viernes, 29 de agosto de 2014

PREMIO DARDOS / NOTA SOBRE EL FIC

¡Hola gente!

Pues sí, algunos/as os habréis pegado un susto al ver una actualización mía porque ya hace mucho, tanto que me da hasta vergüenza, que no subo nada por estos lares. No ,no os emocionéis. Esto no es un nuevo capítulo del fic, sino una entrada para deciros un par de cosillas.

Pues bien, la primera de ellas es que tengo el grandísimo honor de que María, ese amiga de la cual jamás me cansaré de recomendar sus fics, haya otorgado a este blog el premio Dardos. La verdad es que estoy muy satisfecha con esto y jamás me cansaré de darle las gracias. ¡Eres genial, nena!



Por cierto, a todos y a todas os recomiendo encarecidamente pasarse por sus blogs, que son una verdadera delicia en todos los sentidos:
http://marialujangallo.blogspot.com: Blog personal dedicado especialmente al universo de la lectura. Además, podéis encontrar algunos escritos originales suyos. Calidad de la buena, os lo digo yo.
http://ringostarr2011.blogspot.com: ¿Quién no conoce el fic de Mercy? ¿Aún hay alguien que no? Pues vamos, corriendo a leerlo, porque realmente merece la pena. Aún está en activo cada capítulo es mejor que el anterior.
http://ochobrazos.blogspot.com: Otro fic genial, éste ya finalizado. Tal vez la mayoría lo hayáis leído ya, pero a quien no lo haya hecho, le recomiendo este fic de amor a cuatro bandas que seguro no os deja indiferentes.
http://thebeatleschoolgirls.blogspot.com: Y aquí, el pequeño pero gran baúl de historias cortas de María. Aquí os vais a encontrar de todo, desde el fic más gracioso que me he podido leer hasta una historia de una asesina obsesionada con The Beatles al más puro estilo de las mejores novelas negras.

Una vez hechas estas obligadas recomendaciones y de agradecer el premio debidamente, voy a deciros una cosilla sobre el fic "DAKOTA". Sí, sé que llevo mucho sin actualizar, pero informo que pronto lo haré. El fic no se ha abandonado ni muchísimo menos y tengo la firme intención de terminarlo. La verdad es que esta temporada ha sido un pelín ajetreada para mí (finales de curso, viajes y su consiguiente preparación, la no disposición de una línea de Internet decente...) y, si a eso se le une una crisis de inspiración de las grandes, pues el resultado es éste: estar sin actualizar un montón de tiempo, demasiado. Siento las molestias, porque sé lo mucho que fastidian estas situaciones a los lectores, y por eso os pido disculpas. Por lo pronto, estoy "rehaciendo" el fic para evitar el atasco mental en el que me había metido y pronto seguiré con esto. Espero estar a la altura y compensaros por tanto tiempo de espera.

Y sin más, me despido ya de vosotros. Espero que nos veamos pronto por aquí: eso será señal de que he subido ;)

¡Saludos!


jueves, 5 de junio de 2014

DAKOTA Capítulo 8: Esto no puede estar pasando

Nervios, nervios y más nervios. Aquello era lo único que era capaz de sentir aquella mañana, la del famoso día después de haber pillado a Sean con una bolsita de heroína en la mano. Estaba muchísimo más nerviosa que en mi primer día de trabajo y no era para menos por varias razones. En primer lugar, porque el susto del día anterior aún me duraba; y, en segundo lugar y más importante todavía, porque había tomado una decisión: encararme a John y contarle lo que había sucedido. Era plenamente consciente de los riesgos que correría al decírselo. Si no sabía nada de aquella “cajita secreta de mamá”, lo más normal sería que se negara a creerme. Si, por el contrario, estaba enterado de todo aquello, seguramente me enviaría a la mierda por meterme en sus asuntos privados y cuestionar su responsabilidad como padres. En ambos casos el desenlace parecía que iba a ser el mismo: John Lennon montando en cólera y despidiéndome en el acto, aunque, a decir verdad, había pensado decírselo a él porque le temía muchísimo menos que a Yoko.

Pero pese a aquella nefasta posibilidad, no veía el momento de soltar todo aquello que llevaba dentro. Me había pasado toda la noche en vela, reflexionando sobre todo, y había llegado a la conclusión de que debía hacer lo correcto independientemente de mi interés personal. Al fin y al cabo, la seguridad de un niño de cuatro años dependía de aquello y, si le llegaba a pasar algo, jamás sería capaz de perdonármelo si por lo menos no había intentado hablar con sus padres.

-¿Te ocurre algo, Sophie?-preguntó Rosaura de manera repentina.

Me volví y la miré, tratando de articular una falsa sonrisilla tranquilizadora. No obstante, a juzgar por la expresión de la mujer, no funcionó.

-Tienes mala cara esta mañana…-insistió.

-No es nada.-contesté encogiéndome de hombros y volviendo a fijar mi vista en la colada que tenía ante a mí.-Sólo es que he pasado mala noche.

-Si no te encuentras bien deberías irte a…

-No, tranquila. Me encuentro perfectamente.-la interrumpí antes de que acabara de pronunciar su sugerencia.-Por cierto, Rosaura… ¿sabe dónde está John? No lo he visto en toda la mañana y…

Cuando aún no había ni terminado de decir aquello, Rosaura se me quedó mirando con una expresión indescriptible que hizo que me interrumpiera a mí misma. Parecía seria y sorprendida a partes iguales y enseguida supe que había interpretado mal mi pregunta.

-El señor Lennon ha salido.-me contestó secamente, podría decirse que hasta con tono acusador.-Y no se sabe cuándo va a volver.

Hubo unos instantes de incómodo silencio entre las dos. Era obvio que Rosaura estaba pensando cosas que no venían al caso, pero perfectamente sospechables teniendo en cuenta que más de una vez nos había visto a John y a mí hablando distendidamente cuando en teoría yo lo tenía terminantemente prohibido. Por mi parte, el simple hecho de saber que mi superior estaba pensando en esos momentos que estaba liada con el jefe, me daba tantísima vergüenza que no sabía ni qué decir.

-Es que…-conseguí articular por fin, titubeante.-Sólo quería comentarle una cosa que…

-No es necesario que le digas nada a él.-me cortó.-Si necesitas algo o le quieres comentar algo, dímelo a mí y yo se lo transmitiré a los señores.

-Pero…

-No hay peros que valgan. ¿Qué era eso que le querías decir?

Volví a mirarla de nuevo a los ojos, fijamente. Por unos instantes incluso llegué a valorar la posibilidad de contárselo todo a Rosaura pero, en el último momento, me eché para atrás, en parte por cobardía y en parte porque no estaba segura si ella sería capaz de “transmitirles a los señores” lo que yo quería decirles.

-Nada.-mascullé al fin.-Sólo era una tontería.

-Pues más vale no molestarle con tonterías.-dijo Rosaura dando por zanjada la conversación.-Ven a la cocina cuando acabes con esto. Allí te diré que es lo que has de hacer a continuación.

Y dicho esto, se dio medio vuelta y se fue, dejándome allí sola con mi enorme confusión mental. Di un suspiro resignado. Tenía la sensación de que se me presentaba un día bastante duro.

**************************************

Me pasé el resto del día pululando por la casa e intentando hacer lo mejor que podía lo que me había mandado Rosaura, aunque no fue fácil. ¿Quién coño es capaz de preocuparse por limpiar bien los retretes cuando se supone que hay un niño en la casa con riesgo de sobredosis de heroína? Vale, dicho así suena un poco bestia, pero la pura verdad.

Pese a que estuve pendiente al más mínimo movimiento que había en el piso, no hubo ni rastro de John en todo el día. El tío parecía haberse evaporado, cosa muy rara en él, que se solía pasar más horas en casa que el sofá del salón. Además, yo tampoco osaba a preguntarle nada más a Rosaura por temor a que pudiera pensar aún más mal si cabía de lo que lo estaba haciendo.

Cuando estaba a punto de acabar mi trabajo por ese día, escuché el ruido de la puerta al abrirse. Casi como si tuviera un muelle en el culo, dejé lo que estaba haciendo en la cocina y me apresuré a asomar la cabeza por la puerta para ver si por fin había llegado John o no, eso sí, lo más disimuladamente posible. Pero no, no era John. Era Yoko quien, por cierto, se apresuró a lanzarme una mirada reprobatoria que hablaba por sí sola: “¿Qué mierdas haces ahí plantada mirando en lugar de estar trabajando?”. Si en algún momento había albergado el pensamiento de hablar con ella sobre el asunto que tenía en mente, aquel gesto me valió para disuadirme por completo, así que, sin decir nada, volví a mis tareas con la cabeza gacha como si fuera un siervo al que su señor le acaba de pillar intentando escapar del feudo.

Acabé mi jornada laboral media hora después y me largué enseguida de allí tras haberme despedido escuetamente de Rosaura. No me volví a cruzar con Yoko. Mucho mejor para mí. Después, me dirigí hacia la estación del metro con paso rápido y, como ese día la suerte parecía haberse olvidado de mi existencia, se puso a llover torrencialmente cuando estaba a medio camino todavía. Obviamente, no llevaba paraguas. Empapada como si me hubiera recorrido la bahía a nado, entré por fin en la estación y, por culpa las prisas y mis zapatillas empapadas, me pegué un soberano resbalón que me hizo darme de bruces contra el suelo. Ni siquiera la viejecita que iba caminando a mi lado se volvió para mirarme; de hecho, tenía más posibilidades de que me pasaran por encima los que venían detrás de mí que de que alguien me ayudara a levantarme o me preguntara si me había hecho daño, así que me apresuré a levantarme lo más deprisa que pude antes de morir pisoteada por una marabunta de neoyorquinos con prisa. ¡Ay, Nueva York! ¡Qué bonita ciudad donde todo el mundo se preocupa de todo el mundo!

Afortunadamente, conseguí subirme al metro y llegar a mi estación sin que descarrilara ni nada por el estilo, cosa que no hubiera sido rara en absoluto viendo la suerte que estaba teniendo yo ese día. Cuando salí a la calle nuevamente, seguía lloviendo. Miré con envidia a los que tenían un paraguas o se subían a un taxi para llegar a sus destinos. Yo, como era pobre y no llevaba más que un dólar y medio encima, tuve que caminar durante el cuarto de hora que separaba la estación de metro de mi casa bajo una lluvia insistente y fría. Tal vez tendría que ir pensando en comprarme un par de cajas de aspirinas…

Llegué a casa empapada teniendo hasta las bragas empapadas (sé que queda un poco soez decirlo así, pero no cuento ninguna mentira). Además, aparte de agua, llevaba un cabreo monumental encima por mi mierda de día. Por eso, cuando abrí la puerta y escuché las voces de Sven y de alguien más en el comedor no pude menos que articular una mueca de fastidio. Lo último que me apetecía era tener que entablar alguna conversación con algún colega chungo de mi amigo, así que, con disimulo me encaminé hacia la habitación con la intención de meterme allí dentro y no salir hasta el día siguiente.

-¡Sophie! ¡Has llegado!

Maldiciendo lo inmaldecible porque Sven me había pillado paré en seco justo delante de la puerta del comedor.

-Ahora no puedo, Sven.-mascullé de mala gana sin mirarle y sin importarme si estaba siendo o no maleducada con su acompañante.-Estoy toda mojada, he tenido un día de mierda y lo único que quiero es dormir, así que adiós.

-Ehhh… Creo que eso no va a ser tan fácil. Soph, ¿por qué no miras quién ha venido a visitarnos?

Poniendo aún peor cara de la que tenía y esperando encontrarme allí a la pesada de mi madre, me volví a mirar tal y como me había pedido Sven. Inmediatamente, cambié mi cara de rottweiler enfadado por una de sorpresa absoluta. Y es que allí, sentado en mi sofá, estaba el desaparecido: John Lennon.

-Hola, Sophie.-me saludó. No se me escapó que tenía la cara congestionada y que hablaba ligeramente enredado.

-Ho… hola.-tartamudeé yo, flipando todavía en colores.-¿Pero qué haces aquí?

-He salido a dar una fuelta esta bañana y ahodra no sabía adónde ir, así que me he freguntado: ¿bor gué  no vas a ver a tu querida empleada Sophie?

-¡Joder! ¿Estás borracho?-casi grité yo intentando asimilarlo todo.

-Sólo un boco, bero dranquila, gue yo condrolo.

-¡Sven! ¿Qué le has dado?

-¡Yo no le he dado nada!-se apresuró a contestar mi amigo.-Ya ha venido así.

-Soh… Borgue puedo llamarte Soph, ¿no?-nos interrumpió John.-Tu amigo es un tío de buta madre.

Como si de colegas de toda la vida se trataran, John le dio una palmadita en el brazo a Sven mientras soltaba una risita.

-Ehhh… John… Yo no es por ser maleducada, pero… ¿cómo sabías dónde vivía?

-Un guefe sabe todo de sus empleados, Soph…-dijo esbozando una sonrisilla que aún hacía más evidente la cogorza que llevaba encima.

-¿Y a qué se debe la visita?

Nada más pregunté aquello, borró su sonrisa de la cara.

-No quiero folfer a casa.

-¿Eh?

John abrió su boca para contestar. No obstante, la cerró inmediatamente a la vez que le entraba una potente arcada.

-¡Eh, colega, ni de coña!-exclamó Sven a su lado agarrándolo y levantándolo como un muñeco.-¡En el comedor no se pota! ¡Reglas de la casa!

Me aparté justo a tiempo para que Sven y John no me arrollaran en su carrera hacia el baño. Al cabo de unos segundos, escuché a mi jefe vomitar. Afortunadamente, había llegado a tiempo.

Creo que aquella era la situación más surrealista con la que había lidiado en toda mi vida.

*************************************

Era cerca de la medianoche y John ya hacía mucho que había dejado de estar pedo. Después de haber vomitado hasta las papillas de cuando era bebé, se había quedado dormido como un tronco en el sofá mientras Sven y yo lo mirábamos alucinando y sin saber muy bien qué estaba haciendo allí. Se despertó unas tres horas después y, aunque tenía cara de muerto viviente, no había señales ya de borrachera. Fue entonces cuando, podría decirse que un poco avergonzado por el espectáculo que sabía que nos había ofrecido hacía un rato, empezó a hablar. Fue entonces cuando supimos, por fin, por qué puñetas había acabado en nuestra mierda de apartamento borracho como una cuba.

-Esta madrugada pasada he tenido una bronca monumental con Yoko.-empezó a decir después de haberse disculpado por lo de antes repetidas veces.-Tanto que he acabado largándome de casa esta mañana. Sólo quería estar solo y pensar.

Me quedé unos instantes en silencio. Pese a que me moría de curiosidad por saber qué había pasado, sabía que no podía preguntárselo así como así. Pero al parecer, Sven no pensó lo mismo.

-¿Qué ha pasado?-quiso saber con descaro.

Le di un codazo, aunque él ni se inmutó. O sea, acababa de conocer a John Lennon (a John Lennon ni más ni menos) y ya estaba tomándose esas confianzas con él. Al parecer pensaba que por haberle aguantado mientras vomitaba le daba derecho a saber ciertas cosas. Tal vez incluso tuviera razón.

-Bueno… Es una larga historia.-suspiró John. Sorprendentemente, no parecía molesto por la pregunta de Sven. Más bien, parecía hasta agradecido por tener la oportunidad de soltar todo eso que llevaba dentro.-Hace años, cuando nos conocimos, nos enganchamos a la heroína como dos imbéciles. Nos metíamos caballo a todas horas y nos pasábamos todo el puto día colocados… Creedme, fue una época de mierda.

No pude evitar lanzarle una mirada suspicaz a Sven cuando lo escuché hablar de heroína: de aquello precisamente quería hablarle y él ahora sacaba el tema. No me sorprendió ver que mi amigo, casi a la vez, me miró de la misma manera que yo a él. Era evidente que los estábamos pensando lo mismo.

-Pues bueno…-siguió John ignorando nuestros gestos.-Lo dejamos. Lo dejamos los dos juntos y aquello creo que aún fue más mierda que estar metiéndose caballo todo el día. Fue durísimo, pero lo conseguimos. Nos prometimos que jamás volveríamos a meternos esa mierda después de todo eso. Y ahora…

-Has sabido que Yoko tiene heroína en casa.-terminé yo la frase por él.

-Sí. ¿Cómo lo has sabido?

-Tampoco hace falta ser muy largo de miras para saber cuál sería el final de esta historia.-intervino Sven en un fallido intento por disimular.

-No, no hace falta ser muy listo para averiguarlo.-convine yo. No obstante, me quedé en silencio durante unos segundos. Había estado esperando todo el día para eso y ahora se me presentaba el momento ideal, en bandeja. Debía decirlo, pasara lo que pasara, así que, después de agarrar aire, añadí:-Pero aparte de eso también lo he sabido porque ayer yo vi una bolsita de heroína en tu casa.

John se me quedó mirando con la boca abierta de manera literal.

-¿Tú lo sabías?

-Me enteré ayer. Quería decírtelo pero ya no te vi más…-mentí. Tampoco era necesario que nos pasáramos con la sinceridad y que se enterara que había tenido guardado eso en el bolsillo durante toda la tarde mientras trabajaba delante de él, ¿no?-No es que me quisiera inmiscuir con lo que os metéis o no, pero con Sean en casa… Nunca se sabe lo que un niño puede encontrar.

Omití el detalle de que Sean había tenido en la mano aquella mierda: ya veía a John bastante hecho polvo en aquellos momentos y no era plan de hundirlo más en la miseria.

-Es verdad… Si Sean lo llega a… Joder.

John escondió la cara entre sus manos y permaneció inmóvil durante unos segundos hasta que empezó a dar pequeños sollozos. Miré a Sven con cara de confusión. ¿Qué se suponía que debía hacer ahora con mi jefe llorando delante de mí? ¿Comportarme como una colega? ¿Hacer como si nada raro pasara? Afortunadamente, el caradura de mi amigo me salió al paso. La verdad es que me dejó aún más flipando de lo que estaba cuando se levantó de la silla que estaba ocupando a mi lado con solemnidad y se sentó al lado de John.

-No te preocupes, amigo.-le dijo dándole unas palmaditas en la espalda. Cualquiera diría que lo conocía desde que era un niño.-Los hombres también lloran.

Nada más escuchar aquello, John levantó la cabeza y se lo quedó mirando alucinado con los ojos ligeramente rojos. Al cabo de unos segundos esbozó una sonrisilla sin demasiadas ganas. Suspiré aliviada. Sven y el tornillo que tenía suelto en la cabeza a veces eran capaces de hacer olvidar sus penas a cualquiera.

-Por supuesto que lloran.-dijo al fin con la media sonrisa aún dibujada en la cara.

-Claro.-confirmó Sven con seriedad.-Así que no te cortes, tío. Llora, llora con ganas.

-Es que… Ahora se me han ido las ganas de llorar.-contestó John con una expresión indescriptible que oscilaba entre el llanto y la risa.

-No seas tímido. Sophie y yo somos personas muy comprensivas…

-Eso ya lo sé.

-Pues llora, hombre, llora todo lo que tengas que llorar. ¡Saca todo lo que llevas dentro!

-Sven…-intervine yo.-Si el hombre ya no tiene ganas de llorar, no es necesario que lo obligues, ¿lo entiendes?

La cara de decepción que puso Sven fue tal que John, en lugar de llorar, lanzó una pequeña carcajada. No miento si digo que aquel sonido me supo a gloria después de la tensión que había supuesto verlo llorar.

-Ey, chicos.-dijo John de pronto cuando acabó de reír.-En serio, os agradezco mucho todo esto.

-No hay de qué.-respondí.

-Los amigos de verdad estamos para eso.

-Sven, hace sólo cuatro horas que conoces a John.

-Pero hemos congeniado muy bien, ¿a qué sí, Lennon?

-Oh, sí, por supuesto.-contestó John haciendo un monumental esfuerzo por no ponerse a reír de nuevo allí mismo.-Hemos congeniado mucho.

-¿Ves cómo somos colegas, Sophie la Rancia?

No pude evitar poner los ojos en blanco. A veces me daban ganas de asfixiar a mi amigo y ése era uno de esos momentos.

-Ahora de verdad.-continuó John.-Gracias por aguantarme y por… hacerme de confidentes.

-No sale de aquí, tranquilo. Los amigos…

-Sí, sí, estáis para eso, ya lo sé.-sonrió John.-Pero pese a que estéis para eso, no quiero abusar más de vuestra confianza, así que creo que es hora de que me vaya marchando, no quiero molestar más.

-¡No molestas!- exclamó Sven.-Si quieres, puedes quedarte a pasar la noche aquí…

-Es cierto.-convine yo de acuerdo con mi amigo.-Es casi la una de la madrugada… ¿adónde vas a ir ahora? Tenemos sitio, no es el Dakota, pero bueno… Y mañana por la mañana si quieres ya te vas.

-Los filósofos siempre habláis tan bien…

-Sven, cierra tu bocaza.

-Bueno, no sé… No quiero molestar y…

-Ya te ha dicho Sven que no molestas y yo también… Pero bueno, haz lo que quieras.-sonreí.

John dudó durante unos segundos hasta que al final, esbozó una media sonrisilla.

-De acuerdo, está bien.-dijo al fin.-Te debo una, empleada.

-Tranquilo, jefe.-le devolví la sonrisa.-Si quieres puedes quedarte en la habitación del fondo, hay una cama plegable que parece que no, pero es bastante cómoda.

-Donde me digáis.

Nos pusimos en pie, como si de repente todos hubiéramos entendido que era hora de irse a dormir después de un día cargado de emociones, demasiado cargado quizá, y nos encaminamos hacia afuera del comedor. Entonces, de repente, John fijó su vista en el suelo.

-Oye… Tenéis un papel o algo que se os ha caído y está a punto de meterse debajo del aparador.

Antes incluso de que acabara de decir esto, ya se estaba agachando para recoger aquello. Aún no era consciente de hasta qué punto aquella inocente acción iba a cambiarnos la vida por completo. John se levantó de nuevo e hizo ademán de tenderme aquello que había agarrado del suelo. No obstante, en el último momento, lo miró fugazmente y congeló su acción. Lo miré extrañada: de repente se había puesto lívido, blanco como la cera. No pude evitar fijar mi vista en el papelito, intrigada. Entonces yo también torcí el gesto cuando comprobé que no era ningún papel: era la foto que días antes había traído mi madre y que yo hasta ese momento me había negado a mirar. Era la foto de mi supuesto padre, una foto que creía que Sven había escondido. Pero no, sólo había caído al suelo y John la acababa de encontrar.

-¿Qué es esto?-preguntó John extrañamente serio, con un hilillo de voz.

-No es nada.-mascullé yo alargando la mano para quitarle la foto de la mano. Lo único que quería en aquellos momentos era deshacerme de aquello cuanto antes.-Trae, por favor.

Sorprendentemente, John apartó su mano impidiéndome hacerme con la foto. Le lancé una mirada confusa. No entendía su actitud. No entendía por qué se había puesto así de repente.

-Insisto.-continuó en tono glacial clavando sus ojos en los míos.-¿Qué es esto?

-Es una foto que le trajo su madre hace un par de días.-aclaró Sven, quien también estaba mirando atónito a John.

-¿Tu madre?-me preguntó John.

-Sí, mi madre.

-Es una historia un poco estrambótica.-intervino Sven soltando una carcajada forzada, evidentemente con la intención de rebajar la tensión.-Hace poco Sophie se enteró de que no era hija del que pensaba que era su padre. Al parecer el hombre no… no funciona muy bien en estos asuntos y…

-Sven….mascullé entre dientes lanzándole una mirada asesina.

-…su madre se lió con un marinero y de ahí nació Soph.-siguió ignorándome por completo.

-¡SVEN!

-Oh, tranquila, Soph… Has de empezar a asimilarlo ya. El señor de la foto es tu padre y…

-¿TU PADRE?-gritó John de repente mirándome con los ojos muy abiertos.


-Sí, mi padre.-contesté enfadada con Sven por haber aireado mis secretos y con él por el grito que no sabía a qué venía.-Y hasta ahora ni siquiera había querido mirar su cara, así que te agradecería que me dieras esa foto porque tengo la intención de deshacerme de ella ya mismo.

-Y una mierda.

La respuesta de John me dejó petrificada. Aquello ya era el colmo. ¿Quién se había creído que era?

-Oye, John, no quiero ser maleducada contigo, pero si no me das la foto, te aseguro que…

-Sophie.-me interrumpió serio mostrándome la foto.-ÉSTE ES MI JODIDO PADRE.

Mi mandíbula se descolgó nada más escuché aquello. De hecho, tenía la sensación que del shock, hasta el corazón me había dejado de latir.

-¿Q… q… qué?-tartamudeé cuando pude articular palabra. Mi voz sonaba como un murmullo casi imperceptible.

-Que esto no tiene ni puta gracia.-contestó enfadado.-Me largo de aquí.

Y sin más, salió del comedor hecho una furia ante nuestras miradas atónitas. Oímos el portazo de la puerta del apartamento unos segundos después, tan fuerte que retumbó por toda la casa.

-Soph…-dijo Sven al cabo de unos segundos.-Si ése es tu padre y también es el padre de Lennon… ¿eso significa que…?

Tragué saliva antes de contestar.

-Significa que soy hermana de mi jefe.-susurré sin dar crédito a mis propias palabras.-Oh, mierda.








 Hola, hola, holaaa!!! Qué? Sorprendo a alguien con el final del capi? Jajaja. Ya había dicho que éste iba a ser importante... jeje. En fin, no tengo mucho tiempo para deciros demasiado, que voy a las carreras, pero que muchas, muchas gracias como siempre por estar ahí y leer y comentar siempre :D Nos vemos en el próximo!
Besotes, gente! Mua muaaaaaaa!

jueves, 22 de mayo de 2014

DAKOTA Capítulo 7: Mira el caballito

Los jefes son esos seres insensibles que no entienden cuando deberían darte un día libre. Todos son así, sin excepción. Ni siquiera aunque el jefe en cuestión haya escrito canciones como Working Class Hero o parezca comprometido con los problemas sociales porque ha hecho unos cuantos bed-ins por la paz (por cierto… ¿qué coño es un bed-in?). 

Si no lo creéis, podéis preguntármelo a mí, que pese a que deseaba y esperaba que después de mi día de infarto como cuidadora de Sean me dieran como “agradecimiento” un día libre por lo menos, me tocó ir a trabajar al día siguiente a las ocho en punto de la mañana. Así pues, os podéis imaginar cómo estaba yo ese día… Decir que tenía pocas ganas de estar allí hubiera sido exagerar muchísimo porque no tenía absolutamente ninguna. Además, para colmo de mis males, Rosaura  me había asignado una de las tareas más absurdas que pueda haber dentro de una casa: limpiar pieza por pieza esa maravillosa cubertería de plata que nunca se usa para nada y que parece que sólo se haya inventado para fastidiar al que le toca sacarle brillo.

-¡Auch!

Me llevé el dedo a la boca instintivamente después de haberme pinchado con uno de los tenedores ante la mirada reprobatoria de Misako, que estaba con Sean en la otra punta del comedor mientras el niño jugaba distraído.  La japonesa, que normalmente tenía cara de vinagre perpetua, aquel día, suponía que por lo de su marido que aún permanecía en el hospital, aún parecía más enfadada que de normal. De hecho, había visto bulldogs franceses con mejor cara. Al menos, los bulldogs no lanzaban miradas asesinas cada vez que hacías algún ruidito mientras estabas en su presencia, aunque ese ruidito fuera respirar más fuerte de lo normal.

-Joder con las miraditas de la Bruce Lee…

No fui consciente de que había dicho aquello en voz alta hasta que me di cuenta de que Misako se había quedado mirándome literalmente con la boca abierta. La miré asustada, pero ni rectifiqué ni pedí disculpas: era verdad y a fin de cuentas ya no podía hacer nada por arreglar lo que acababa de soltar por mi siempre demasiado grande bocaza.

-¿Me habías dicho algo, Sophie?-preguntó de repente arrastrando las palabras.

“Ahora se levanta y me parte por la mitad como a un ladrillo”, pensé tragando saliva. No obstante, no dejé que se notara mi nerviosismo. Me quedé aguantándole la mirada desafiante durante unos segundos y, justo en el momento en el que iba a soltarle con total parsimonia el típico “Lo que has oído”, apareció John por la puerta.

-Hola.-nos saludó despreocupado ajeno a la escena de tensión que teníamos allí montada.

-Hola.-nos apresuramos a saludar tanto Misako como yo casi al unísono rompiendo repentinamente nuestro contacto visual.

-¿Todo bien?

Nos apresuramos a mascullar un “sí” rápido sin saber muy bien si lo preguntaba por mera formalidad o porque había notado algo raro en nuestra actitud cuando había entrado en el comedor.

-Me alegro.-sonrió. Después, volviéndose hacia Misako, añadió:-Pero mujer… ¿qué haces tú aquí? Te habíamos dicho que hoy te dábamos el día libre.

-Sí, pero creí que…

-Nada, nada.-le interrumpió él.-Hoy me puedo encargar yo de Sean, así que ya sabes… Te vas al hospital a hacerle compañía a tu marido.

-Pero si él está…

-Misako, insisto.

La mujer esbozó una media sonrisa no demasiado convencida, aunque no osó contradecirle nada.

-Entonces… gracias.

-De nada.-contestó John.-Anda, ve y recoge tus cosas y vuelve cuando ya esté en casa dentro de un par de días. Y no hay peros que valgan.

Pese a que lo había dicho con suavidad y con una sonrisa pintada en la cara, no dejaba lugar a dudas de que quería que se le hiciera caso. Misako pareció captar el mensaje, así que se apresuró a despedirse de Sean y, después de volverle a dar las gracias a John unas cuatro o cinco veces más y de dedicarme a mí una fugaz mirada de odio, salió del comedor. La miré mientras se alejaba por el pasillo pensando en que iba a matar a John porque le había dado un día libre a ella y no a mí (vale, bien, soy una egoísta y en aquellos momentos me importaba tres pimientos que Misako tuviera al marido ingresado en el hospital; yo quería mi día libre y punto). No obstante, cuando por fin reaccioné, caí en la cuenta de que me había acabado de quitar de encima por unos días a esa señora que unos instantes antes me habría partido la cara con gusto. No me quedaba otra que agradecérselo y, además, de todo corazón.

-¡Papi!-exclamó de repente Sean haciéndome poner los pies en el suelo de repente.-¡Mira el caballito!

-Oh, menudo caballo más genial.-sonrió John mirando hacia el caballito de juguete que le estaba enseñando Sean antes de dirigirse hacia él.-¿Me vas a dejar jugar con él un rato?

-Claro.

Me encontré de repente sonriendo mientras miraba como padre e hijo jugaban a escasos metros de mí. Afortunadamente, John pareció no darse cuenta de ello, pero aún así me obligué a volver a mi tarea enseguida y olvidarme de que los dos estaban allí. Lo último que quería en aquellos momentos era que John me pillara mirándolo con una sonrisa boba en la cara y pensara cosas raras que para nada eran ciertas. ¡Sólo me faltaba eso!

Perdí la noción del tiempo al cabo de unos instantes. No sé si pasaron minutos u horas, sólo sé que, cuando ya sólo me quedaban unos pocos cubiertos a los que sacar brillo de la interminable cubertería de los Lennon, la voz de John me sorprendió de pronto.

-Sophie, ¿puedes echarle un ojo a Sean un momento?

Me volví hacía él un poco sorprendida. John soltó una carcajada.

-Tranquila, no es todo el día como ayer.-rió seguramente al ver mi cara de susto.-Sólo es un ratito. Voy a mi habitación a hacer unas llamadas que tengo pendientes y vuelvo enseguida.

-Sí, claro, no hay problema.-me apresuré a contestar.

-Gracias.-contestó.-Y tú, campeón, pórtate bien y obedece a Sophie.

-Yo siempre me porto bien, papi.

John soltó una risita por lo bajo ante la contestación de su hijo y salió de allí.

-¿Te quedas jugando ahí quietecito mientras yo acabo de limpiar estas cucharas?

Sean asintió con la cabeza y continuó absorto con su caballito de juguete mientras yo volvía a ponerme con la cubertería.

-¡Y por fin!-exclamé cuando coloqué la última de las cucharillas de postre en su sitio.

-Sophie, mira lo que me he encontrado.

La vocecilla de Sean me sonó extrañamente cerca. Extrañada, me volví hacia él para ver dónde estaba y no pude evitar dar un grito de sorpresa cuando lo vi hurgando en uno de los cajones del aparador que había cerca de mí.

-¡SEAN! ¿Pero qué haces mirando ahí? ¡Cierra eso!

-¿Qué es esto Sophie?-preguntó mostrándome una minúscula bolsita e ignorando mi orden por completo-¿Azúcar?

Iba a volverle a reñir cuando me fijé bien en la bolsita que el niño me enseñaba. Por poco no solté otro grito. Y es que, aquella bolsita contenía un sospechoso polvillo de color blanco que, casi a ciencia cierta, no era azúcar.

-¿Dónde estaba eso?-pregunté con un hilillo de voz.

-Dentro de la cajita secreta que mamá guarda en ese cajón de ahí. Ella cree que no lo sabe nadie, pero yo he visto como la esconde sin que me vea.-contestó esbozando una sonrisa pícara. No obstante, en aquellos momentos, ni aquella expresión de pillo consiguió que me tranquilizara.-¿Qué es, Sophie?

-No lo sé.-mentí.-Pero… Sean, cariño… ¿por qué no me das eso?

-No puedo, es de mamá.

-Pero… a ver…-balbuceé yo intentando pensar a toda prisa una excusa para que el chaval soltara aquello: tenía que quitárselo sí o sí o no me quería ni imaginar qué pasaría si le daba por abrir la bolsita y probar aquel misterioso azúcar.-Eso no puede estar en la cajita secreta, Sean… Si es azúcar la cajita se va a llenar de hormigas y tú mamá seguro que se enfada. Y no queremos que mamá se enfade, ¿verdad?

Sean me lanzó una mirada suspicaz. Al parecer no le colaba del todo mi pobre razonamiento. Se mantuvo durante unos segundos que se me hicieron interminables con la bolsita en la mano pero, de repente, suavizó su expresión y me la tendió sin más. La agarré y me guardé aquello en el bolsillo a una velocidad récord. Después, suspiré aliviada.

-Sean, no digas nada de esto a nadie, ni siquiera a papá, ¿me entiendes?-dije mirándole con expresión severa.-Papá se enfadaría muchísimo si se enterara que andas fisgando en las cosas secretas de mamá. Será nuestro secreto, como cuando la chocolatina que te di, ¿te acuerdas?

El niño asintió con la cabeza con una sonrisilla, tal vez provocada por el recuerdo de aquella escena.

-Sí, me acuerdo.

-¿Me juras que no vas a decir nada a nadie?

-Te lo juro, Sophie.

-¿Qué andáis jurando los dos?

La aparición de John en el comedor hizo que me pusiera blanca como la cera. No obstante, me las ingenié para dibujar una sonrisa.

-Nada.-contesté fingiendo normalidad.-Sólo estaba jurándome que se iba a portar muy, muy bien.

-Sí.-se apresuró a corroborar el niño.

-A saber qué has hecho para que Sophie te haga jurar eso, diablillo…-rió John acercándose a su hijo y agarrándolo en brazos.-En serio, Sophie, ¿se ha portado bien?

-Estupendamente.-dije dibujando una sonrisa forzada.

-No sé si creerte mucho… Pero bueno, como digas.-sonrió él antes de volverse de nuevo hacia el pequeño.-Ey, campeón, ¿volvemos a jugar a eso que estábamos jugando?

-¡Sí!

Los dos volvieron a su rincón del comedor y retomaron sus juegos. Yo, por mi parte, recogí mis cosas y salí de allí, silenciosa y pensativa. Joder, ¿qué debía hacer? ¿Decirle algo a alguien sobre lo que acababa de pasar o callar y hacer como que no había ocurrido nada? La última opción era difícil teniendo en cuenta que Sean había conseguido hacerse con aquella mierda sin ninguna dificultad y que aquello sería fatal para él. Pero… ¿decírselo a John? ¿Meterme en los asuntos privados de su esposa de una manera tan evidente? ¿Y si él también estaba enterado de aquello?

Ante mí tenía un gran dilema: fallar a mis principios y callar o, por el contrario, seguir la voz de mi conciencia, hablar y enfrentarme a un más que probable despido con escasas garantías de que Sean no volviera a tener acceso a aquello en un futuro. Difícil. Muy difícil.

**************************************

Di un sonoro golpe sobre la mesa a la vez que dejaba aquella bolsita encima.

-¡PERO SOPH!-exclamó Sven entre sorprendido y asustado nada más lo vio.-¿Eso es…?

-Creo que es cocaína.-dije con seriedad.-Pero no lo sé seguro. Quiero que me ayudes a saberlo.

-¿Pero… pero… cómo? Soph, ¿tú…?-balbuceó Sven sin salir de su asombro. No era para menos; pese a que los dos fuéramos unos adictos a la marihuana, ambos teníamos mucho respeto a las otras drogas. Por desgracia, los dos conocíamos a gente muy cercana que había acabado mal por culpa aquella mierda.

-No, Sven, no es mío.-aclaré haciendo que mi amigo soltara un suspiro de alivio.-Yo por ahora no me pienso meter estas cosas.

-Me alegra oír eso. Pero si no es tuyo… ¿cómo es que lo tienes tú?

Solté un bufido de resignación y me senté pesadamente en la silla que había frente a él.

-Estaba en casa de los Lennon.

-¡¿Qué?!-exclamó Sven.-Joder, Soph, por poco que te guste no deberías quitarles la mierda a tus jefes.

-La tenía el niño, Sven. En la mano. Debía quitársela.

Mi amigo se me quedó mirando con los ojos muy abiertos, alucinado.

-Ha hurgado por los cajones del comedor y según decía ha encontrado “la cajita secreta de mamá”.-continué al ver que él no iba a decir nada.-Da gracias a que se le ha ocurrido enseñármelo. Pensaba que era azúcar…

-Joder…-masculló Sven.-¿Y cómo dejan eso al alcance del niño?

-Y yo que sé…-suspiré.-¿Es coca, verdad?

Sven agarró la bolsita y la examinó detenidamente durante unos instantes.

-¿Y?-insistí.

-Pues no estoy seguro…-susurró abriéndola con cuidado.

A continuación, ante mi mirada atónita, metió el dedo en la bolsita y se lo llevó a la boca. Cerró los ojos y espero unos segundos antes de decir nada. Yo ni siquiera osé a interrumpirlo en aquel pequeño ritual.

-No es coca.-dijo de repente abriendo los ojos.-No se te duerme la lengua y se nota que es más fina.

-¿Y si no es coca qué coño es?-quise saber.

-Pues… Esta mierda es amarga también y… Bueno, creo que no hay muchas dudas… Joder.

-¿Cómo que joder? ¡Sven! ¿Qué es eso?

-Algo más fuerte que la coca, Soph. Es caballo.

-¿Caballo?-pregunté en un susurro. De repente me había quedado sin voz.-¿Me estás diciendo que Sean se hubiera podido comer una bolsita de heroína?

-Mucho me temo que sí…

-Oh, mierda… Y ahora… ¿qué coño hago?

-Y yo qué sé… Estás metida en un buen lío Soph.-contestó Sven.-Si lo dices, es un marrón que te puede costar el trabajo.

-Eso ya lo sé, pero me niego a actuar como si nada hubiera pasado y que… Yo que sé… Imagínate que un día Sean vuelve a encontrar una bolsita de éstas y…

-Ni siquiera te atrevas a pensar en eso.-me cortó mi amigo. La verdad era que pocas veces en mi vida había visto a aquel desastre con patas tan serio.-¿Sabes? Lo único que se me ocurre es… Soph, ¿tú sabes dónde está esa cajita secreta?

-Sí, o eso creo.

-Vale… Mira, sé que es una tontería pero… Si sabes que guardan ahí el caballo, podrías ir revisándola de cuando en cuando y cuando veas, lo quitas y te deshaces de él.

-Ya, claro… Y seguro que no se dan cuenta de que alguien les está birlando las dosis de heroína…

-¿Se te ocurre algo mejor? O es eso o encararte cara a cara con tus jefes y decírselo muy claro.

Solté un suspiro de impotencia.

-Tienes razón…-claudiqué al fin.-Creo que haré eso, pero sólo hasta que pille fuerzas para encararme a la jefa y decirle lo que pienso acerca de eso de tener heroína al alcance de un mocoso de cuatro años…

-¿En serio vas a hacer eso?

-¿Tengo cara de estar bromeando?-dije convencida.-Lo haré, pero necesito unos días para reflexionar y ver cómo voy a abordar el tema…

De pronto, para mi sorpresa, Sven soltó una risotada.

-¿Y tú de qué te ríes ahora, pedazo de carne con ojos?-le espeté.

-Quién te ha visto y quién te ve, Soph…-rió él.-Tú, precisamente tú, vas a dar clases de responsabilidad a una madre.

-Vete a la mierda, capullo.

-Gracias por la recomendación, doña defensora de los valores y la moralidad.-bromeó él.-Y ahora… ¿por qué no nos olvidamos de este tema por un rato fumándonos un poco de hierba de la buena?

-Nada mejor que solucionar los problemas de drogas camuflándolos con otra droga, ¿no?-me obligué a sonreír mientras agarraba uno de los porros ya liados que Sven acababa de sacar de su bolsillo.-En fin… A la mierda todo. Creo que nunca en mi vida he necesitado tanto un jodido porro. Fumemos, que mañana será otro día.

Y era verdad. Lo necesitaba y, para qué mentir, me supo a gloria.





 Hola después de muuuuuuuuuuucho tiempooo!!!! Bueno, sí, ya sé que no tengo perdón por haber tardado tantísimo a subir (casi un mes, que se dice pronto), así que entenderé que me intentéis linchar o tirarme tomates y demás a la perfección, sobre todo después de que os haya dejado este capi que no es gracioso para nada porque no sigue la tónica general del fic y que, además, es más corto que los demás. En mi defensa diré varias cosas: sobre la tardanza, decir que he estado muy liada con el trabajo y falta de inspiración (pero muy falta de inspiración, no os lo podéis ni siquiera imaginar) y, sobre el capi, comentaros que para el desarrollo del fic, lo necesitaba. Por cierto, antes de que me salga alguien que pretenda cortarme el cuello por lo que se trata en este capi, me remito a las declaraciones de Yoko Ono, que admitió haberse reenganchado a la heroína hacia el 80. Después, si se me quiere asesinar igual, adelante... jajajajajaja.
Ah! Por cierto, sé que me lee mucha gente de Latinoamérica y me gustaría hacer una aclaración, aunque creo que ya queda aclarado el asunto en el capi: aquí en España a la heroína se la conoce popularmente como "caballo", no sé si allí se dirá también, pero por si acaso yo lo digo. De ahí el juego de palabras en el título del capi.
Y bueno, por mí nada más, sólo que os agradezco que leáis y comentéis de todo corazón y que espero no tardar tanto en subir el próximo capítulo.
Saludos y besotes!!!! Mua! :D

lunes, 28 de abril de 2014

DAKOTA Capítulo 6: Mamá por un día

Nunca es agradable enterarse de ciertas cosas, pese a que ya tengas veintiocho años y te consideres una persona lo suficientemente madura como para afrontar y digerir determinadas noticias. Menos aún si la noticia en cuestión es que el que tú pensabas que era tu padre no lo es. Si a esto le añades informaciones adicionales como que ese señor al que tú has llamado “papá” desde tu más tierna infancia es impotente o que tu madre se lo va a dejar para irse con un empresario con aires de gigoló de sesenta años, la cosa ya se convierte en una auténtica bomba de relojería emocional.

Con todo eso, no era de extrañar que lo único que me apeteciera fuera quedarme en la cama, vegetando la resaca que tenía y llorando mi desgracia durante horas. Que ese día tuviera que ir al trabajo me importaba poco, pero, no obstante, allí tenía a Sven, convertido en una especie de Pepito Grillo desastroso que me estaba tratando de explicar por qué no debía faltar a mis obligaciones.

-Vamos, Soph…-dijo de nuevo intentando arrancarme la tapa de encima.-Debes levantarte, no puedes faltar al trabajo así porque sí.

-¿Por qué sí?-pregunté aguantando mis mantas con fiereza como si estuviera defendiendo Troya: aquel desgraciado no me iba a destapar. No, no y no.-Sven, escucha: tengo una resaca terrible, mi padre no es mi padre y mi madre es… ¡Yo qué sé lo que es mi madre! No puedo ir a trabajar en estas condiciones. Llama a los Lennon y di que solicito mi baja por depresión.

-Levanta el culo de esa cama y llama tú si te da la gana.-Sven continuaba tirando de la colcha.-Y te recuerdo que hay cosas mucho peores en la vida que esto que te está pasando, Sophie Jackson.

-¡Que no soy Sophie Jackson!-casi sollocé yo haciéndome con el control de mis tapas de repente y tapándome hasta la cabeza.-¡Ya no sé ni quién soy!

-¡Joder, Soph!

Sven tiró de la tapa con fuerza y esa vez sí que consiguió destaparme. Me quedé mirándolo con odio, como si hubiera asesinado a un gatito delante de mis propias narices.

-Puto sueco mamón… ¡tápame de nuevo!-le grité.

-No me sale de los huevos.

Lancé un bufido de resignación antes de incorporarme en la cama.

-Bien, ya no estoy acostada, ¿contento?

-No.-contestó con contundencia.-Aún estás en la cama y con ese pijama horroroso.

-¿Qué es lo que tienes tú contra mi pijama de ositos, eh?-inquirí con agresividad.-¿Y por qué he de abandonar mi cama?

-Trabajo, Soph.

-¡Para ya con el trabajo! ¡Ni que fueras tú el jefe! Ya te he dicho que no me da la gana ir hoy.

Sven soltó un suspiro y se sentó en el borde de la cama.

-Vale, bien.-dijo suavizando su tono de voz.-Supongamos que no vas a trabajar… Yo me voy dentro de nada y tú te vas a quedar aquí sola. ¿Cuáles son tus planes para todo el día?

-Estar aquí en mi cama, levantarme cuando me salga de las narices, sentarme en el sofá y comer chocolate hasta ponerme como una vaca gorda y llena de granos.-mascullé de carrerilla.-Así tal vez consiga llenar mi vacío existencial.

-¡Oh, me encantan tus terapias! ¿Y lo de tirarse por la ventana va antes o después del atracón de chocolate?-preguntó con sarcasmo.

-Deja de joderme y lárgate.

-No me voy a ir.

-Te recuerdo que tú también tienes que trabajar, tío listo.

Sven se quedó mirándome y esbozó una sonrisilla traviesa.

-Si tú no vas a trabajar, yo tampoco.-contestó.-Entonces nos despedirán a los dos, no podremos pagar el alquiler de esto, acabaremos viviendo bajo un puente y durmiendo tapados con cartones y yo me divertiré culpabilizándote de nuestra situación todos los días de mi vida.

-A eso se le llama chantaje emocional, so cerdo.-contesté.-Además, no lo harás.

-¿Dudas de mi capacidad para faltar al trabajo? Te recuerdo que no sería la primera vez que me despiden porque se me ha olvidado ir a trabajar…

Le lancé una mirada suspicaz, pero enseguida supe que era completamente capaz de hacerlo. Eso era lo malo de vivir con un loco como él: que era capaz de cualquier cosa.

-Está bien, imbécil.-suspiré poniéndome en pie.-Tú ganas.

-¡Bien!-exclamó él poniéndose en pie de nuevo y empezando a dar saltitos de alegría.-¡Sven 1-Sophie 0!

-Te recuerdo que aún puedo cambiar de opinión, indigente… Y ahora deja de dar saltitos y déjame, que tengo que cambiarme.

-Bueno, seguiré mi celebración en otro sitio.-sonrió él.-¡Buena suerte en el trabajo, Soph!

Y dicho esto salió de mi habitación sin más, feliz como un niño pequeño al que le acaban de dar un helado.

Una hora después de que Sven consiguiera levantarme de la cama a base de sucias técnicas, me encontraba ante la puerta del Dakota pensando en que tal vez no hubiera sido tan mala idea ir a trabajar aquel día: quizá el mantener la mente ocupada aunque sólo fuera fregando el suelo me ayudaría mejor a sobrellevar mi minidepresión que quedarme en casa aumentando mis niveles de colesterol de una manera alarmante. Abrí la puerta del servicio que daba acceso a la vivienda de los Lennon aún sumida en mis propios pensamientos. Por eso, cuando me encontré a John detrás de la puerta, me pegué un susto de campeonato. A ver, ¿por qué ese hombre tenía que aparecer siempre dándome sustos y no como las personas normales? Joder, necesitaba una explicación urgente para eso.

-¡Sophie, menos mal que has llegado!-dijo por todo saludo nada más me vio.-Te estaba esperando.

Miré mi reloj de pulsera casi de manera instintiva para comprobar si había llegado tarde. Pero no, no lo había hecho. En realidad, aún faltaban diez minutos para que mi jornada laboral empezara de manera oficial.

-¿Qué ocurre?-pregunté intrigada.-¿Acaso he hecho algo que…?

-Oh, no, no, nada, tranquila…-aquellas palabras hicieron que soltara un pequeño suspiro de alivio: con la que me estaba cayendo encima sólo me faltaba que me metieran un paquete en el trabajo.-Sólo que… Verás, te quería pedir un favor.

-¿Un favor?-repetí lanzándole una mirada de lo más extrañada.

-Sí, bueno…-empezó a decir.-Verás… Misako no puede venir hoy a trabajar: ha llamado hace un momento para decírnoslo. Al parecer tienen que operar a su marido de urgencia. No es nada grave, apendicitis, pero bueno, hoy no va a estar. Y hoy precisamente… Bueno, Yoko y yo tenemos que recibir en casa a unas visitas muy importantes para ella y Sean…

Cuando entendí qué era lo que John estaba intentando decirme noté como la sangre se me helaba en las venas. Él algo debió notar, porque enseguida se apresuró a añadir:

-El niño no puede quedarse en casa y nos es imposible encontrar a alguien de confianza para que cuide de él. Yoko está de acuerdo en que hagamos una excepción para que hoy te encargues de él y te juro que te pagaremos doble el día de hoy si nos haces el favor.

-Eh… John, de verdad que quiero ayudaros, pero… yo y los niños no…-balbuceé.

-¡Qué va! A Sean le gustas mucho, de verdad.-me interrumpió él.-Además, lo único que tienes que hacer es llevarlo a pasar el día a Central Park, o al parque de atracciones, o a comer por ahí, lo que te dé la gana… Y él se porta bien, ya lo verás.

-Pero… ¿y Rosaura no puede? Ella seguro que tiene más mano con los niños y es capaz de cuidarlo mejor que yo.-insistí yo sintiendo como el pánico se apoderaba de mí: o sea que yo, precisamente ese día y en mi estado, iba a tener que cuidar de un niño. Oh, Dios mío, el quedarse en casa por depresión no habría sido tan mala idea.

-Yoko necesita a Rosaura hoy aquí, si no fuera absolutamente necesario no te lo pediría.-contestó a la desesperada. Después, esbozando una sonrisilla de niño bueno, añadió:-Por favor, Sophie, haz esto como un favor personal que me haces. Te estaré eternamente agradecido.

No fue su sonrisilla de seductor nato lo que me convenció, ni siquiera el hecho de que me diera lástima su situación. No. Lo que me convenció fue mi parte racional y lógica, ésa que en esos momentos me estaba gritando a voces que si no accedía a hacer eso, por más que me disgustara,  no me iban a renovar el contrato que tenía con ellos cuando venciera. O sea, que si quería conservar mi maldito empleo pasados los cuatro meses iniciales por los que me habían contratado, debía tragarme aquello.

-Está bien.-suspiré al fin cediendo por segunda vez en el día ante alguien.-Me encargaré de Sean.

-¡Perfecto!-exclamó John loco de contento.-Con que lo traigas a casa de nuevo hacia las seis de la tarde, sobra. Y toma, aquí tienes cien dólares por si queréis ir a comer y todo eso…

-¿Cien dólares?-pregunté yo escandalizada. A veces ése era mi presupuesto para pasar toda la semana: asco de ricos.-¿He de llevarlo a comer al restaurante más caro de la ciudad o qué?

-No te hagas problema, Sophie. Y ve adónde quieras, tienes carta blanca.

-¿Lo puedo llevar a Las Vegas?-me atreví a bromear, sarcástica.

-No te pases de lista, empleada.-sonrió él.-Y gracias. De verdad que nos haces un gran favor.

-No hay de qué, jefe.

Suspiré, resignada. Definitivamente ése no era mi día.

******************************************

Ir al parque cobrando el doble de lo que normalmente ganas en un día de trabajo. Sí, tal vez eso pueda parecer poco menos que un sueño hecho realidad, pero en aquellos momentos juro que hubiera preferido estar en casa de los Lennon limpiando como una loca aunque me hubieran pagado la mitad. No, no era que Sean se portara mal: más que portarse mal, el niño aquel era un trasto que no paraba quieto y yo estaba paranoica perdida con que al chavalín le pudiera pasar algo. Porque vamos… con la suerte que llevaba yo ese día, no me hubiera extrañado nada que se me acabara perdiendo o dándose de bruces en el suelo y rompiéndose las narices.

-¡No, Sean! ¡Baja de ahí!

Corrí como alma que lleva el diablo hacia el árbol al que se estaba intentando encaramar el niño notando como el corazón me latía a mil por hora. O sea: hacía dos segundos que no lo miraba y en ese tiempo a aquel pequeño diablo ya le había dado tiempo a apartarse de mí diez metros y a empezar a trepar a un árbol enorme cual monito.

-Jo, Sophie, no pasa nada…-se quejó cuando me planté ante él y lo agarré para bajarlo casi que por la fuerza: afortunadamente no le había dado tiempo a subir muy arriba.-Misako me deja subirme todos los días.

Me quedé escudriñando su cara mientras lo dejaba en el suelo y le lancé la mirada más severa que pude.

-Misako no te deja, so mentiroso.-mascullé.

Sean se puso rojo, evidenciando así su mentira, y bajó la cabeza.

-Bueno, pero no pasa nada por subir al árbol…-masculló con su vocecita.

-Ya, y si te caes y te rompes la crisma, cuando llegue a casa tus padres me la parten a mí también.

-¿Qué es la crisma, Sophie?

Sin poderlo evitar, solté una risita y negué con la cabeza.

-Déjalo.-sonreí.- Si quieres subir a cosas vamos a los columpios y allí haces lo que te dé la gana.

-¿En serio? ¿Lo que me dé la gana?-preguntó con la cara iluminada por la alegría. Aquello, para qué negarlo, me hizo entrar pánico: a saber qué estaba pensando en hacer el crío ése.

-Bueno, en realidad será lo que me dé la gana a mí.-me apresuré a contestar.

Nada más dije eso, Sean volvió a poner su carita de afligido, haciendo que a mí de nuevo se me escapara otra risita entre dientes. No obstante, pronto se le pasó el abatimiento cuando nos pusimos en marcha y llegamos al cabo de poco a la zona de columpios. Inmediatamente, el niño salió disparado hacia el tobogán y yo me senté en uno de los bancos que había allí. Respiré profundamente y sonreí: al menos mientras Sean estuviera entretenido allí, podría relajarme. Por fin la mañana empezaba a pintar bien…. Pero como mi buena estrella siempre ha brillado por su ausencia, justo en el momento en el que me estaba empezando a replantear que aquel día no tenía por qué ser tan malo como había creído en un principio mientras Sean jugaba alegre y sin riesgo a partirse la cabeza, un sonoro trueno hizo que tuviera que descender a la cruda realidad de nuevo.

-Oh, mierda…-mascullé justo en el momento en el que levantaba la vista para observar los horrorosos nubarrones negros que se habían formado casi de repente.

Para acabarlo de rematar, una gota enorme me cayó en todo el ojo haciendo que tuviera que bajar la cabeza rápidamente mientras maldecía por lo bajo.

-Va a llover, Sophie.-dijo de pronto la vocecilla de Sean a mi lado.-Deberíamos irnos a otro sitio o nos mojaremos.

Me quedé mirándolo durante unos segundos y asentí. Aquel enano tenía mucha más capacidad de reacción que yo y por unos segundos me sentí como si el que estuviera cuidando de mí fuera él y no al revés. Bueno, fuera como fuera tenía razón: las gotas estaban empezando a caer con más insistencia y si no nos largábamos de allí pronto íbamos a acabar empapados.

Gracias, nubes, por arruinarme la mañana.

*****************************************

Un cuarto de hora después de nuestro fugaz paseo por el parque interrumpido por la lluvia, Sean y yo estábamos sentados en una mesa de una cafetería de al lado de Central Park mirando como llovía copiosamente por la ventana que teníamos al lado. Frente a nosotros teníamos dos inmensos batidos, obviamente de chocolate. ¿No me había dado carta blanca el padre de la criatura para hacer lo que me diera la gana con el niño? Pues chocolate, mucho chocolate.

-Podrías venir tú todos los días a cuidarme en lugar de Misako, Sophie. Me lo paso mejor.-dijo Sean con solemnidad antes de darle un sorbo inmenso a su batido.-Y podríamos beber batidos de chocolate todos los días.

Solté una risa, ya no sólo por lo que me acababa de decir sino también porque se había puesto la cara perdida.

-Sí, claro, y entonces yo acabaría gorda como una vaca; eso si tus padres no me matan antes…-reí a la vez que agarraba una servilleta de papel y le limpiaba la nata de la nariz.-Ay, enano… Me vas a hacer reír sin ganas…

-¿Por qué no tienes ganas de reírte?-preguntó el niño extrañado.-¿Es que estás triste?

Lo miré durante unos segundos y sonreí.

-Un poquito, la verdad.

-¿Y por qué?

-Por… cosas de mayores.-contesté a falta de encontrar una respuesta mejor.

Sean puso cara de fastidio por la respuesta que le acababa de dar: al parecer no le gustaba demasiado que le dijeran eso de “cosas de mayores”, como a todos los niños, en realidad. No obstante, no dijo nada al respecto.

-Yo a veces me pongo triste cuando me riñen papá y mamá.-añadió antes de darle otro sorbo a su batido.-Pero pronto se me pasa…

-Bueno… La verdad es que yo también estoy triste porque estoy un poco enfadada con mi mamá.-dije sin saber muy bien por qué y sintiéndome extremadamente rara por estar contándole eso a un niño de cuatro años.

-¿Te has portado mal y te ha reñido?

-Mmmmmm… Más bien digamos que la que se ha portado mal ha sido ella.-contesté.

Sean se me quedó mirando durante unos segundos con cara de no estar entendiendo nada de nada. De repente, soltó una risita aguda.

-¡Qué rara eres, Sophie!-exclamó antes de darle el último sorbo a su batido.

-La verdad es que un poco rara sí que soy…-confirmé con buen humor.-Por cierto, Sean… ¿qué te apetece hacer ahora que nos hemos acabado esto?

-Aún llueve.-masculló el niño mirando por la ventana.-Quiero ir a casa.

-Pero… no podemos volver a casa hasta que…

-Yo quiero ir a casa.-me cortó con contundencia.

-Sean… Ya sabes que debemos volver esta tarde, que hoy teníamos que pasar el día fuera tú y yo y…

-Me da igual. Estoy cansado y quiero ir a casa.

-¿Cansado? Pero si no hemos hecho nada…

-Sophie, que quiero ir a casa…-casi lloriqueó.

Lancé un bufido de fastidio a la vez que miraba la hora. Perfecto: no era ni media mañana y aquel enano ya estaba con que quería ir a casa, que estaba cansado.

-Sean, ¿seguro que no…?

-¡Que quiero ir a casa!

Un par de señoras que estaban sentadas en la mesa de al lado se volvieron hacia nosotros lanzándome una mirada de reproche. Inmediatamente noté como los colores me subían a la cara.

-Shhhht, no grites, hombre…-le dije al niño apurada todavía.-Ya sabes que tu papá y tu mamá nos han dicho que no podemos volver hasta las seis y aún es muy pronto.

-Pero… yo estoy cansado…-contestó él a punto de llorar.-Llévame a casa, por favor.

Me quedé por unos instantes paralizada sin saber qué hacer ni qué decir: Sean parecía que iba a ponerse a llorar de un momento a otro y, encima, todavía podía notar las miradas de las señoras de al lado fijas en mí, como yo si fuera una especie de criminal que hace llorar a niños inocentes.

-Eh…-titubeé al fin.- Sean, cariño, no llores, venga… Mira, está bien… Iremos a casa…

-¿Sí?-preguntó él esperanzado.

-Eh… sí.-dudé.-Pero no a tu casa, que no podemos. Iremos a la mía y así descansas, ¿vale?

Por unos segundos creí que el niño iba a ponerse a llorar ahora ya en serio, pero, en el último momento, una enorme sonrisa iluminó su rostro.

-¡VALE!-exclamó.-¡Será divertido!

Suspiré aliviada: me había librado de un buen numerito con el hijo de un famoso llorando en una cafetería por ineptitud de una niñera inexperta. Bien por mí.

*****************************************************

-Que casa más fea tienes…-masculló Sean mirándolo todo a su alrededor nada más pusimos un pie dentro de mi edificio.

-Aquí es donde viven las personas pobres, cariño.-le dije sin poder evitar que una nota de sarcasmo se colara en mi tono de voz. Vale: sabía que el edificio en donde vivía era viejo y no era la gran cosa, pero bueno, de ahí a que ese mocoso me dijera directamente que era feo…-Anda, Sean, empieza a subir las escaleras hasta el tercero, que es donde está mi casa.

-¿Escaleras? ¿No podemos subir por el ascensor?

-No podemos porque no hay ascensor.

-¿Y por qué no hay?

-Ya te he dicho que aquí sólo viven personas pobres como yo…-bufé empezando a subir las escaleras delante de él.-¿Vas a quedarte ahí plantado o vas a subir?

Sean soltó un suspiro de resignación y empezó a subir detrás de mí. Todo el trayecto se lo pasó lanzando pequeñas quejas sobre el hecho de tener que subir las escaleras. Yo, por mi parte, no podía dejar de reírme por lo bajo: el pobre niño rico bajando a las profundidades del mundo plebeyo con tan sólo cuatro años…

-Y ya hemos llegado.-dije cuando por fin nos plantamos, después de unos cuantos tramos de escalera y unas cuantas quejas, delante de la puerta de mi piso.-Mi casa tampoco es tan bonita por dentro como la tuya, pero bueno…

Sin esperarme a que el niño contestara nada, metí la llave en el cerrojo y abrí la puerta. Inmediatamente pude oír desde el comedor el sonido de la tele. Fruncí el ceño. ¿No se suponía que Sven estaba trabajando?

-Entra, Sean.

El niño pasó delante de mí, obediente. Lo miró todo y puso cara rara, pero esa vez, seguramente por ahorrarse la respuesta de los pobres, decidió no decir nada. Yo, por mi parte, me dirigí hacia el comedor, con Sean detrás de mí.

-¡¿Pero qué haces tú aquí?!

El grito que pegué nada más entré y me vi a Sven tirado en el sofá con su batín roñoso hizo que el pobre diera un salto asustado.

-¡Joder, Soph! ¡Casi me matas del susto!-exclamó poniéndose en pie.-No he ido a trabajar porque no me apetecía.

-¡¿QUÉ?!-grité yo. Después de la lata que me había pegado a mí esa misma mañana para que no faltara a mi trabajo, sólo faltaba que él no hubiera ido al supermercado donde trabajaba.

-No, no… Es broma…-rió él seguramente al ver mi cara de susto.-He ido pero había un reventón y nos han mandado a casa. Un jaleo: estaba todo inundado. Ey, por cierto… ¿y qué coño haces tú aquí?

-Cuida tu bocaza, que tengo un niño al que cuidar…

Hasta ese momento Sven no se había percatado de la presencia de Sean. Fue entonces cuando posó sus ojos por primera vez sobre el niño y se quedó, literalmente, con la boca abierta.

-Sophie… ¿Qué… qué hace ese niño contigo?

-Lo he raptado.-contesté con parsimonia como venganza al susto que me acababa de dar al decirme que no había querido ir a trabajar.

-¡MIERDA!-gritó asustado.-¡Sophie, no! ¡Si ese niño es quien creo que es…!

-Cállate, tarugo.-reí yo antes de que le diera una taquicardia severa.-No he raptado a nadie: mi trabajo de hoy era cuidar de él. Y como llovía y no quería ir a ningún sitio más, nos hemos venido aquí, ¿verdad, Sean?

-Sí.-contestó el niño dedicándole una sonrisa a Sven.-Hoy Sophie me va a cuidar todo el día, se lo ha dicho mi papá. Me llamo Sean.

-Encantado, Sean. Yo soy Sven.-contestó él flipando. Después, volviéndome a mirar, añadió:-Bueno, ya me explicarás qué se han metido para dejarte a ti a cargo del niño…

-Ni yo misma lo sé…

-Sven, ¿eres el marido de Sophie?

La repentina pregunta de Sean hizo que los dos empezáramos a reír casi histéricamente ante la mirada confusa del niño.

-Oh, no, Sean… Sophie no es mi esposa, ni mi novia, ni nada…-contestó Sven cuando recobró el aliento.-Somos amigos solamente.

-Además de que yo tengo el suficiente buen gusto para no estar con él…-añadí yo.

-¿Cómo?

-Déjalo, Sean, son cosas de mayores…

-No me gusta que me digan eso.-respondió enfadado.-Todo el mundo me dice eso.

-Bueno, está bien… Pues no te lo diré…-suspiré. Después, volviéndome hacia mi compañero, añadí:-Sven, tío, hazme el favor y échale un ojo durante cinco minutos, necesito ir a cambiarme los calcetines y las zapatillas: los tengo empapados después de la carrera que me he pegado para comprar un par de paraguas a una tienda de pakistanís.

-Casi se cae por la acera.-añadió Sean con una sonrisilla.-Y le ha tirado el café a un señor que iba caminando.

-¿En serio? Es que Sophie siempre ha sido un poco desastre…-rió Sven.

-Gracias por la aclaración, Sven…-refunfuñé entre dientes antes de darme media vuelta y dirigirme a mi habitación.-¡Ojo con lo que haces con el niño!

-Descuida, lo cuidaré muy, muy bien. Tengo mucha mano con los niños aunque no lo parezca.

Pese a que lo dudaba muchísimo, me dirigí hacia mi habitación: al fin y al cabo sólo iban a ser unos pocos minutos, así que no tenía por qué preocuparme. Me cambié el calzado rápidamente y me encaminé de nuevo al comedor, dispuesta a proponerle a Sean hacer cualquier cosa para entretenerle. Aún estaba por el pasillo cuando escuché como Sean y Sven cantaban alegres una cancioncilla. Pese a la sorpresa inicial, sonreí: a lo mejor Sven tenía razón y no se le daban mal los críos…  No obstante, cuando me acerqué un poco más y pude escuchar lo que estaban cantando, se me borró la sonrisa de la cara inmediatamente. Y es que, lo que en un principio parecía la inocente canción de Popeye el Marino, era una jodida versión adulterada que los dos estaban cantando a voz en grito.

-Popeye el Marino soyyyy, detrás de las viejas voyyyy, les meto la mano y me dicen marrano, Popeye el Marino soyyyyyyyyyyyyyyyyy.

-¡¿PERO SE PUEDE SABER QUÉ ES LO QUE ESTÁIS CANTANDO?!-grité hecha una furia a la vez que entraba con un torbellino en el comedor.-¡SVEN! ¿TE PARECE BONITO ENSEÑARLE ESO AL NIÑO?

-Oh, Soph…-se quejó mi compañero.-Es sólo una cancioncilla inocente. Sean y yo nos lo estábamos pasando muy bien.

-Es verdad, Sophie, es una canción divertida.-sonrió el pequeño truhán que hasta hacía diez segundos había estado cantando como un descosido.

-No es divertida, Sean.-repliqué yo.-Ni se te ocurra cantar eso delante de tus padres o te van a castigar, ¿me entiendes?

-Sí, entendido.-contestó el niño poniendo cara de afligido.

-Mira lo que has hecho, Soph… Has puesto triste al chaval.-dijo Sven pasándole la mano por el hombro.-Anda, colega, no te pongas mal y no le hagas caso a Sophie, que es una rancia.

Juro que en ese mismo momento hubiera matado a Sven allí mismo, sin importarme para nada que un niño de cuatro años fuera testigo de mis crueles actos. Pero justo en aquel momento, el timbre de la puerta sonó y le salvó la vida.

-Voy a abrir. Va a ser un segundo, Sven. Y como se te ocurra enseñarle algo más al niño, te mato. Lo juro.-dije arrastrando las palabras.

No me esperé ni siquiera a que dijera nada, simplemente salí de allí con un cabreo monumental y abrí la puerta del apartamento sin ni siquiera preguntar quién era.

-¡SOPHIE, QUERIDA!

¿Nunca habéis experimentado esa sensación de abrir la puerta y querer volverla a cerrar en el acto delante de las narices de vuestra visita inesperada? Pues bueno, eso mismo sentí yo nada más vi allí plantada ante mi portal a mi madre. Y lo peor de todo era que no venía sola: venía acompañada por mi abuela, una auténtica vieja loca y sorda como una tapia.

-Ay, Dios mío…

-¿Cómo que Dios mío? ¿Acaso mi niña no se alegra de ver a su querida madre?-dijo entrando sin más en casa.-Por cierto, no me gusta la costumbre que tenéis en este edificio de dejaros la puerta de abajo abierta de par en par. Estáis en Nueva York, cualquier día os podría entrar un asesino o un violador o una pandilla de drogadictos de ésos….

-Tú siempre tan positiva, mamá…-dije de mala gana antes de volverme hacia mi abuela.-Por cierto, abuela, ¿cómo te encuentras?

-Sí, sí, tranquila que ahora cierro la puerta…-me contestó mi abuela.

-Es que se ha puesto un poquitín más sorda en los últimos meses…-me aclaró mi madre con un susurro a mi lado.-Pero tú síguele la corriente y ya está.

Asentí lentamente, aún asimilando lo que me podía deparar aquella visita. Seguro que más de un director de comedias se habría matado por poder tener en esos momentos una cámara en mi casa y grabar el colmo del surrealismo.

-Y bien, hija, ¿no nos vas a invitar a entrar?-inquirió mi madre de repente.-Mira que yo no te he enseñado nunca a ser tan mala anfitriona…

-Ya estáis dentro, mamá.-contesté con sarcasmo.

-¡Ay, qué chica!-exclamó entrando en el comedor, sin permiso ni nada, seguida por mi abuela.-¡Sophie! ¡Hay un niño aquí con Sven!

Entré y me puse a su lado.

-¿En serio? Ya le decía yo a Sven que teníamos tanto polvo aquí que al final nos iba a crecer algo…

-No seas descarada.-me recriminó mi madre.-Un momento… ¿este niño es el hijo de…?

-Sí, es él.-contesté sin demasiadas ganas.

-Sophie…-dijo de repente Sean.-Creo que la señora vieja está triste.

Nos quedamos mirando como el niño señalaba a mi abuela. Fue entonces cuando nos percatamos de que había empezado a lanzar leves sollozos a la vez que un par de lagrimones surcaban su rostro.

-¿Pero qué te pasa, mamá?-le preguntó a los gritos mi madre.

-¿Por qué nadie me dijo que Sophie estaba casada y ya tenía un hijo?-lloriqueó.-¡Yo quería ir a la boda!

-¡Abuela! ¡Que no es mi hijo!-grité.-¡Es el hijo de mis jefes!

-¿Y a mí qué más me da que sea canijo y que tenga un herpes?-preguntó limpiándose las lágrimas con un pañuelo de tela de lo más rococó que se había sacado del bolso.-¡Yo lo hubiera querido igual!

-Pero…

-No le hagas caso, Sophie, síguele la corriente que no se entera.-me cortó mi madre sin darle más importancia al asunto.

Solté un bufido resignada y me dejé caer en el sofá al lado de Sean y Sven.

-Ese niño no se le parece en nada al padre…-masculló de pronto mi abuela mirando primero a Sven y después a mí.-Uno rubito y el otro con el pelo oscuro. Y los ojos… No se parece en nada…

-¿Se puede saber qué es lo que habéis venido a hacer aquí, mamá?-pregunté tratando de ignorar a mi abuela, que continuaba mirando con suspicacia a Sean y a Sven.

-Venía del médico con la abuela y pasaba por aquí…

-Mamá, al grano.

-Vale, está bien, está bien… He venido hasta aquí adrede después de llevar a la abuela al médico.

-Sophie, hija…- interrumpió de repente mi abuela.-¿Estás segura de que no te dio algún susto ningún vecino? Porque es que lo miro y no se parece en nada al padre…

Intenté pasar por alto el comentario de mi abuela y la risa de Sven y miré a mi madre de nuevo, instándole a continuar.

-Ayer creo que te vi un poco afectada por todo ese asuntillo que hablamos…

-¿Asuntillo? ¿Llamas a todo eso “asuntillo”? ¡Mamá, por favor!

-Oh, vamos, no te pongas dramática… Si supieras quién fue tu padre no te mostrarías así de susceptible…

-Oye, chico…-iba diciendo mi abuela mirando a Sven.-¿Tú te fías de mi Sophie completamente? Porque este niño y tú…

-Como te iba diciendo, Soph, si supieras quién es tu padre no estarías tan enfadada.-siguió mi madre. La verdad era que aquella conversación se estaba haciendo muy difícil con mi abuela de fondo diciéndole cosas raras a Sven y éste partiéndose de risa sin saber qué decir.-No es que fuera la gran cosa, pero te aseguro que mejor que ése al que tú llamas padres, era. Atento, simpático, alegre, sabía complacer a las mujeres…

-Mamá, de verdad, no me apetece saber quién es mi padre.-le corté poniendo cara de asco al ver los caminos que podía tomar aquello.-Por muchas cosas que fuera, te aseguro que no…

-Vamos, no seas amarga.  ¡Si hasta te había traído una foto suya para que lo vieras! Se llamaba…

-¡Te he dicho que no quiero saber nada!-le corté enfadada.-¡Ni me interesa cómo se llamaba, ni qué hacía, ni quiero ver su maldita foto!

-¡Pero hija! ¡Pensaba que…!

-Nada, mejor que no pienses nada.

-¿Qué es lo que tienes que prensar?-inquirió de repente mi abuela mirando a mi madre extrañada.

Lancé un sonoro bufido, cansada por todo aquello.

-Está bien, como quieras.-dijo mi madre poniéndose en pie casi de repente.-Yo lo hacía con buena voluntad, pero veo que tú no lo ves así. De todos modos, te voy a dejar aquí mismo la foto que te he traído, por si te lo repiensas y quieres verle la cara a tu padre.

Antes de que a mí me diera tiempo a reaccionar, se sacó del bolso una pequeña fotografía y la dejó sobre el pequeño aparador que teníamos. Al menos, tuvo la delicadeza de dejarla boca abajo.

-¡Quita eso de ahí!

-No me da la gana.-me contestó mi madre con determinación.-Ale, nos vamos. Venga, mamá, vámonos.

Empezó a caminar hacia la salida. Mi abuela, esta vez sí, captó el mensaje a la primera y la siguió.

-Volveré otro día a conocer a tu hijo.-me dijo cuando pasó por mi lado. Después, bajando la voz, añadió:-Y deberías decirle a tu marido la verdad, que se nota mucho que no es suyo, picarona.

-¡Que no es mi hijo!

-Y dale con lo de que es canijo. El niño está muy guapo, no le digas eso.

-¡Mamá! ¡Nos vamos!-le apremió mi madre ya casi desde la puerta del apartamento.-Y tú Sophie, si algún día te decides a conocer la verdad sobre todo esto, me lo dices.

-¡Jamás querré hacer eso!-casi grité.

-Lo que tú digas… En fin, adiós.

Aún no había acabado de decir eso y ya había cerrado la puerta tras de sí. Cabreada, me volví de nuevo hacia Sean y Sven.

-¿Por qué estás enfadada, Sophie?-quiso saber Sean.

No pude evitar sonreírle.

-Porque mi mamá y mi abuela están locas de remate.-contesté pasándole la mano por el pelo.

-Ya lo he visto. Están muy locas.-me confirmó él. Y si hasta un niño de cuatro años era capaz de ver eso, no iba a ser yo la que iba a negar la evidencia.

-Ey, Sven…-le dije a mi compañero de piso después de soltar una risita por la contestación de Sean.-Hazme un favor y tira eso que ha dejado mi madre ahí, que no lo quiero ver…

-Por supues…-sus palabras se vieron interrumpidas por la musiquilla del programa de televisión que iba a empezar.-¡Eh! ¡Adoro este concurso!

-¡Mi papá también lo ve!-exclamó Sean.

-Tu papá sabe lo que se hace, colega.

Negué con la cabeza y la apoyé sobre el respaldo del sofá. Bueno, ya me desharía yo de esa maldita foto… Pero eso sería más adelante, en esos momentos necesitaba un descanso. Y tanto que lo necesitaba.

************************************************

Llamé a la casa de los Lennon a las seis en punto, tal y como me había dicho John esa misma mañana. No tardó demasiado en abrir él mismo. Detrás de él estaba Yoko, con su sempiterna mirada indescriptible que tanto me incomodaba.

-¡Ey, campeón!-exclamó nada más vio a su hijo. El niño, por su parte, salió disparado hacia él y John lo agarró en brazos.-¿Cómo te lo has pasado?

-Muy bien.-contestó Sean con una sonrisa de oreja a oreja.-Hemos ido al parque, me he hecho amigo de Sven que es el amigo de Sophie, he conocido a unas señoras locas de remate…

-Esas señoras eran mi madre y mi abuela…-me apresuré a contestar cuando vi la casa que pusieron John y Yoko cuando el pequeño dijo eso.-En realidad son buena gente.

-Ah, perfecto.-sonrió John volviéndose hacia mí.-¿Y qué tal se ha portado? ¿Ha dado mucha guerra?

-No, no, tranquilos, se ha portado genial.

-¿Podrá venir Sophie a cuidarme todos los días?

-¡No!-exclamamos John, Yoko y yo casi al unísono.

-Pero…

-Ya te cuida Misako, cariño.-le contestó Yoko.-Y Sophie tiene trabajo aquí en casa.

-Exacto.-le dije yo. Después, acordándome de repente de algo, rebusqué en mi bolsillo y le tendí un pequeño fajo de billetes a John.-Por cierto, aquí está lo que me ha sobrado de lo que me has dado esta mañana. No hemos gastado mucho, así que…

-Oh, quédatelo.-contestó él encogiéndose de hombros.-Tómatelo como una pequeña propina por el favor.

-Pero…

-Insisto.

Por toda respuesta, me encogí de hombros y volví a guardarme el dinero en el bolsillo. A fin de cuentas no estaba bien llevarle la contraria al jefe, ¿no?

-Vale, pues gracias.-sonreí.-Si no necesitáis nada más de mí…

-Puedes irte si quieres.-dijo Yoko no sabría decir sin con frialdad o no.

-Gracias, Sophie.-añadió John.

-Gracias a vosotros por la propina.-contesté antes de darme la vuelta.-Adiós.

-Hasta mañana.

Me fui de allí con una sonrisa sin saber muy bien por qué. Tal vez fuera por los ochenta dólares que me había llevado por la cara, tal vez porque a fin de cuentas el día no había sido tan desastroso como yo había esperado y Sean había llegado sano y salvo a casa. No tenía ni idea, pero tampoco me importaba saberlo. Lo importante era que me sentía bien pese a todo. ¿Qué más se podía pedir?






Hola, hola, hola! Qué tal estáis? Bueno, pues aquí mi regreso, con este capi largo que espero que os haya gustado porque me ha costado de escribir lo que no está escrito... En fin, que no tengo yo mucho tiempo, así que bueno, me voy despidiendo ya. Muchas gracias por leer y sobre todo por molestaros en comentar, que ya sabéis que me encanta leer vuestras opiniones y comentarios!

Espero que estéis genial! BESOTES!!!! Mua, mua, muaaaaaaaaaaaa!