¡Hola gente!
Pues sí, algunos/as os habréis pegado un susto al ver una actualización mía porque ya hace mucho, tanto que me da hasta vergüenza, que no subo nada por estos lares. No ,no os emocionéis. Esto no es un nuevo capítulo del fic, sino una entrada para deciros un par de cosillas.
Pues bien, la primera de ellas es que tengo el grandísimo honor de que María, ese amiga de la cual jamás me cansaré de recomendar sus fics, haya otorgado a este blog el premio Dardos. La verdad es que estoy muy satisfecha con esto y jamás me cansaré de darle las gracias. ¡Eres genial, nena!
Por cierto, a todos y a todas os recomiendo encarecidamente pasarse por sus blogs, que son una verdadera delicia en todos los sentidos:
http://marialujangallo.blogspot.com: Blog personal dedicado especialmente al universo de la lectura. Además, podéis encontrar algunos escritos originales suyos. Calidad de la buena, os lo digo yo.
http://ringostarr2011.blogspot.com: ¿Quién no conoce el fic de Mercy? ¿Aún hay alguien que no? Pues vamos, corriendo a leerlo, porque realmente merece la pena. Aún está en activo cada capítulo es mejor que el anterior.
http://ochobrazos.blogspot.com: Otro fic genial, éste ya finalizado. Tal vez la mayoría lo hayáis leído ya, pero a quien no lo haya hecho, le recomiendo este fic de amor a cuatro bandas que seguro no os deja indiferentes.
http://thebeatleschoolgirls.blogspot.com: Y aquí, el pequeño pero gran baúl de historias cortas de María. Aquí os vais a encontrar de todo, desde el fic más gracioso que me he podido leer hasta una historia de una asesina obsesionada con The Beatles al más puro estilo de las mejores novelas negras.
Una vez hechas estas obligadas recomendaciones y de agradecer el premio debidamente, voy a deciros una cosilla sobre el fic "DAKOTA". Sí, sé que llevo mucho sin actualizar, pero informo que pronto lo haré. El fic no se ha abandonado ni muchísimo menos y tengo la firme intención de terminarlo. La verdad es que esta temporada ha sido un pelín ajetreada para mí (finales de curso, viajes y su consiguiente preparación, la no disposición de una línea de Internet decente...) y, si a eso se le une una crisis de inspiración de las grandes, pues el resultado es éste: estar sin actualizar un montón de tiempo, demasiado. Siento las molestias, porque sé lo mucho que fastidian estas situaciones a los lectores, y por eso os pido disculpas. Por lo pronto, estoy "rehaciendo" el fic para evitar el atasco mental en el que me había metido y pronto seguiré con esto. Espero estar a la altura y compensaros por tanto tiempo de espera.
Y sin más, me despido ya de vosotros. Espero que nos veamos pronto por aquí: eso será señal de que he subido ;)
¡Saludos!
viernes, 29 de agosto de 2014
jueves, 5 de junio de 2014
DAKOTA Capítulo 8: Esto no puede estar pasando
Nervios, nervios y más nervios.
Aquello era lo único que era capaz de sentir aquella mañana, la del famoso día
después de haber pillado a Sean con una bolsita de heroína en la mano. Estaba
muchísimo más nerviosa que en mi primer día de trabajo y no era para menos por
varias razones. En primer lugar, porque el susto del día anterior aún me
duraba; y, en segundo lugar y más importante todavía, porque había tomado una
decisión: encararme a John y contarle lo que había sucedido. Era plenamente
consciente de los riesgos que correría al decírselo. Si no sabía nada de
aquella “cajita secreta de mamá”, lo
más normal sería que se negara a creerme. Si, por el contrario, estaba enterado
de todo aquello, seguramente me enviaría a la mierda por meterme en sus asuntos
privados y cuestionar su responsabilidad como padres. En ambos casos el
desenlace parecía que iba a ser el mismo: John Lennon montando en cólera y
despidiéndome en el acto, aunque, a decir verdad, había pensado decírselo a él
porque le temía muchísimo menos que a Yoko.
Pero pese a aquella nefasta
posibilidad, no veía el momento de soltar todo aquello que llevaba dentro. Me
había pasado toda la noche en vela, reflexionando sobre todo, y había llegado a
la conclusión de que debía hacer lo correcto independientemente de mi interés
personal. Al fin y al cabo, la seguridad de un niño de cuatro años dependía de
aquello y, si le llegaba a pasar algo, jamás sería capaz de perdonármelo si por
lo menos no había intentado hablar con sus padres.
-¿Te ocurre algo, Sophie?-preguntó
Rosaura de manera repentina.
Me volví y la miré, tratando de
articular una falsa sonrisilla tranquilizadora. No obstante, a juzgar por la
expresión de la mujer, no funcionó.
-Tienes mala cara esta
mañana…-insistió.
-No es nada.-contesté encogiéndome
de hombros y volviendo a fijar mi vista en la colada que tenía ante a mí.-Sólo
es que he pasado mala noche.
-Si no te encuentras bien
deberías irte a…
-No, tranquila. Me encuentro
perfectamente.-la interrumpí antes de que acabara de pronunciar su
sugerencia.-Por cierto, Rosaura… ¿sabe dónde está John? No lo he visto en toda
la mañana y…
Cuando aún no había ni terminado
de decir aquello, Rosaura se me quedó mirando con una expresión indescriptible
que hizo que me interrumpiera a mí misma. Parecía seria y sorprendida a partes
iguales y enseguida supe que había interpretado mal mi pregunta.
-El señor Lennon ha salido.-me
contestó secamente, podría decirse que hasta con tono acusador.-Y no se sabe
cuándo va a volver.
Hubo unos instantes de incómodo silencio
entre las dos. Era obvio que Rosaura estaba pensando cosas que no venían al
caso, pero perfectamente sospechables teniendo en cuenta que más de una vez nos
había visto a John y a mí hablando distendidamente cuando en teoría yo lo tenía
terminantemente prohibido. Por mi parte, el simple hecho de saber que mi
superior estaba pensando en esos momentos que estaba liada con el jefe, me daba
tantísima vergüenza que no sabía ni qué decir.
-Es que…-conseguí articular por
fin, titubeante.-Sólo quería comentarle una cosa que…
-No es necesario que le digas
nada a él.-me cortó.-Si necesitas algo o le quieres comentar algo, dímelo a mí
y yo se lo transmitiré a los señores.
-Pero…
-No hay peros que valgan. ¿Qué
era eso que le querías decir?
Volví a mirarla de nuevo a los
ojos, fijamente. Por unos instantes incluso llegué a valorar la posibilidad de
contárselo todo a Rosaura pero, en el último momento, me eché para atrás, en
parte por cobardía y en parte porque no estaba segura si ella sería capaz de “transmitirles a los señores” lo que yo
quería decirles.
-Nada.-mascullé al fin.-Sólo era
una tontería.
-Pues más vale no molestarle con
tonterías.-dijo Rosaura dando por zanjada la conversación.-Ven a la cocina
cuando acabes con esto. Allí te diré que es lo que has de hacer a continuación.
Y dicho esto, se dio medio vuelta
y se fue, dejándome allí sola con mi enorme confusión mental. Di un suspiro
resignado. Tenía la sensación de que se me presentaba un día bastante duro.
**************************************
Me pasé el resto del día
pululando por la casa e intentando hacer lo mejor que podía lo que me había
mandado Rosaura, aunque no fue fácil. ¿Quién coño es capaz de preocuparse por
limpiar bien los retretes cuando se supone que hay un niño en la casa con
riesgo de sobredosis de heroína? Vale, dicho así suena un poco bestia, pero la
pura verdad.
Pese a que estuve pendiente al
más mínimo movimiento que había en el piso, no hubo ni rastro de John en todo
el día. El tío parecía haberse evaporado, cosa muy rara en él, que se solía
pasar más horas en casa que el sofá del salón. Además, yo tampoco osaba a
preguntarle nada más a Rosaura por temor a que pudiera pensar aún más mal si
cabía de lo que lo estaba haciendo.
Cuando estaba a punto de acabar
mi trabajo por ese día, escuché el ruido de la puerta al abrirse. Casi como si
tuviera un muelle en el culo, dejé lo que estaba haciendo en la cocina y me
apresuré a asomar la cabeza por la puerta para ver si por fin había llegado
John o no, eso sí, lo más disimuladamente posible. Pero no, no era John. Era
Yoko quien, por cierto, se apresuró a lanzarme una mirada reprobatoria que
hablaba por sí sola: “¿Qué mierdas haces
ahí plantada mirando en lugar de estar trabajando?”. Si en algún momento
había albergado el pensamiento de hablar con ella sobre el asunto que tenía en
mente, aquel gesto me valió para disuadirme por completo, así que, sin decir
nada, volví a mis tareas con la cabeza gacha como si fuera un siervo al que su
señor le acaba de pillar intentando escapar del feudo.
Acabé mi jornada laboral media
hora después y me largué enseguida de allí tras haberme despedido escuetamente
de Rosaura. No me volví a cruzar con Yoko. Mucho mejor para mí. Después, me
dirigí hacia la estación del metro con paso rápido y, como ese día la suerte
parecía haberse olvidado de mi existencia, se puso a llover torrencialmente
cuando estaba a medio camino todavía. Obviamente, no llevaba paraguas. Empapada
como si me hubiera recorrido la bahía a nado, entré por fin en la estación y,
por culpa las prisas y mis zapatillas empapadas, me pegué un soberano resbalón
que me hizo darme de bruces contra el suelo. Ni siquiera la viejecita que iba
caminando a mi lado se volvió para mirarme; de hecho, tenía más posibilidades
de que me pasaran por encima los que venían detrás de mí que de que alguien me
ayudara a levantarme o me preguntara si me había hecho daño, así que me
apresuré a levantarme lo más deprisa que pude antes de morir pisoteada por una
marabunta de neoyorquinos con prisa. ¡Ay, Nueva York! ¡Qué bonita ciudad donde
todo el mundo se preocupa de todo el mundo!
Afortunadamente, conseguí subirme
al metro y llegar a mi estación sin que descarrilara ni nada por el estilo,
cosa que no hubiera sido rara en absoluto viendo la suerte que estaba teniendo
yo ese día. Cuando salí a la calle nuevamente, seguía lloviendo. Miré con
envidia a los que tenían un paraguas o se subían a un taxi para llegar a sus
destinos. Yo, como era pobre y no llevaba más que un dólar y medio encima, tuve
que caminar durante el cuarto de hora que separaba la estación de metro de mi
casa bajo una lluvia insistente y fría. Tal vez tendría que ir pensando en
comprarme un par de cajas de aspirinas…
Llegué a casa empapada teniendo
hasta las bragas empapadas (sé que queda un poco soez decirlo así, pero no
cuento ninguna mentira). Además, aparte de agua, llevaba un cabreo monumental
encima por mi mierda de día. Por eso, cuando abrí la puerta y escuché las voces
de Sven y de alguien más en el comedor no pude menos que articular una mueca de
fastidio. Lo último que me apetecía era tener que entablar alguna conversación
con algún colega chungo de mi amigo, así que, con disimulo me encaminé hacia la
habitación con la intención de meterme allí dentro y no salir hasta el día siguiente.
-¡Sophie! ¡Has llegado!
Maldiciendo lo inmaldecible
porque Sven me había pillado paré en seco justo delante de la puerta del
comedor.
-Ahora no puedo, Sven.-mascullé
de mala gana sin mirarle y sin importarme si estaba siendo o no maleducada con su
acompañante.-Estoy toda mojada, he tenido un día de mierda y lo único que
quiero es dormir, así que adiós.
-Ehhh… Creo que eso no va a ser
tan fácil. Soph, ¿por qué no miras quién ha venido a visitarnos?
Poniendo aún peor cara de la que
tenía y esperando encontrarme allí a la pesada de mi madre, me volví a mirar
tal y como me había pedido Sven. Inmediatamente, cambié mi cara de rottweiler
enfadado por una de sorpresa absoluta. Y es que allí, sentado en mi sofá,
estaba el desaparecido: John Lennon.
-Hola, Sophie.-me saludó. No se
me escapó que tenía la cara congestionada y que hablaba ligeramente enredado.
-Ho… hola.-tartamudeé yo,
flipando todavía en colores.-¿Pero qué haces aquí?
-He salido a dar una fuelta esta bañana y ahodra no sabía
adónde ir, así que me he freguntado:
¿bor gué no vas a ver a tu querida empleada Sophie?
-¡Joder! ¿Estás borracho?-casi
grité yo intentando asimilarlo todo.
-Sólo un boco, bero dranquila, gue yo condrolo.
-¡Sven! ¿Qué le has dado?
-¡Yo no le he dado nada!-se apresuró
a contestar mi amigo.-Ya ha venido así.
-Soh… Borgue puedo llamarte Soph, ¿no?-nos interrumpió John.-Tu amigo es
un tío de buta madre.
Como si de colegas de toda la
vida se trataran, John le dio una palmadita en el brazo a Sven mientras soltaba
una risita.
-Ehhh… John… Yo no es por ser
maleducada, pero… ¿cómo sabías dónde vivía?
-Un guefe sabe todo de sus empleados, Soph…-dijo esbozando una
sonrisilla que aún hacía más evidente la cogorza que llevaba encima.
-¿Y a qué se debe la visita?
Nada más pregunté aquello, borró
su sonrisa de la cara.
-No quiero folfer a casa.
-¿Eh?
John abrió su boca para
contestar. No obstante, la cerró inmediatamente a la vez que le entraba una
potente arcada.
-¡Eh, colega, ni de coña!-exclamó
Sven a su lado agarrándolo y levantándolo como un muñeco.-¡En el comedor no se
pota! ¡Reglas de la casa!
Me aparté justo a tiempo para que
Sven y John no me arrollaran en su carrera hacia el baño. Al cabo de unos
segundos, escuché a mi jefe vomitar. Afortunadamente, había llegado a tiempo.
Creo que aquella era la situación
más surrealista con la que había lidiado en toda mi vida.
*************************************
Era cerca de la medianoche y John
ya hacía mucho que había dejado de estar pedo. Después de haber vomitado hasta
las papillas de cuando era bebé, se había quedado dormido como un tronco en el
sofá mientras Sven y yo lo mirábamos alucinando y sin saber muy bien qué estaba
haciendo allí. Se despertó unas tres horas después y, aunque tenía cara de
muerto viviente, no había señales ya de borrachera. Fue entonces cuando, podría
decirse que un poco avergonzado por el espectáculo que sabía que nos había
ofrecido hacía un rato, empezó a hablar. Fue entonces cuando supimos, por fin,
por qué puñetas había acabado en nuestra mierda de apartamento borracho como
una cuba.
-Esta madrugada pasada he tenido
una bronca monumental con Yoko.-empezó a decir después de haberse disculpado
por lo de antes repetidas veces.-Tanto que he acabado largándome de casa esta
mañana. Sólo quería estar solo y pensar.
Me quedé unos instantes en
silencio. Pese a que me moría de curiosidad por saber qué había pasado, sabía
que no podía preguntárselo así como así. Pero al parecer, Sven no pensó lo
mismo.
-¿Qué ha pasado?-quiso saber con
descaro.
Le di un codazo, aunque él ni se
inmutó. O sea, acababa de conocer a John Lennon (a John Lennon ni más ni menos)
y ya estaba tomándose esas confianzas con él. Al parecer pensaba que por
haberle aguantado mientras vomitaba le daba derecho a saber ciertas cosas. Tal
vez incluso tuviera razón.
-Bueno… Es una larga
historia.-suspiró John. Sorprendentemente, no parecía molesto por la pregunta
de Sven. Más bien, parecía hasta agradecido por tener la oportunidad de soltar
todo eso que llevaba dentro.-Hace años, cuando nos conocimos, nos enganchamos a
la heroína como dos imbéciles. Nos metíamos caballo a todas horas y nos
pasábamos todo el puto día colocados… Creedme, fue una época de mierda.
No pude evitar lanzarle una
mirada suspicaz a Sven cuando lo escuché hablar de heroína: de aquello
precisamente quería hablarle y él ahora sacaba el tema. No me sorprendió ver
que mi amigo, casi a la vez, me miró de la misma manera que yo a él. Era
evidente que los estábamos pensando lo mismo.
-Pues bueno…-siguió John
ignorando nuestros gestos.-Lo dejamos. Lo dejamos los dos juntos y aquello creo
que aún fue más mierda que estar metiéndose caballo todo el día. Fue durísimo,
pero lo conseguimos. Nos prometimos que jamás volveríamos a meternos esa mierda
después de todo eso. Y ahora…
-Has sabido que Yoko tiene
heroína en casa.-terminé yo la frase por él.
-Sí. ¿Cómo lo has sabido?
-Tampoco hace falta ser muy largo
de miras para saber cuál sería el final de esta historia.-intervino Sven en un
fallido intento por disimular.
-No, no hace falta ser muy listo
para averiguarlo.-convine yo. No obstante, me quedé en silencio durante unos
segundos. Había estado esperando todo el día para eso y ahora se me presentaba
el momento ideal, en bandeja. Debía decirlo, pasara lo que pasara, así que,
después de agarrar aire, añadí:-Pero aparte de eso también lo he sabido porque
ayer yo vi una bolsita de heroína en tu casa.
John se me quedó mirando con la
boca abierta de manera literal.
-¿Tú lo sabías?
-Me enteré ayer. Quería decírtelo
pero ya no te vi más…-mentí. Tampoco era necesario que nos pasáramos con la
sinceridad y que se enterara que había tenido guardado eso en el bolsillo
durante toda la tarde mientras trabajaba delante de él, ¿no?-No es que me
quisiera inmiscuir con lo que os metéis o no, pero con Sean en casa… Nunca se
sabe lo que un niño puede encontrar.
Omití el detalle de que Sean había
tenido en la mano aquella mierda: ya veía a John bastante hecho polvo en
aquellos momentos y no era plan de hundirlo más en la miseria.
-Es verdad… Si Sean lo llega a…
Joder.
John escondió la cara entre sus
manos y permaneció inmóvil durante unos segundos hasta que empezó a dar
pequeños sollozos. Miré a Sven con cara de confusión. ¿Qué se suponía que debía
hacer ahora con mi jefe llorando delante de mí? ¿Comportarme como una colega?
¿Hacer como si nada raro pasara? Afortunadamente, el caradura de mi amigo me
salió al paso. La verdad es que me dejó aún más flipando de lo que estaba
cuando se levantó de la silla que estaba ocupando a mi lado con solemnidad y se
sentó al lado de John.
-No te preocupes, amigo.-le dijo
dándole unas palmaditas en la espalda. Cualquiera diría que lo conocía desde
que era un niño.-Los hombres también lloran.
Nada más escuchar aquello, John
levantó la cabeza y se lo quedó mirando alucinado con los ojos ligeramente
rojos. Al cabo de unos segundos esbozó una sonrisilla sin demasiadas ganas.
Suspiré aliviada. Sven y el tornillo que tenía suelto en la cabeza a veces eran
capaces de hacer olvidar sus penas a cualquiera.
-Por supuesto que lloran.-dijo al
fin con la media sonrisa aún dibujada en la cara.
-Claro.-confirmó Sven con
seriedad.-Así que no te cortes, tío. Llora, llora con ganas.
-Es que… Ahora se me han ido las
ganas de llorar.-contestó John con una expresión indescriptible que oscilaba
entre el llanto y la risa.
-No seas tímido. Sophie y yo somos
personas muy comprensivas…
-Eso ya lo sé.
-Pues llora, hombre, llora todo
lo que tengas que llorar. ¡Saca todo lo que llevas dentro!
-Sven…-intervine yo.-Si el hombre
ya no tiene ganas de llorar, no es necesario que lo obligues, ¿lo entiendes?
La cara de decepción que puso
Sven fue tal que John, en lugar de llorar, lanzó una pequeña carcajada. No
miento si digo que aquel sonido me supo a gloria después de la tensión que
había supuesto verlo llorar.
-Ey, chicos.-dijo John de pronto
cuando acabó de reír.-En serio, os agradezco mucho todo esto.
-No hay de qué.-respondí.
-Los amigos de verdad estamos
para eso.
-Sven, hace sólo cuatro horas que
conoces a John.
-Pero hemos congeniado muy bien,
¿a qué sí, Lennon?
-Oh, sí, por supuesto.-contestó
John haciendo un monumental esfuerzo por no ponerse a reír de nuevo allí mismo.-Hemos
congeniado mucho.
-¿Ves cómo somos colegas, Sophie
la Rancia?
No pude evitar poner los ojos en
blanco. A veces me daban ganas de asfixiar a mi amigo y ése era uno de esos
momentos.
-Ahora de verdad.-continuó
John.-Gracias por aguantarme y por… hacerme de confidentes.
-No sale de aquí, tranquilo. Los
amigos…
-Sí, sí, estáis para eso, ya lo
sé.-sonrió John.-Pero pese a que estéis para eso, no quiero abusar más de
vuestra confianza, así que creo que es hora de que me vaya marchando, no quiero
molestar más.
-¡No molestas!- exclamó Sven.-Si
quieres, puedes quedarte a pasar la noche aquí…
-Es cierto.-convine yo de acuerdo
con mi amigo.-Es casi la una de la madrugada… ¿adónde vas a ir ahora? Tenemos
sitio, no es el Dakota, pero bueno… Y mañana por la mañana si quieres ya te
vas.
-Los filósofos siempre habláis
tan bien…
-Sven, cierra tu bocaza.
-Bueno, no sé… No quiero molestar
y…
-Ya te ha dicho Sven que no
molestas y yo también… Pero bueno, haz lo que quieras.-sonreí.
John dudó durante unos segundos
hasta que al final, esbozó una media sonrisilla.
-De acuerdo, está bien.-dijo al
fin.-Te debo una, empleada.
-Tranquilo, jefe.-le devolví la sonrisa.-Si quieres puedes quedarte en la
habitación del fondo, hay una cama plegable que parece que no, pero es bastante
cómoda.
-Donde me digáis.
Nos pusimos en pie, como si de
repente todos hubiéramos entendido que era hora de irse a dormir después de un
día cargado de emociones, demasiado cargado quizá, y nos encaminamos hacia
afuera del comedor. Entonces, de repente, John fijó su vista en el suelo.
-Oye… Tenéis un papel o algo que
se os ha caído y está a punto de meterse debajo del aparador.
Antes incluso de que acabara de
decir esto, ya se estaba agachando para recoger aquello. Aún no era consciente
de hasta qué punto aquella inocente acción iba a cambiarnos la vida por
completo. John se levantó de nuevo e hizo ademán de tenderme aquello que había
agarrado del suelo. No obstante, en el último momento, lo miró fugazmente y
congeló su acción. Lo miré extrañada: de repente se había puesto lívido, blanco
como la cera. No pude evitar fijar mi vista en el papelito, intrigada. Entonces
yo también torcí el gesto cuando comprobé que no era ningún papel: era la foto
que días antes había traído mi madre y que yo hasta ese momento me había negado
a mirar. Era la foto de mi supuesto padre, una foto que creía que Sven había
escondido. Pero no, sólo había caído al suelo y John la acababa de encontrar.
-¿Qué es esto?-preguntó John extrañamente serio, con un hilillo de voz.
-No es nada.-mascullé yo
alargando la mano para quitarle la foto de la mano. Lo único que quería en
aquellos momentos era deshacerme de aquello cuanto antes.-Trae, por favor.
Sorprendentemente, John apartó su
mano impidiéndome hacerme con la foto. Le lancé una mirada confusa. No entendía
su actitud. No entendía por qué se había puesto así de repente.
-Insisto.-continuó en tono
glacial clavando sus ojos en los míos.-¿Qué es esto?
-Es una foto que le trajo su
madre hace un par de días.-aclaró Sven, quien también estaba mirando atónito a
John.
-¿Tu madre?-me preguntó John.
-Sí, mi madre.
-Es una historia un poco
estrambótica.-intervino Sven soltando una carcajada forzada, evidentemente con
la intención de rebajar la tensión.-Hace poco Sophie se enteró de que no era
hija del que pensaba que era su padre. Al parecer el hombre no… no funciona muy
bien en estos asuntos y…
-Sven….mascullé entre dientes
lanzándole una mirada asesina.
-…su madre se lió con un marinero
y de ahí nació Soph.-siguió ignorándome por completo.
-¡SVEN!
-Oh, tranquila, Soph… Has de
empezar a asimilarlo ya. El señor de la foto es tu padre y…
-¿TU PADRE?-gritó John de repente
mirándome con los ojos muy abiertos.
-Sí, mi padre.-contesté enfadada
con Sven por haber aireado mis secretos y con él por el grito que no sabía a
qué venía.-Y hasta ahora ni siquiera había querido mirar su cara, así que te
agradecería que me dieras esa foto porque tengo la intención de deshacerme de
ella ya mismo.
-Y una mierda.
La respuesta de John me dejó
petrificada. Aquello ya era el colmo. ¿Quién se había creído que era?
-Oye, John, no quiero ser
maleducada contigo, pero si no me das la foto, te aseguro que…
-Sophie.-me interrumpió serio
mostrándome la foto.-ÉSTE ES MI JODIDO
PADRE.
Mi mandíbula se descolgó nada más
escuché aquello. De hecho, tenía la sensación que del shock, hasta el corazón
me había dejado de latir.
-¿Q… q… qué?-tartamudeé cuando
pude articular palabra. Mi voz sonaba como un murmullo casi imperceptible.
-Que esto no tiene ni puta
gracia.-contestó enfadado.-Me largo de aquí.
Y sin más, salió del comedor hecho
una furia ante nuestras miradas atónitas. Oímos el portazo de la puerta del
apartamento unos segundos después, tan fuerte que retumbó por toda la casa.
-Soph…-dijo Sven al cabo de unos
segundos.-Si ése es tu padre y también es el padre de Lennon… ¿eso significa
que…?
Tragué saliva antes de contestar.
-Significa que soy hermana de mi
jefe.-susurré sin dar crédito a mis propias palabras.-Oh, mierda.
jueves, 22 de mayo de 2014
DAKOTA Capítulo 7: Mira el caballito
Los jefes son esos seres
insensibles que no entienden cuando deberían darte un día libre. Todos son así,
sin excepción. Ni siquiera aunque el jefe en cuestión haya escrito canciones
como Working Class Hero o parezca
comprometido con los problemas sociales porque ha hecho unos cuantos bed-ins por la paz (por cierto… ¿qué
coño es un bed-in?).
Si no lo creéis, podéis
preguntármelo a mí, que pese a que deseaba y esperaba que después de mi día de
infarto como cuidadora de Sean me dieran como “agradecimiento” un día libre por
lo menos, me tocó ir a trabajar al día siguiente a las ocho en punto de la
mañana. Así pues, os podéis imaginar cómo estaba yo ese día… Decir que tenía
pocas ganas de estar allí hubiera sido exagerar muchísimo porque no tenía
absolutamente ninguna. Además, para
colmo de mis males, Rosaura me había
asignado una de las tareas más absurdas que pueda haber dentro de una casa:
limpiar pieza por pieza esa maravillosa cubertería de plata que nunca se usa
para nada y que parece que sólo se haya inventado para fastidiar al que le toca
sacarle brillo.
-¡Auch!
Me llevé el dedo a la boca
instintivamente después de haberme pinchado con uno de los tenedores ante la
mirada reprobatoria de Misako, que estaba con Sean en la otra punta del comedor
mientras el niño jugaba distraído. La
japonesa, que normalmente tenía cara de vinagre perpetua, aquel día, suponía
que por lo de su marido que aún permanecía en el hospital, aún parecía más
enfadada que de normal. De hecho, había visto bulldogs franceses con mejor
cara. Al menos, los bulldogs no lanzaban miradas asesinas cada vez que hacías
algún ruidito mientras estabas en su presencia, aunque ese ruidito fuera
respirar más fuerte de lo normal.
-Joder con las miraditas de la
Bruce Lee…
No fui consciente de que había
dicho aquello en voz alta hasta que me di cuenta de que Misako se había quedado
mirándome literalmente con la boca abierta. La miré asustada, pero ni
rectifiqué ni pedí disculpas: era verdad y a fin de cuentas ya no podía hacer
nada por arreglar lo que acababa de soltar por mi siempre demasiado grande
bocaza.
-¿Me habías dicho algo,
Sophie?-preguntó de repente arrastrando las palabras.
“Ahora se levanta y me parte por la mitad como a un ladrillo”,
pensé tragando saliva. No obstante, no dejé que se notara mi nerviosismo. Me
quedé aguantándole la mirada desafiante durante unos segundos y, justo en el
momento en el que iba a soltarle con total parsimonia el típico “Lo que has oído”, apareció John por la
puerta.
-Hola.-nos saludó despreocupado
ajeno a la escena de tensión que teníamos allí montada.
-Hola.-nos apresuramos a saludar
tanto Misako como yo casi al unísono rompiendo repentinamente nuestro contacto
visual.
-¿Todo bien?
Nos apresuramos a mascullar un “sí” rápido sin saber muy bien si lo preguntaba
por mera formalidad o porque había notado algo raro en nuestra actitud cuando
había entrado en el comedor.
-Me alegro.-sonrió. Después,
volviéndose hacia Misako, añadió:-Pero mujer… ¿qué haces tú aquí? Te habíamos
dicho que hoy te dábamos el día libre.
-Sí, pero creí que…
-Nada, nada.-le interrumpió
él.-Hoy me puedo encargar yo de Sean, así que ya sabes… Te vas al hospital a
hacerle compañía a tu marido.
-Pero si él está…
-Misako, insisto.
La mujer esbozó una media sonrisa
no demasiado convencida, aunque no osó contradecirle nada.
-Entonces… gracias.
-De nada.-contestó John.-Anda, ve
y recoge tus cosas y vuelve cuando ya esté en casa dentro de un par de días. Y
no hay peros que valgan.
Pese a que lo había dicho con
suavidad y con una sonrisa pintada en la cara, no dejaba lugar a dudas de que
quería que se le hiciera caso. Misako pareció captar el mensaje, así que se
apresuró a despedirse de Sean y, después de volverle a dar las gracias a John
unas cuatro o cinco veces más y de dedicarme a mí una fugaz mirada de odio,
salió del comedor. La miré mientras se alejaba por el pasillo pensando en que
iba a matar a John porque le había dado un día libre a ella y no a mí (vale,
bien, soy una egoísta y en aquellos momentos me importaba tres pimientos que
Misako tuviera al marido ingresado en el hospital; yo quería mi día libre y
punto). No obstante, cuando por fin reaccioné, caí en la cuenta de que me había
acabado de quitar de encima por unos días a esa señora que unos instantes antes
me habría partido la cara con gusto. No me quedaba otra que agradecérselo y,
además, de todo corazón.
-¡Papi!-exclamó de repente Sean
haciéndome poner los pies en el suelo de repente.-¡Mira el caballito!
-Oh, menudo caballo más
genial.-sonrió John mirando hacia el caballito de juguete que le estaba
enseñando Sean antes de dirigirse hacia él.-¿Me vas a dejar jugar con él un
rato?
-Claro.
Me encontré de repente sonriendo
mientras miraba como padre e hijo jugaban a escasos metros de mí.
Afortunadamente, John pareció no darse cuenta de ello, pero aún así me obligué
a volver a mi tarea enseguida y olvidarme de que los dos estaban allí. Lo
último que quería en aquellos momentos era que John me pillara mirándolo con
una sonrisa boba en la cara y pensara cosas raras que para nada eran ciertas.
¡Sólo me faltaba eso!
Perdí la noción del tiempo al
cabo de unos instantes. No sé si pasaron minutos u horas, sólo sé que, cuando
ya sólo me quedaban unos pocos cubiertos a los que sacar brillo de la
interminable cubertería de los Lennon, la voz de John me sorprendió de pronto.
-Sophie, ¿puedes echarle un ojo a
Sean un momento?
Me volví hacía él un poco
sorprendida. John soltó una carcajada.
-Tranquila, no es todo el día
como ayer.-rió seguramente al ver mi cara de susto.-Sólo es un ratito. Voy a mi
habitación a hacer unas llamadas que tengo pendientes y vuelvo enseguida.
-Sí, claro, no hay problema.-me
apresuré a contestar.
-Gracias.-contestó.-Y tú,
campeón, pórtate bien y obedece a Sophie.
-Yo siempre me porto bien, papi.
John soltó una risita por lo bajo
ante la contestación de su hijo y salió de allí.
-¿Te quedas jugando ahí
quietecito mientras yo acabo de limpiar estas cucharas?
Sean asintió con la cabeza y
continuó absorto con su caballito de juguete mientras yo volvía a ponerme con
la cubertería.
-¡Y por fin!-exclamé cuando
coloqué la última de las cucharillas de postre en su sitio.
-Sophie, mira lo que me he
encontrado.
La vocecilla de Sean me sonó
extrañamente cerca. Extrañada, me volví hacia él para ver dónde estaba y no
pude evitar dar un grito de sorpresa cuando lo vi hurgando en uno de los
cajones del aparador que había cerca de mí.
-¡SEAN! ¿Pero qué haces mirando
ahí? ¡Cierra eso!
-¿Qué es esto Sophie?-preguntó
mostrándome una minúscula bolsita e ignorando mi orden por completo-¿Azúcar?
Iba a volverle a reñir cuando me
fijé bien en la bolsita que el niño me enseñaba. Por poco no solté otro grito.
Y es que, aquella bolsita contenía un sospechoso polvillo de color blanco que,
casi a ciencia cierta, no era azúcar.
-¿Dónde estaba eso?-pregunté con
un hilillo de voz.
-Dentro de la cajita secreta que
mamá guarda en ese cajón de ahí. Ella cree que no lo sabe nadie, pero yo he
visto como la esconde sin que me vea.-contestó esbozando una sonrisa pícara. No
obstante, en aquellos momentos, ni aquella expresión de pillo consiguió que me
tranquilizara.-¿Qué es, Sophie?
-No lo sé.-mentí.-Pero… Sean,
cariño… ¿por qué no me das eso?
-No puedo, es de mamá.
-Pero… a ver…-balbuceé yo
intentando pensar a toda prisa una excusa para que el chaval soltara aquello:
tenía que quitárselo sí o sí o no me quería ni imaginar qué pasaría si le daba
por abrir la bolsita y probar aquel misterioso azúcar.-Eso no puede estar en la cajita secreta, Sean… Si es azúcar
la cajita se va a llenar de hormigas y tú mamá seguro que se enfada. Y no
queremos que mamá se enfade, ¿verdad?
Sean me lanzó una mirada
suspicaz. Al parecer no le colaba del todo mi pobre razonamiento. Se mantuvo
durante unos segundos que se me hicieron interminables con la bolsita en la mano
pero, de repente, suavizó su expresión y me la tendió sin más. La agarré y me
guardé aquello en el bolsillo a una velocidad récord. Después, suspiré
aliviada.
-Sean, no digas nada de esto a
nadie, ni siquiera a papá, ¿me entiendes?-dije mirándole con expresión
severa.-Papá se enfadaría muchísimo si se enterara que andas fisgando en las
cosas secretas de mamá. Será nuestro secreto, como cuando la chocolatina que te
di, ¿te acuerdas?
El niño asintió con la cabeza con
una sonrisilla, tal vez provocada por el recuerdo de aquella escena.
-Sí, me acuerdo.
-¿Me juras que no vas a decir
nada a nadie?
-Te lo juro, Sophie.
-¿Qué andáis jurando los dos?
La aparición de John en el
comedor hizo que me pusiera blanca como la cera. No obstante, me las ingenié
para dibujar una sonrisa.
-Nada.-contesté fingiendo
normalidad.-Sólo estaba jurándome que se iba a portar muy, muy bien.
-Sí.-se apresuró a corroborar el
niño.
-A saber qué has hecho para que
Sophie te haga jurar eso, diablillo…-rió John acercándose a su hijo y
agarrándolo en brazos.-En serio, Sophie, ¿se ha portado bien?
-Estupendamente.-dije dibujando
una sonrisa forzada.
-No sé si creerte mucho… Pero
bueno, como digas.-sonrió él antes de volverse de nuevo hacia el pequeño.-Ey,
campeón, ¿volvemos a jugar a eso que estábamos jugando?
-¡Sí!
Los dos volvieron a su rincón del
comedor y retomaron sus juegos. Yo, por mi parte, recogí mis cosas y salí de
allí, silenciosa y pensativa. Joder, ¿qué debía hacer? ¿Decirle algo a alguien
sobre lo que acababa de pasar o callar y hacer como que no había ocurrido nada?
La última opción era difícil teniendo en cuenta que Sean había conseguido
hacerse con aquella mierda sin ninguna dificultad y que aquello sería fatal
para él. Pero… ¿decírselo a John? ¿Meterme en los asuntos privados de su esposa
de una manera tan evidente? ¿Y si él también estaba enterado de aquello?
Ante mí tenía un gran dilema:
fallar a mis principios y callar o, por el contrario, seguir la voz de mi
conciencia, hablar y enfrentarme a un más que probable despido con escasas
garantías de que Sean no volviera a tener acceso a aquello en un futuro.
Difícil. Muy difícil.
**************************************
Di un sonoro golpe sobre la mesa
a la vez que dejaba aquella bolsita encima.
-¡PERO SOPH!-exclamó Sven entre
sorprendido y asustado nada más lo vio.-¿Eso es…?
-Creo que es cocaína.-dije con
seriedad.-Pero no lo sé seguro. Quiero que me ayudes a saberlo.
-¿Pero… pero… cómo? Soph,
¿tú…?-balbuceó Sven sin salir de su asombro. No era para menos; pese a que los
dos fuéramos unos adictos a la marihuana, ambos teníamos mucho respeto a las
otras drogas. Por desgracia, los dos conocíamos a gente muy cercana que había
acabado mal por culpa aquella mierda.
-No, Sven, no es mío.-aclaré
haciendo que mi amigo soltara un suspiro de alivio.-Yo por ahora no me pienso
meter estas cosas.
-Me alegra oír eso. Pero si no es
tuyo… ¿cómo es que lo tienes tú?
Solté un bufido de resignación y
me senté pesadamente en la silla que había frente a él.
-Estaba en casa de los Lennon.
-¡¿Qué?!-exclamó Sven.-Joder,
Soph, por poco que te guste no deberías quitarles la mierda a tus jefes.
-La tenía el niño, Sven. En la
mano. Debía quitársela.
Mi amigo se me quedó mirando con
los ojos muy abiertos, alucinado.
-Ha hurgado por los cajones del
comedor y según decía ha encontrado “la cajita secreta de mamá”.-continué al
ver que él no iba a decir nada.-Da gracias a que se le ha ocurrido enseñármelo.
Pensaba que era azúcar…
-Joder…-masculló Sven.-¿Y cómo
dejan eso al alcance del niño?
-Y yo que sé…-suspiré.-¿Es coca,
verdad?
Sven agarró la bolsita y la
examinó detenidamente durante unos instantes.
-¿Y?-insistí.
-Pues no estoy seguro…-susurró
abriéndola con cuidado.
A continuación, ante mi mirada
atónita, metió el dedo en la bolsita y se lo llevó a la boca. Cerró los ojos y
espero unos segundos antes de decir nada. Yo ni siquiera osé a interrumpirlo en
aquel pequeño ritual.
-No es coca.-dijo de repente abriendo
los ojos.-No se te duerme la lengua y se nota que es más fina.
-¿Y si no es coca qué coño
es?-quise saber.
-Pues… Esta mierda es amarga
también y… Bueno, creo que no hay muchas dudas… Joder.
-¿Cómo que joder? ¡Sven! ¿Qué es
eso?
-Algo más fuerte que la coca,
Soph. Es caballo.
-¿Caballo?-pregunté en un
susurro. De repente me había quedado sin voz.-¿Me estás diciendo que Sean se
hubiera podido comer una bolsita de heroína?
-Mucho me temo que sí…
-Oh, mierda… Y ahora… ¿qué coño
hago?
-Y yo qué sé… Estás metida en un
buen lío Soph.-contestó Sven.-Si lo dices, es un marrón que te puede costar el
trabajo.
-Eso ya lo sé, pero me niego a
actuar como si nada hubiera pasado y que… Yo que sé… Imagínate que un día Sean
vuelve a encontrar una bolsita de éstas y…
-Ni siquiera te atrevas a pensar
en eso.-me cortó mi amigo. La verdad era que pocas veces en mi vida había visto
a aquel desastre con patas tan serio.-¿Sabes? Lo único que se me ocurre es… Soph,
¿tú sabes dónde está esa cajita secreta?
-Sí, o eso creo.
-Vale… Mira, sé que es una
tontería pero… Si sabes que guardan ahí el caballo, podrías ir revisándola de
cuando en cuando y cuando veas, lo quitas y te deshaces de él.
-Ya, claro… Y seguro que no se
dan cuenta de que alguien les está birlando las dosis de heroína…
-¿Se te ocurre algo mejor? O es
eso o encararte cara a cara con tus jefes y decírselo muy claro.
Solté un suspiro de impotencia.
-Tienes razón…-claudiqué al
fin.-Creo que haré eso, pero sólo hasta que pille fuerzas para encararme a la
jefa y decirle lo que pienso acerca de eso de tener heroína al alcance de un
mocoso de cuatro años…
-¿En serio vas a hacer eso?
-¿Tengo cara de estar
bromeando?-dije convencida.-Lo haré, pero necesito unos días para reflexionar y
ver cómo voy a abordar el tema…
De pronto, para mi sorpresa, Sven
soltó una risotada.
-¿Y tú de qué te ríes ahora,
pedazo de carne con ojos?-le espeté.
-Quién te ha visto y quién te ve,
Soph…-rió él.-Tú, precisamente tú, vas a dar clases de responsabilidad a una
madre.
-Vete a la mierda, capullo.
-Gracias por la recomendación,
doña defensora de los valores y la moralidad.-bromeó él.-Y ahora… ¿por qué no
nos olvidamos de este tema por un rato fumándonos un poco de hierba de la
buena?
-Nada mejor que solucionar los
problemas de drogas camuflándolos con otra droga, ¿no?-me obligué a sonreír
mientras agarraba uno de los porros ya liados que Sven acababa de sacar de su
bolsillo.-En fin… A la mierda todo. Creo que nunca en mi vida he necesitado
tanto un jodido porro. Fumemos, que mañana será otro día.
Y era verdad. Lo necesitaba y,
para qué mentir, me supo a gloria.
Ah! Por cierto, sé que me lee mucha gente de Latinoamérica y me gustaría hacer una aclaración, aunque creo que ya queda aclarado el asunto en el capi: aquí en España a la heroína se la conoce popularmente como "caballo", no sé si allí se dirá también, pero por si acaso yo lo digo. De ahí el juego de palabras en el título del capi.
Y bueno, por mí nada más, sólo que os agradezco que leáis y comentéis de todo corazón y que espero no tardar tanto en subir el próximo capítulo.
Saludos y besotes!!!! Mua! :D
lunes, 28 de abril de 2014
DAKOTA Capítulo 6: Mamá por un día
Nunca es agradable enterarse de
ciertas cosas, pese a que ya tengas veintiocho años y te consideres una persona
lo suficientemente madura como para afrontar y digerir determinadas noticias.
Menos aún si la noticia en cuestión es que el que tú pensabas que era tu padre
no lo es. Si a esto le añades informaciones adicionales como que ese señor al
que tú has llamado “papá” desde tu
más tierna infancia es impotente o que tu madre se lo va a dejar para irse con
un empresario con aires de gigoló de sesenta años, la cosa ya se convierte en
una auténtica bomba de relojería emocional.
Con todo eso, no era de extrañar
que lo único que me apeteciera fuera quedarme en la cama, vegetando la resaca
que tenía y llorando mi desgracia durante horas. Que ese día tuviera que ir al
trabajo me importaba poco, pero, no obstante, allí tenía a Sven, convertido en
una especie de Pepito Grillo desastroso que me estaba tratando de explicar por
qué no debía faltar a mis obligaciones.
-Vamos, Soph…-dijo de nuevo
intentando arrancarme la tapa de encima.-Debes levantarte, no puedes faltar al
trabajo así porque sí.
-¿Por qué sí?-pregunté aguantando
mis mantas con fiereza como si estuviera defendiendo Troya: aquel desgraciado
no me iba a destapar. No, no y no.-Sven, escucha: tengo una resaca terrible, mi
padre no es mi padre y mi madre es… ¡Yo qué sé lo que es mi madre! No puedo ir
a trabajar en estas condiciones. Llama a los Lennon y di que solicito mi baja
por depresión.
-Levanta el culo de esa cama y
llama tú si te da la gana.-Sven continuaba tirando de la colcha.-Y te recuerdo
que hay cosas mucho peores en la vida que esto que te está pasando, Sophie
Jackson.
-¡Que no soy Sophie Jackson!-casi sollocé yo haciéndome con
el control de mis tapas de repente y tapándome hasta la cabeza.-¡Ya no sé ni
quién soy!
-¡Joder, Soph!
Sven tiró de la tapa con fuerza y
esa vez sí que consiguió destaparme. Me quedé mirándolo con odio, como si
hubiera asesinado a un gatito delante de mis propias narices.
-Puto sueco mamón… ¡tápame de
nuevo!-le grité.
-No me sale de los huevos.
Lancé un bufido de resignación
antes de incorporarme en la cama.
-Bien, ya no estoy acostada,
¿contento?
-No.-contestó con
contundencia.-Aún estás en la cama y con ese pijama horroroso.
-¿Qué es lo que tienes tú contra
mi pijama de ositos, eh?-inquirí con agresividad.-¿Y por qué he de abandonar mi cama?
-Trabajo, Soph.
-¡Para ya con el trabajo! ¡Ni que
fueras tú el jefe! Ya te he dicho que no me da la gana ir hoy.
Sven soltó un suspiro y se sentó
en el borde de la cama.
-Vale, bien.-dijo suavizando su
tono de voz.-Supongamos que no vas a trabajar… Yo me voy dentro de nada y tú te
vas a quedar aquí sola. ¿Cuáles son tus planes para todo el día?
-Estar aquí en mi cama,
levantarme cuando me salga de las narices, sentarme en el sofá y comer
chocolate hasta ponerme como una vaca gorda y llena de granos.-mascullé de
carrerilla.-Así tal vez consiga llenar mi vacío existencial.
-¡Oh, me encantan tus terapias!
¿Y lo de tirarse por la ventana va antes o después del atracón de
chocolate?-preguntó con sarcasmo.
-Deja de joderme y lárgate.
-No me voy a ir.
-Te recuerdo que tú también
tienes que trabajar, tío listo.
Sven se quedó mirándome y esbozó
una sonrisilla traviesa.
-Si tú no vas a trabajar, yo
tampoco.-contestó.-Entonces nos despedirán a los dos, no podremos pagar el
alquiler de esto, acabaremos viviendo bajo un puente y durmiendo tapados con
cartones y yo me divertiré culpabilizándote de nuestra situación todos los días
de mi vida.
-A eso se le llama chantaje
emocional, so cerdo.-contesté.-Además, no lo harás.
-¿Dudas de mi capacidad para
faltar al trabajo? Te recuerdo que no sería la primera vez que me despiden
porque se me ha olvidado ir a trabajar…
Le lancé una mirada suspicaz,
pero enseguida supe que era completamente capaz de hacerlo. Eso era lo malo de
vivir con un loco como él: que era capaz de cualquier cosa.
-Está bien, imbécil.-suspiré
poniéndome en pie.-Tú ganas.
-¡Bien!-exclamó él poniéndose en
pie de nuevo y empezando a dar saltitos de alegría.-¡Sven 1-Sophie 0!
-Te recuerdo que aún puedo
cambiar de opinión, indigente… Y
ahora deja de dar saltitos y déjame, que tengo que cambiarme.
-Bueno, seguiré mi celebración en
otro sitio.-sonrió él.-¡Buena suerte en el trabajo, Soph!
Y dicho esto salió de mi
habitación sin más, feliz como un niño pequeño al que le acaban de dar un
helado.
Una hora después de que Sven
consiguiera levantarme de la cama a base de sucias técnicas, me encontraba ante
la puerta del Dakota pensando en que tal vez no hubiera sido tan mala idea ir a
trabajar aquel día: quizá el mantener la mente ocupada aunque sólo fuera
fregando el suelo me ayudaría mejor a sobrellevar mi minidepresión que quedarme
en casa aumentando mis niveles de colesterol de una manera alarmante. Abrí la
puerta del servicio que daba acceso a la vivienda de los Lennon aún sumida en
mis propios pensamientos. Por eso, cuando me encontré a John detrás de la
puerta, me pegué un susto de campeonato. A ver, ¿por qué ese hombre tenía que
aparecer siempre dándome sustos y no como las personas normales? Joder,
necesitaba una explicación urgente para eso.
-¡Sophie, menos mal que has
llegado!-dijo por todo saludo nada más me vio.-Te estaba esperando.
Miré mi reloj de pulsera casi de
manera instintiva para comprobar si había llegado tarde. Pero no, no lo había
hecho. En realidad, aún faltaban diez minutos para que mi jornada laboral
empezara de manera oficial.
-¿Qué ocurre?-pregunté
intrigada.-¿Acaso he hecho algo que…?
-Oh, no, no, nada,
tranquila…-aquellas palabras hicieron que soltara un pequeño suspiro de alivio:
con la que me estaba cayendo encima sólo me faltaba que me metieran un paquete
en el trabajo.-Sólo que… Verás, te quería pedir un favor.
-¿Un favor?-repetí lanzándole una
mirada de lo más extrañada.
-Sí, bueno…-empezó a
decir.-Verás… Misako no puede venir hoy a trabajar: ha llamado hace un momento
para decírnoslo. Al parecer tienen que operar a su marido de urgencia. No es
nada grave, apendicitis, pero bueno, hoy no va a estar. Y hoy precisamente…
Bueno, Yoko y yo tenemos que recibir en casa a unas visitas muy importantes
para ella y Sean…
Cuando entendí qué era lo que
John estaba intentando decirme noté como la sangre se me helaba en las venas.
Él algo debió notar, porque enseguida se apresuró a añadir:
-El niño no puede quedarse en
casa y nos es imposible encontrar a alguien de confianza para que cuide de él.
Yoko está de acuerdo en que hagamos una excepción para que hoy te encargues de
él y te juro que te pagaremos doble el día de hoy si nos haces el favor.
-Eh… John, de verdad que quiero
ayudaros, pero… yo y los niños no…-balbuceé.
-¡Qué va! A Sean le gustas mucho,
de verdad.-me interrumpió él.-Además, lo único que tienes que hacer es llevarlo
a pasar el día a Central Park, o al parque de atracciones, o a comer por ahí,
lo que te dé la gana… Y él se porta bien, ya lo verás.
-Pero… ¿y Rosaura no puede? Ella
seguro que tiene más mano con los niños y es capaz de cuidarlo mejor que
yo.-insistí yo sintiendo como el pánico se apoderaba de mí: o sea que yo,
precisamente ese día y en mi estado, iba a tener que cuidar de un niño. Oh,
Dios mío, el quedarse en casa por depresión no habría sido tan mala idea.
-Yoko necesita a Rosaura hoy
aquí, si no fuera absolutamente necesario no te lo pediría.-contestó a la
desesperada. Después, esbozando una sonrisilla de niño bueno, añadió:-Por
favor, Sophie, haz esto como un favor personal que me haces. Te estaré
eternamente agradecido.
No fue su sonrisilla de seductor
nato lo que me convenció, ni siquiera el hecho de que me diera lástima su
situación. No. Lo que me convenció fue mi parte racional y lógica, ésa que en
esos momentos me estaba gritando a voces que si no accedía a hacer eso, por más
que me disgustara, no me iban a renovar
el contrato que tenía con ellos cuando venciera. O sea, que si quería conservar
mi maldito empleo pasados los cuatro meses iniciales por los que me habían contratado,
debía tragarme aquello.
-Está bien.-suspiré al fin
cediendo por segunda vez en el día ante alguien.-Me encargaré de Sean.
-¡Perfecto!-exclamó John loco de
contento.-Con que lo traigas a casa de nuevo hacia las seis de la tarde, sobra.
Y toma, aquí tienes cien dólares por si queréis ir a comer y todo eso…
-¿Cien dólares?-pregunté yo
escandalizada. A veces ése era mi presupuesto para pasar toda la semana: asco
de ricos.-¿He de llevarlo a comer al restaurante más caro de la ciudad o qué?
-No te hagas problema, Sophie. Y
ve adónde quieras, tienes carta blanca.
-¿Lo puedo llevar a Las Vegas?-me
atreví a bromear, sarcástica.
-No te pases de lista, empleada.-sonrió él.-Y gracias. De
verdad que nos haces un gran favor.
-No hay de qué, jefe.
Suspiré, resignada. Definitivamente
ése no era mi día.
******************************************
Ir al parque cobrando el doble de
lo que normalmente ganas en un día de trabajo. Sí, tal vez eso pueda parecer
poco menos que un sueño hecho realidad, pero en aquellos momentos juro que
hubiera preferido estar en casa de los Lennon limpiando como una loca aunque me
hubieran pagado la mitad. No, no era que Sean se portara mal: más que portarse
mal, el niño aquel era un trasto que no paraba quieto y yo estaba paranoica
perdida con que al chavalín le pudiera pasar algo. Porque vamos… con la suerte
que llevaba yo ese día, no me hubiera extrañado nada que se me acabara perdiendo
o dándose de bruces en el suelo y rompiéndose las narices.
-¡No, Sean! ¡Baja de ahí!
Corrí como alma que lleva el
diablo hacia el árbol al que se estaba intentando encaramar el niño notando
como el corazón me latía a mil por hora. O sea: hacía dos segundos que no lo
miraba y en ese tiempo a aquel pequeño diablo ya le había dado tiempo a
apartarse de mí diez metros y a empezar a trepar a un árbol enorme cual monito.
-Jo, Sophie, no pasa nada…-se
quejó cuando me planté ante él y lo agarré para bajarlo casi que por la fuerza:
afortunadamente no le había dado tiempo a subir muy arriba.-Misako me deja
subirme todos los días.
Me quedé escudriñando su cara
mientras lo dejaba en el suelo y le lancé la mirada más severa que pude.
-Misako no te deja, so mentiroso.-mascullé.
Sean se puso rojo, evidenciando
así su mentira, y bajó la cabeza.
-Bueno, pero no pasa nada por
subir al árbol…-masculló con su vocecita.
-Ya, y si te caes y te rompes la
crisma, cuando llegue a casa tus padres me la parten a mí también.
-¿Qué es la crisma, Sophie?
Sin poderlo evitar, solté una
risita y negué con la cabeza.
-Déjalo.-sonreí.- Si quieres
subir a cosas vamos a los columpios y allí haces lo que te dé la gana.
-¿En serio? ¿Lo que me dé la
gana?-preguntó con la cara iluminada por la alegría. Aquello, para qué negarlo,
me hizo entrar pánico: a saber qué estaba pensando en hacer el crío ése.
-Bueno, en realidad será lo que
me dé la gana a mí.-me apresuré a contestar.
Nada más dije eso, Sean volvió a
poner su carita de afligido, haciendo que a mí de nuevo se me escapara otra
risita entre dientes. No obstante, pronto se le pasó el abatimiento cuando nos
pusimos en marcha y llegamos al cabo de poco a la zona de columpios.
Inmediatamente, el niño salió disparado hacia el tobogán y yo me senté en uno
de los bancos que había allí. Respiré profundamente y sonreí: al menos mientras
Sean estuviera entretenido allí, podría relajarme. Por fin la mañana empezaba a
pintar bien…. Pero como mi buena estrella siempre ha brillado por su ausencia,
justo en el momento en el que me estaba empezando a replantear que aquel día no
tenía por qué ser tan malo como había creído en un principio mientras Sean
jugaba alegre y sin riesgo a partirse la cabeza, un sonoro trueno hizo que
tuviera que descender a la cruda realidad de nuevo.
-Oh, mierda…-mascullé justo en el
momento en el que levantaba la vista para observar los horrorosos nubarrones
negros que se habían formado casi de repente.
Para acabarlo de rematar, una
gota enorme me cayó en todo el ojo haciendo que tuviera que bajar la cabeza
rápidamente mientras maldecía por lo bajo.
-Va a llover, Sophie.-dijo de
pronto la vocecilla de Sean a mi lado.-Deberíamos irnos a otro sitio o nos mojaremos.
Me quedé mirándolo durante unos
segundos y asentí. Aquel enano tenía mucha más capacidad de reacción que yo y
por unos segundos me sentí como si el que estuviera cuidando de mí fuera él y
no al revés. Bueno, fuera como fuera tenía razón: las gotas estaban empezando a
caer con más insistencia y si no nos largábamos de allí pronto íbamos a acabar
empapados.
Gracias, nubes, por arruinarme la
mañana.
*****************************************
Un cuarto de hora después de
nuestro fugaz paseo por el parque interrumpido por la lluvia, Sean y yo
estábamos sentados en una mesa de una cafetería de al lado de Central Park
mirando como llovía copiosamente por la ventana que teníamos al lado. Frente a
nosotros teníamos dos inmensos batidos, obviamente de chocolate. ¿No me había
dado carta blanca el padre de la criatura para hacer lo que me diera la gana
con el niño? Pues chocolate, mucho chocolate.
-Podrías venir tú todos los días
a cuidarme en lugar de Misako, Sophie. Me lo paso mejor.-dijo Sean con
solemnidad antes de darle un sorbo inmenso a su batido.-Y podríamos beber
batidos de chocolate todos los días.
Solté una risa, ya no sólo por lo
que me acababa de decir sino también porque se había puesto la cara perdida.
-Sí, claro, y entonces yo
acabaría gorda como una vaca; eso si tus padres no me matan antes…-reí a la vez
que agarraba una servilleta de papel y le limpiaba la nata de la nariz.-Ay,
enano… Me vas a hacer reír sin ganas…
-¿Por qué no tienes ganas de
reírte?-preguntó el niño extrañado.-¿Es que estás triste?
Lo miré durante unos segundos y
sonreí.
-Un poquito, la verdad.
-¿Y por qué?
-Por… cosas de mayores.-contesté
a falta de encontrar una respuesta mejor.
Sean puso cara de fastidio por la
respuesta que le acababa de dar: al parecer no le gustaba demasiado que le
dijeran eso de “cosas de mayores”,
como a todos los niños, en realidad. No obstante, no dijo nada al respecto.
-Yo a veces me pongo triste
cuando me riñen papá y mamá.-añadió antes de darle otro sorbo a su batido.-Pero
pronto se me pasa…
-Bueno… La verdad es que yo
también estoy triste porque estoy un poco enfadada con mi mamá.-dije sin saber
muy bien por qué y sintiéndome extremadamente rara por estar contándole eso a
un niño de cuatro años.
-¿Te has portado mal y te ha
reñido?
-Mmmmmm… Más bien digamos que la
que se ha portado mal ha sido ella.-contesté.
Sean se me quedó mirando durante
unos segundos con cara de no estar entendiendo nada de nada. De repente, soltó
una risita aguda.
-¡Qué rara eres, Sophie!-exclamó
antes de darle el último sorbo a su batido.
-La verdad es que un poco rara sí
que soy…-confirmé con buen humor.-Por cierto, Sean… ¿qué te apetece hacer ahora
que nos hemos acabado esto?
-Aún llueve.-masculló el niño
mirando por la ventana.-Quiero ir a casa.
-Pero… no podemos volver a casa
hasta que…
-Yo quiero ir a casa.-me cortó
con contundencia.
-Sean… Ya sabes que debemos
volver esta tarde, que hoy teníamos que pasar el día fuera tú y yo y…
-Me da igual. Estoy cansado y
quiero ir a casa.
-¿Cansado? Pero si no hemos hecho
nada…
-Sophie, que quiero ir a
casa…-casi lloriqueó.
Lancé un bufido de fastidio a la
vez que miraba la hora. Perfecto: no era ni media mañana y aquel enano ya
estaba con que quería ir a casa, que estaba cansado.
-Sean, ¿seguro que no…?
-¡Que quiero ir a casa!
Un par de señoras que estaban
sentadas en la mesa de al lado se volvieron hacia nosotros lanzándome una
mirada de reproche. Inmediatamente noté como los colores me subían a la cara.
-Shhhht, no grites, hombre…-le
dije al niño apurada todavía.-Ya sabes que tu papá y tu mamá nos han dicho que
no podemos volver hasta las seis y aún es muy pronto.
-Pero… yo estoy cansado…-contestó
él a punto de llorar.-Llévame a casa, por favor.
Me quedé por unos instantes
paralizada sin saber qué hacer ni qué decir: Sean parecía que iba a ponerse a
llorar de un momento a otro y, encima, todavía podía notar las miradas de las
señoras de al lado fijas en mí, como yo si fuera una especie de criminal que
hace llorar a niños inocentes.
-Eh…-titubeé al fin.- Sean,
cariño, no llores, venga… Mira, está bien… Iremos a casa…
-¿Sí?-preguntó él esperanzado.
-Eh… sí.-dudé.-Pero no a tu casa,
que no podemos. Iremos a la mía y así descansas, ¿vale?
Por unos segundos creí que el
niño iba a ponerse a llorar ahora ya en serio, pero, en el último momento, una
enorme sonrisa iluminó su rostro.
-¡VALE!-exclamó.-¡Será divertido!
Suspiré aliviada: me había
librado de un buen numerito con el hijo de un famoso llorando en una cafetería
por ineptitud de una niñera inexperta. Bien por mí.
*****************************************************
-Que casa más fea
tienes…-masculló Sean mirándolo todo a su alrededor nada más pusimos un pie
dentro de mi edificio.
-Aquí es donde viven las personas
pobres, cariño.-le dije sin poder evitar que una nota de sarcasmo se colara en
mi tono de voz. Vale: sabía que el edificio en donde vivía era viejo y no era
la gran cosa, pero bueno, de ahí a que ese mocoso me dijera directamente que
era feo…-Anda, Sean, empieza a subir las escaleras hasta el tercero, que es
donde está mi casa.
-¿Escaleras? ¿No podemos subir
por el ascensor?
-No podemos porque no hay ascensor.
-¿Y por qué no hay?
-Ya te he dicho que aquí sólo
viven personas pobres como yo…-bufé empezando a subir las escaleras delante de
él.-¿Vas a quedarte ahí plantado o vas a subir?
Sean soltó un suspiro de
resignación y empezó a subir detrás de mí. Todo el trayecto se lo pasó lanzando
pequeñas quejas sobre el hecho de tener que subir las escaleras. Yo, por mi
parte, no podía dejar de reírme por lo bajo: el pobre niño rico bajando a las
profundidades del mundo plebeyo con tan sólo cuatro años…
-Y ya hemos llegado.-dije cuando
por fin nos plantamos, después de unos cuantos tramos de escalera y unas
cuantas quejas, delante de la puerta de mi piso.-Mi casa tampoco es tan bonita
por dentro como la tuya, pero bueno…
Sin esperarme a que el niño
contestara nada, metí la llave en el cerrojo y abrí la puerta. Inmediatamente
pude oír desde el comedor el sonido de la tele. Fruncí el ceño. ¿No se suponía
que Sven estaba trabajando?
-Entra, Sean.
El niño pasó delante de mí,
obediente. Lo miró todo y puso cara rara, pero esa vez, seguramente por ahorrarse
la respuesta de los pobres, decidió no decir nada. Yo, por mi parte, me dirigí
hacia el comedor, con Sean detrás de mí.
-¡¿Pero qué haces tú aquí?!
El grito que pegué nada más entré
y me vi a Sven tirado en el sofá con su batín roñoso hizo que el pobre diera un
salto asustado.
-¡Joder, Soph! ¡Casi me matas del
susto!-exclamó poniéndose en pie.-No he ido a trabajar porque no me apetecía.
-¡¿QUÉ?!-grité yo. Después de la
lata que me había pegado a mí esa misma mañana para que no faltara a mi
trabajo, sólo faltaba que él no hubiera ido al supermercado donde trabajaba.
-No, no… Es broma…-rió él
seguramente al ver mi cara de susto.-He ido pero había un reventón y nos han
mandado a casa. Un jaleo: estaba todo inundado. Ey, por cierto… ¿y qué coño
haces tú aquí?
-Cuida tu bocaza, que tengo un
niño al que cuidar…
Hasta ese momento Sven no se
había percatado de la presencia de Sean. Fue entonces cuando posó sus ojos por
primera vez sobre el niño y se quedó, literalmente, con la boca abierta.
-Sophie… ¿Qué… qué hace ese niño
contigo?
-Lo he raptado.-contesté con
parsimonia como venganza al susto que me acababa de dar al decirme que no había
querido ir a trabajar.
-¡MIERDA!-gritó
asustado.-¡Sophie, no! ¡Si ese niño es quien creo que es…!
-Cállate, tarugo.-reí yo antes de
que le diera una taquicardia severa.-No he raptado a nadie: mi trabajo de hoy
era cuidar de él. Y como llovía y no quería ir a ningún sitio más, nos hemos
venido aquí, ¿verdad, Sean?
-Sí.-contestó el niño dedicándole
una sonrisa a Sven.-Hoy Sophie me va a cuidar todo el día, se lo ha dicho mi
papá. Me llamo Sean.
-Encantado, Sean. Yo soy
Sven.-contestó él flipando. Después, volviéndome a mirar, añadió:-Bueno, ya me
explicarás qué se han metido para dejarte a ti
a cargo del niño…
-Ni yo misma lo sé…
-Sven, ¿eres el marido de Sophie?
La repentina pregunta de Sean
hizo que los dos empezáramos a reír casi histéricamente ante la mirada confusa
del niño.
-Oh, no, Sean… Sophie no es mi
esposa, ni mi novia, ni nada…-contestó Sven cuando recobró el aliento.-Somos
amigos solamente.
-Además de que yo tengo el
suficiente buen gusto para no estar con él…-añadí yo.
-¿Cómo?
-Déjalo, Sean, son cosas de mayores…
-No me gusta que me digan
eso.-respondió enfadado.-Todo el mundo me dice eso.
-Bueno, está bien… Pues no te lo
diré…-suspiré. Después, volviéndome hacia mi compañero, añadí:-Sven, tío, hazme
el favor y échale un ojo durante cinco minutos, necesito ir a cambiarme los
calcetines y las zapatillas: los tengo empapados después de la carrera que me
he pegado para comprar un par de paraguas a una tienda de pakistanís.
-Casi se cae por la acera.-añadió
Sean con una sonrisilla.-Y le ha tirado el café a un señor que iba caminando.
-¿En serio? Es que Sophie siempre
ha sido un poco desastre…-rió Sven.
-Gracias por la aclaración, Sven…-refunfuñé
entre dientes antes de darme media vuelta y dirigirme a mi habitación.-¡Ojo con
lo que haces con el niño!
-Descuida, lo cuidaré muy, muy
bien. Tengo mucha mano con los niños aunque no lo parezca.
Pese a que lo dudaba muchísimo,
me dirigí hacia mi habitación: al fin y al cabo sólo iban a ser unos pocos
minutos, así que no tenía por qué preocuparme. Me cambié el calzado rápidamente
y me encaminé de nuevo al comedor, dispuesta a proponerle a Sean hacer cualquier
cosa para entretenerle. Aún estaba por el pasillo cuando escuché como Sean y
Sven cantaban alegres una cancioncilla. Pese a la sorpresa inicial, sonreí: a
lo mejor Sven tenía razón y no se le daban mal los críos… No obstante, cuando me acerqué un poco más y
pude escuchar lo que estaban cantando, se me borró la sonrisa de la cara
inmediatamente. Y es que, lo que en un principio parecía la inocente canción de
Popeye el Marino, era una jodida
versión adulterada que los dos estaban cantando a voz en grito.
-Popeye el Marino soyyyy, detrás de las viejas voyyyy, les meto la mano
y me dicen marrano, Popeye el Marino soyyyyyyyyyyyyyyyyy.
-¡¿PERO SE PUEDE SABER QUÉ ES LO
QUE ESTÁIS CANTANDO?!-grité hecha una furia a la vez que entraba con un
torbellino en el comedor.-¡SVEN! ¿TE PARECE BONITO ENSEÑARLE ESO AL NIÑO?
-Oh, Soph…-se quejó mi
compañero.-Es sólo una cancioncilla inocente.
Sean y yo nos lo estábamos pasando muy bien.
-Es verdad, Sophie, es una
canción divertida.-sonrió el pequeño truhán que hasta hacía diez segundos había
estado cantando como un descosido.
-No es divertida, Sean.-repliqué
yo.-Ni se te ocurra cantar eso delante de tus padres o te van a castigar, ¿me
entiendes?
-Sí, entendido.-contestó el niño
poniendo cara de afligido.
-Mira lo que has hecho, Soph… Has
puesto triste al chaval.-dijo Sven pasándole la mano por el hombro.-Anda,
colega, no te pongas mal y no le hagas caso a Sophie, que es una rancia.
Juro que en ese mismo momento
hubiera matado a Sven allí mismo, sin importarme para nada que un niño de
cuatro años fuera testigo de mis crueles actos. Pero justo en aquel momento, el
timbre de la puerta sonó y le salvó la vida.
-Voy a abrir. Va a ser un segundo,
Sven. Y como se te ocurra enseñarle algo más al niño, te mato. Lo juro.-dije
arrastrando las palabras.
No me esperé ni siquiera a que
dijera nada, simplemente salí de allí con un cabreo monumental y abrí la puerta
del apartamento sin ni siquiera preguntar quién era.
-¡SOPHIE, QUERIDA!
¿Nunca habéis experimentado esa
sensación de abrir la puerta y querer volverla a cerrar en el acto delante de
las narices de vuestra visita inesperada? Pues bueno, eso mismo sentí yo nada
más vi allí plantada ante mi portal a mi madre. Y lo peor de todo era que no
venía sola: venía acompañada por mi abuela, una auténtica vieja loca y sorda
como una tapia.
-Ay, Dios mío…
-¿Cómo que Dios mío? ¿Acaso mi
niña no se alegra de ver a su querida madre?-dijo entrando sin más en casa.-Por
cierto, no me gusta la costumbre que tenéis en este edificio de dejaros la
puerta de abajo abierta de par en par. Estáis en Nueva York, cualquier día os
podría entrar un asesino o un violador o una pandilla de drogadictos de ésos….
-Tú siempre tan positiva, mamá…-dije
de mala gana antes de volverme hacia mi abuela.-Por cierto, abuela, ¿cómo te
encuentras?
-Sí, sí, tranquila que ahora
cierro la puerta…-me contestó mi abuela.
-Es que se ha puesto un poquitín
más sorda en los últimos meses…-me aclaró mi madre con un susurro a mi lado.-Pero
tú síguele la corriente y ya está.
Asentí lentamente, aún asimilando
lo que me podía deparar aquella visita. Seguro que más de un director de
comedias se habría matado por poder tener en esos momentos una cámara en mi
casa y grabar el colmo del surrealismo.
-Y bien, hija, ¿no nos vas a
invitar a entrar?-inquirió mi madre de repente.-Mira que yo no te he enseñado
nunca a ser tan mala anfitriona…
-Ya estáis dentro, mamá.-contesté
con sarcasmo.
-¡Ay, qué chica!-exclamó entrando
en el comedor, sin permiso ni nada, seguida por mi abuela.-¡Sophie! ¡Hay un niño
aquí con Sven!
Entré y me puse a su lado.
-¿En serio? Ya le decía yo a Sven
que teníamos tanto polvo aquí que al final nos iba a crecer algo…
-No seas descarada.-me recriminó
mi madre.-Un momento… ¿este niño es el hijo de…?
-Sí, es él.-contesté sin
demasiadas ganas.
-Sophie…-dijo de repente
Sean.-Creo que la señora vieja está triste.
Nos quedamos mirando como el niño
señalaba a mi abuela. Fue entonces cuando nos percatamos de que había empezado
a lanzar leves sollozos a la vez que un par de lagrimones surcaban su rostro.
-¿Pero qué te pasa, mamá?-le preguntó
a los gritos mi madre.
-¿Por qué nadie me dijo que
Sophie estaba casada y ya tenía un hijo?-lloriqueó.-¡Yo quería ir a la boda!
-¡Abuela! ¡Que no es mi
hijo!-grité.-¡Es el hijo de mis jefes!
-¿Y a mí qué más me da que sea
canijo y que tenga un herpes?-preguntó limpiándose las lágrimas con un pañuelo
de tela de lo más rococó que se había sacado del bolso.-¡Yo lo hubiera querido
igual!
-Pero…
-No le hagas caso, Sophie,
síguele la corriente que no se entera.-me cortó mi madre sin darle más
importancia al asunto.
Solté un bufido resignada y me
dejé caer en el sofá al lado de Sean y Sven.
-Ese niño no se le parece en nada
al padre…-masculló de pronto mi abuela mirando primero a Sven y después a
mí.-Uno rubito y el otro con el pelo oscuro. Y los ojos… No se parece en nada…
-¿Se puede saber qué es lo que
habéis venido a hacer aquí, mamá?-pregunté tratando de ignorar a mi abuela, que
continuaba mirando con suspicacia a Sean y a Sven.
-Venía del médico con la abuela y
pasaba por aquí…
-Mamá, al grano.
-Vale, está bien, está bien… He
venido hasta aquí adrede después de llevar a la abuela al médico.
-Sophie, hija…- interrumpió de
repente mi abuela.-¿Estás segura de que no te dio algún susto ningún vecino? Porque es que lo miro y no se parece en nada
al padre…
Intenté pasar por alto el
comentario de mi abuela y la risa de Sven y miré a mi madre de nuevo,
instándole a continuar.
-Ayer creo que te vi un poco
afectada por todo ese asuntillo que hablamos…
-¿Asuntillo? ¿Llamas a todo eso “asuntillo”? ¡Mamá, por favor!
-Oh, vamos, no te pongas
dramática… Si supieras quién fue tu padre no te mostrarías así de susceptible…
-Oye, chico…-iba diciendo mi
abuela mirando a Sven.-¿Tú te fías de mi Sophie completamente? Porque este niño
y tú…
-Como te iba diciendo, Soph, si
supieras quién es tu padre no estarías tan enfadada.-siguió mi madre. La verdad
era que aquella conversación se estaba haciendo muy difícil con mi abuela de
fondo diciéndole cosas raras a Sven y éste partiéndose de risa sin saber qué
decir.-No es que fuera la gran cosa, pero te aseguro que mejor que ése al que
tú llamas padres, era. Atento, simpático, alegre, sabía complacer a las mujeres…
-Mamá, de verdad, no me apetece
saber quién es mi padre.-le corté poniendo cara de asco al ver los caminos que
podía tomar aquello.-Por muchas cosas que fuera, te aseguro que no…
-Vamos, no seas amarga. ¡Si hasta te había traído una foto suya para
que lo vieras! Se llamaba…
-¡Te he dicho que no quiero saber
nada!-le corté enfadada.-¡Ni me interesa cómo se llamaba, ni qué hacía, ni
quiero ver su maldita foto!
-¡Pero hija! ¡Pensaba que…!
-Nada, mejor que no pienses nada.
-¿Qué es lo que tienes que
prensar?-inquirió de repente mi abuela mirando a mi madre extrañada.
Lancé un sonoro bufido, cansada
por todo aquello.
-Está bien, como quieras.-dijo mi
madre poniéndose en pie casi de repente.-Yo lo hacía con buena voluntad, pero
veo que tú no lo ves así. De todos modos, te voy a dejar aquí mismo la foto que
te he traído, por si te lo repiensas y quieres verle la cara a tu padre.
Antes de que a mí me diera tiempo
a reaccionar, se sacó del bolso una pequeña fotografía y la dejó sobre el
pequeño aparador que teníamos. Al menos, tuvo la delicadeza de dejarla boca
abajo.
-¡Quita eso de ahí!
-No me da la gana.-me contestó mi
madre con determinación.-Ale, nos vamos. Venga, mamá, vámonos.
Empezó a caminar hacia la salida.
Mi abuela, esta vez sí, captó el mensaje a la primera y la siguió.
-Volveré otro día a conocer a tu
hijo.-me dijo cuando pasó por mi lado. Después, bajando la voz, añadió:-Y
deberías decirle a tu marido la verdad, que se nota mucho que no es suyo,
picarona.
-¡Que no es mi hijo!
-Y dale con lo de que es canijo.
El niño está muy guapo, no le digas eso.
-¡Mamá! ¡Nos vamos!-le apremió mi
madre ya casi desde la puerta del apartamento.-Y tú Sophie, si algún día te decides
a conocer la verdad sobre todo esto, me lo dices.
-¡Jamás querré hacer eso!-casi
grité.
-Lo que tú digas… En fin, adiós.
Aún no había acabado de decir eso
y ya había cerrado la puerta tras de sí. Cabreada, me volví de nuevo hacia Sean
y Sven.
-¿Por qué estás enfadada,
Sophie?-quiso saber Sean.
No pude evitar sonreírle.
-Porque mi mamá y mi abuela están
locas de remate.-contesté pasándole la mano por el pelo.
-Ya lo he visto. Están muy
locas.-me confirmó él. Y si hasta un niño de cuatro años era capaz de ver eso,
no iba a ser yo la que iba a negar la evidencia.
-Ey, Sven…-le dije a mi compañero
de piso después de soltar una risita por la contestación de Sean.-Hazme un
favor y tira eso que ha dejado mi madre ahí, que no lo quiero ver…
-Por supues…-sus palabras se
vieron interrumpidas por la musiquilla del programa de televisión que iba a
empezar.-¡Eh! ¡Adoro este concurso!
-¡Mi papá también lo ve!-exclamó
Sean.
-Tu papá sabe lo que se hace,
colega.
Negué con la cabeza y la apoyé
sobre el respaldo del sofá. Bueno, ya me desharía yo de esa maldita foto… Pero
eso sería más adelante, en esos momentos necesitaba un descanso. Y tanto que lo
necesitaba.
************************************************
Llamé a la casa de los Lennon a
las seis en punto, tal y como me había dicho John esa misma mañana. No tardó
demasiado en abrir él mismo. Detrás de él estaba Yoko, con su sempiterna mirada
indescriptible que tanto me incomodaba.
-¡Ey, campeón!-exclamó nada más
vio a su hijo. El niño, por su parte, salió disparado hacia él y John lo agarró
en brazos.-¿Cómo te lo has pasado?
-Muy bien.-contestó Sean con una
sonrisa de oreja a oreja.-Hemos ido al parque, me he hecho amigo de Sven que es
el amigo de Sophie, he conocido a unas señoras locas de remate…
-Esas señoras eran mi madre y mi
abuela…-me apresuré a contestar cuando vi la casa que pusieron John y Yoko
cuando el pequeño dijo eso.-En realidad son buena gente.
-Ah, perfecto.-sonrió John
volviéndose hacia mí.-¿Y qué tal se ha portado? ¿Ha dado mucha guerra?
-No, no, tranquilos, se ha
portado genial.
-¿Podrá venir Sophie a cuidarme
todos los días?
-¡No!-exclamamos John, Yoko y yo casi
al unísono.
-Pero…
-Ya te cuida Misako, cariño.-le
contestó Yoko.-Y Sophie tiene trabajo aquí en casa.
-Exacto.-le dije yo. Después,
acordándome de repente de algo, rebusqué en mi bolsillo y le tendí un pequeño
fajo de billetes a John.-Por cierto, aquí está lo que me ha sobrado de lo que
me has dado esta mañana. No hemos gastado mucho, así que…
-Oh, quédatelo.-contestó él
encogiéndose de hombros.-Tómatelo como una pequeña propina por el favor.
-Pero…
-Insisto.
Por toda respuesta, me encogí de
hombros y volví a guardarme el dinero en el bolsillo. A fin de cuentas no
estaba bien llevarle la contraria al jefe, ¿no?
-Vale, pues gracias.-sonreí.-Si
no necesitáis nada más de mí…
-Puedes irte si quieres.-dijo Yoko
no sabría decir sin con frialdad o no.
-Gracias, Sophie.-añadió John.
-Gracias a vosotros por la
propina.-contesté antes de darme la vuelta.-Adiós.
-Hasta mañana.
Me fui de allí con una sonrisa
sin saber muy bien por qué. Tal vez fuera por los ochenta dólares que me había
llevado por la cara, tal vez porque a fin de cuentas el día no había sido tan
desastroso como yo había esperado y Sean había llegado sano y salvo a casa. No
tenía ni idea, pero tampoco me importaba saberlo. Lo importante era que me
sentía bien pese a todo. ¿Qué más se podía pedir?
Suscribirse a:
Entradas (Atom)