón y me tiré sobre el sofá de un modo muy poco femenino que hizo que mi madre, que venía tras de mí con un asombrado Sven, soltara un suspiro de resignación.

-Bueno, mamá…-solté cuando los dos se hubieron sentado también.-Supongo que ya no hace falta que disimulemos más… ¿Qué es lo que quieres?

-Algún día me gustaría saber por qué eres así conmigo…-suspiró con aires melodramáticos. No obstante, la conocía demasiado bien como para saber que estaba fingiendo y que, en realidad, mi carácter y mi actitud le importaban un pimiento.-Pero en fin, esta vez tienes razón: he venido aquí para decirte algo importante.

No pude evitar dibujar una sonrisilla de autosuficiencia en mi cara. ¡Si es que ya sabía yo que una visita suya no se producía porque sí, sin más!

-Pues tú dirás.-dije.

Mi madre agarró aire y soltó otro inmenso suspiro antes de hablar.

-Sophie, cariño… Verás, he conocido a alguien.

Borré de inmediato la sonrisilla petulante de mi rostro nada más escuché aquello y la miré con incredulidad.

-¿Cómo? ¿Cómo que has conocido a alguien?

-Sí, hija, sí…-respondió en tono cansado.-He conocido a un hombre, tampoco es tan extraño, ¿no?

Abrí la boca por la sorpresa.

-Pe… pe… ¡pero mamá!-exclamé-¿Cómo que un hombre? ¿Y… y papá?

-¡Ya sabía yo que ibas a salir con eso!-dijo con indignación.-Es obvio que he pedido el divorcio.

-¡¿Obvio?!-casi grité.

-Por supuesto que es obvio, Sophie.-me contestó con vehemencia.-No voy a seguir con él si estoy con Gilbert…

-Espera un segundo que me aclare…-balbuceé aún fuera de juego por el shock de la noticia.-¿Vas a dejar a papá por un amante?

-No sé de qué te escandalizas, hija…-suspiró mientras se sacaba un cigarrillo de la pitillera y se lo encendía.-Te hacía más abierta de mente…

-Pero…

-No hay peros que valgan.-siguió antes de darle la primera calada a su cigarrillo.-Tu padre siempre ha sido un mequetrefe. Y una mujer a veces necesita de… un hombre, ya me entiendes.

Reprimí una mueca de asco cuando dijo aquello. Por supuesto que la entendía, aunque hubiera preferido no hacerlo.

-¿Cómo que un hombre? ¡Papá es un hombre!

Mi madre soltó una carcajada nada más dije aquello.

-¿Un hombre?-preguntó irónica.-Cariño, no me hagas reír… Si yo te contara…

-Mejor no me lo cuentes.-me apresuré a cortarla: lo último que quería en esos momentos era escuchar relatos sobre la vida sexual de mis padres. Sólo de pensarlo me entraban arcadas.

-Como quieras, hija… Aun así creo que en lugar de escandalizarte como una vieja rancia, deberías alegrarte por mí: Gilbert es atento, elegante, atractivo y tiene su propia empresa. Y es un hombre.

La escuché decir aquello alucinada. O sea, que mi madre iba a dejar a mi padre por un tipo con dinero y que según ella follaba mejor. Asqueroso en todos los sentidos.

-Pero… ¿y qué va a ser de papá?-pregunté sin saber muy bien qué decir. En realidad, también era una preocupación sincera: mi padre siempre había sido muy poca cosa y aquello seguro que le caía como un inmenso jarro de agua fría.

-Eso ya no es mi problema, hija.

-¡Eres una egoísta!-exclamé furiosa.-¿Te has parado a pensar que quizá él te necesite? ¡Vas a dejar a papá hecho una piltrafa!

-Papá, papá, papá… Siempre papá…-masculló mi madre de mala gana.-Toda la vida lo has defendido.

-Porque quizá lo necesitara.

-Ay, hija, deberías dejar de defenderlo tanto…-dijo con calma mirándome a los ojos. Después lanzó un suspiro y añadió:-A fin de cuentas, ni siquiera es tu padre.

Si en aquellos momentos alguien me hubiera dado una puñalada, seguro que no hubiera ni siquiera sangrado. Me quedé lívida, más blanca que la pared, intentando asimilar lo que me acababa de soltar como si tal cosa.

-¿Q… qué?-tartamudeé al cabo de unos instantes.

-Que ése al que tú llamas papá ni siquiera es tu padre de verdad.-respondió con total tranquilidad.-Ya te he dicho que jamás se comportó como un hombre.

-Esto no puede estar pasando…-murmuré.-¿Hablas en serio?

-Totalmente en serio, hija.-contestó. Su rostro evidenciaba que no se trataba de ninguna broma pesada: aquello era verdad, y tan verdad.-Ya era hora de que lo supieras… Pensaba que con el tiempo te darías cuenta de que no te pareces en nada a él, pero veo que no.

-Oh, Dios mío…-susurré casi en estado de shock.

-Conocí a tu verdadero padre a principios del 50, cuando trabajaba como camarera en el puerto.-empezó a explicar mi madre aunque yo no se lo hubiera pedido.-Era simpático, gracioso y… bueno, yo estaba necesitada de… amor.

-¡Mamá!

-Es la pura verdad, Sophie.-dijo con parsimonia.-Estuvo por aquí durante unas semanas y quedé embarazada. Mantuvimos contacto por carta durante unos meses, incluso me decía que se haría cargo de ti cuando nacieras. Pero bueno, ya conoces a los hombres… Al cabo de un tiempo la cosa se enfrío y perdimos el contacto. Ya no supe más de él hasta unos años después. En fin, ya sabes la verdad.

-Que alguien me diga que esto es una pesadilla, por favor…

-¿Pesadilla? Te aseguro que esto es de todo menos una pesadilla…-sonrió mi madre antes de levantarse de su asiento. Después, se acercó hacia mí y me dio otro sonoro beso en la mejilla que aún tenía limpia de su carmín.-Anda, cariño, no te lo tomes a mal… Todo el mundo ha sido joven alguna vez y hecho sus locuras, incluso yo. Mañana pasaré a verte de nuevo y acabaremos con esta conversación, ¿sí?

Se me quedó mirando durante unos segundos, esperando a que yo le contestara algo. No obstante, lo único que obtuvo de mí fue una mirada psicótica que, obviamente, ella no supo interpretar.

-Bien, hijita, he de irme.-dijo agarrando ya su bolso.-Mi Gilbert me espera.

Sven y yo estuvimos en silencio mientras observábamos como mi madre se largaba de allí. No movimos ni tan siquiera un dedo hasta que no escuchamos la puerta de casa cerrarse.

-Dime Sven…-mascullé de pronto rompiendo mi silencio.-¿Qué tenía el mundo contra mí para hacerme nacer del vientre de Arabella Jackson?

-Creo que a partir de ahora deberías de volver a usar su apellido de soltera…-contestó él con un hilillo de voz.

-Sí, claro…-refunfuñé-Escucha, Sven Eriksson: trae marihuana. Mucha. Y alcohol. También mucho. Creo que lo voy a necesitar.

-Y yo creo que también lo voy a necesitar, Sophie Jackson.

-Creo que a partir de ahora deberías usar mi verdadero apellido… Sea cual sea.

-Mejor sigo llamándote Soph y ya está.-contestó Sven.-Y ahora, querida compañera y amiga, pillémonos un buen pedo y olvidémonos de esto.


-Sí, por favor. Olvidémonos de todo esto… Al menos hasta que mi madre vuelva a aparecer por aquí.




Hola holaaaaa! Qué tal se han pasado estos días? Espero que lo mejor posible. Bien, aquí me tenéis de nuevo con otro capi de este Dakota, que espero que pese a que no haya sido un capítulo de los "graciosos" como los demás, os haya gustado. Creedme: ha sido un capi necesario aunque no haya sido para morirse de risa.... jajaja. Prometo que al siguiente sí que os vais a reír, o al menos intentaré que lo hagáis. 
Espero que sigáis pasándolo bien y... NOS VEMOS EN EL SEXTO!
Besotes, reinas! Mua mua!