domingo, 25 de agosto de 2013

VUELO 937 Capítulo 2

-Tenemos un problema de los grandes, Greg.-dijo una voz grave arrastrando las palabras.-Es la primera vez que ocurre algo así.

Sin ser aún consciente de lo que me había pasado, abrí los ojos lentamente cuando aquella voz me despertó. Lo primero que noté fue que tenía la boca seca y pastosa, con un sabor extraño en ella. Después, me di cuenta de que estaba sentada en un sillón, con las manos atadas al respaldo, dentro de un habitáculo extraño, sin apenas muebles y sin más iluminación que la de una bombilla desnuda que colgaba del techo. Y, además, era obvio que no estaba sola.

Aturdida aún, recordé lo que había pasado en el aeropuerto y noté como el miedo se apoderaba de mí. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué iba a ocurrirme? No lo sabía, pero tenía la sensación de que nada bueno viendo las circunstancias en las que estaba.

-¡Ey, Edward!-exclamó de repente una voz que se me hizo vagamente familiar.-¡Parece que nuestra chica se ha despertado!

Antes incluso de que pudiera reaccionar de alguna manera, dos siluetas masculinas se plantaron frente a mí. Levanté la cabeza y los miré, con una mezcla de miedo y odio. No me costó para nada reconocer al tal Greg y a su sonrisilla psicótica, el hombrecillo con el que había hablado en el aeropuerto. El otro hombre, un verdadero gigante musculado y con una cicatriz en la mejilla que llamaba la atención, era un completo desconocido para mí.

-Siento lo del cloroformo.-dijo Greg mirándome antes de soltar de nuevo una risita histérica, inexplicable.-Pero… Os ponéis muy nerviosos siempre y no hay manera de llevaros pacíficamente con nosotros… Espero que me comprendas.

-¿Qué queréis de mí?-pregunté sin más intentando mantener a raya mi creciente nerviosismo.

-Ya te lo dije en el aeropuerto.-contestó Greg encogiéndose de hombros.-Explicarte las reglas. Estás en un sitio en el que no debes estar y no puedes hacer ciertas cosas que acabarían por alterarlo todo.

-¿Pero qué…?

-Como Greg te ha dicho, estás en 1967.-dijo por primera vez el gigante con aquel particular tono de voz.-A veces ocurre: las puertas se abren y alguien que no debería de cruzarlas, las cruza. El por qué no lo sabemos, pero viene ocurriendo desde que el mundo es mundo, por eso nosotros debemos vigilaros para que todo vaya bien.

-Me encanta como se explica Edward, ¿verdad, Briseida?-dijo Greg ampliando aún más su sonrisa.

Los miré a los dos, entre asustada y sorprendida. No tenía ni idea de lo que me estaba ocurriendo y, encima, aquel tal Edward me hablaba de puertas y de vigilantes. Os aseguro que cualquiera en esa situación sería capaz de enloquecer en el acto.

-No sé qué es lo que está ocurriendo, ni tampoco qué es lo que quieren de mí.-dije en tono suplicante aún sin entender nada de todo aquello.-Pero les aseguro que yo no…

El fuerte suspiro de Edward hizo que interrumpiera mis palabras de forma brusca. Lo miré muerta de miedo, esperando que aquel hombre me hiciera cualquier cosa. No obstante, el hombre se dirigió hacia una esquina de la habitación, agarró una silla destartalada, la arrastró hasta ponerla enfrente mío y se sentó en ella.

-Te lo estamos explicando, muchacha.-dijo pacientemente inclinándose levemente hacia mí.-Has viajado en el tiempo; eres una viajera. No estás en tu época, esto es 1967.

-Pero…-balbuceé yo.-¡Eso es imposible!

-No, no lo es.-rió Greg ansioso.-¿A qué es increíble?

-A veces ocurre.-suspiró Edward.-Todo está conectado: pasado, presente y futuro, son dimensiones paralelas al fin y al cabo. Es por eso que, en ocasiones, se abren pequeños agujeros por llamarlos de algún modo por los cuales pueden colarse elementos extraños.

-¡Como tú, querida Briseida!-exclamó Greg señalándola.-Te has convertido en una nueva Alicia, pero en lugar de en el País de las Maravillas te has caído en una época distinta a la tuya.

-Los que son como nosotros se encargan de vigilar esos agujeros.-continúo Edward haciendo caso omiso a las palabras de Greg.-Y cuando alguien se cuela por uno, nos encargamos de “adaptarlo” al mundo en el que ha ido a caer: no se pueden alterar los hechos futuros, al menos, no los importantes para la Historia de la Humanidad, y, como comprenderás, alguien que viene de una generación futura, podría hacerlo con sus conocimientos…

-¿Te acuerdas cuando se nos coló aquel tipo que se encaprichó con evitar que los padres de Hitler llegaran a conocerse jamás?-preguntó Greg antes de lanzar una sonora risotada.

-Muy noble por su parte.-contestó Edward esbozando una sonrisa.-Pero… Eso hubiera alterado demasiadas cosas, lo hubiera trastocado todo.

-Y tuvimos que pararle los pies.-contestó Greg poniéndose serio de repente.

Los miré alucinada, primero a uno, después al otro. Aquello que me estaban contando era una auténtica locura, sin pies ni cabeza, pero, por alguna extraña razón, algo me decía que estaban siendo sinceros conmigo.

-¿Qué le pasó?-pregunté vacilante al cabo de unos segundos.-A ese hombre…

-Murió.-se limitó a contestar Edward en un tono de voz tan glacial que hizo que los pelos se me pusieran de punta. No hacía falta ser demasiado listo para adivinar que su muerte no había sido por causas naturales.

-Pero eso no importa ahora.-intervino Greg de repente.-Lo que importa es que tú te has colado y que debes saber cómo funciona el juego. Pero, cuidado, estas reglas son de obligado cumplimiento. Nosotros, querida, nos encargaremos personalmente de que no las infrinjas. Y ahora, si prometes portarte bien y escucharnos atentamente, Edward y yo podemos desatarte de esa incómoda silla y darte un poco de agua, que supongo que la necesitarás.

Asentí levemente, aún fuera de juego por completo por lo que aquella gente me acababa de decir mientras Greg me desataba. Casi instintivamente, me puse a mover los brazos, entumecidos tras haber estado tanto rato en la misma posición. Después, Greg salió de la habitación tarareando una cancioncilla que no fui capaz de reconocer.

-Lo primero que has de saber es lo que te he dicho: nada de causas nobles como las de aquel desgraciado.-empezó a decir Edward.-La Historia no puede cambiarse, al menos no los grandes hechos. Pese a que la desgracia que sepas que va a ocurrir sea muy grande, no puedes evitar una guerra, o un atentado, ni nada por el estilo. Dejarás que todo siga su curso natural por más que te duela. Esto es importante. Si alteras estos grandes hechos, alterarías el equilibrio entre presente, pasado y futuro, ¿entendido?

Ni siquiera pude contestar antes de que Greg volviera a aparecer de nuevo en la habitación con un vaso de agua fresca para mí. Me lo bebí con avidez, como si no hubiera bebido en días. En aquellos momentos tenía tanta sed y estaba tan confusa, que me daba igual que aquellos dos me hubieran podido meter algo en la bebida.

-Es obvio que ciertas cosas sí que las alterarás… Por ejemplo, la vida de cualquier persona con la que hagas amistad o… yo que sé… imagínate que te casas. Pero bueno, en ese sentido nosotros no podemos interferir. Es natural, por así decirlo.-añadió Greg mientras recogía de nuevo el vaso vacío que segundos antes me había tendido.-Obviamente, siempre y cuando no te cases con el padre del futuro presidente de los Estados Unidos o algo por el estilo.

-Exactamente.-masculló Edward.-Lo segundo es que habrás de adaptarte a las costumbres de la época. Nada de ropa rara, como la que llevas ahora, ni nada de comentarios que dejen entrever que sabes qué es lo que va a pasar.

-En este sentido tenéis terminantemente prohibido jugar a la lotería o en cualquier otra apuesta o invertir en productos que sepas que van a tener éxito.-intervino Greg.-Es una lástima, pero no sería justo para los demás que juegan o invierten sin saber qué va a pasar.

-Y por último, intentarás vivir tu vida con la mayor normalidad posible, pasando completamente desapercibida y sin levantar ningún tipo de sospechas.-continuó Edward.-Fingirás sorprenderte con las noticias con las que todos se sorprenden aunque ya las sepas de antemano  todas esas cosas, ¿te queda claro?

Un silencio incómodo se hizo entre los tres. Volví a mirarlos, incrédula. Por supuesto que no lo tenía nada claro.

-¿Cómo sé que me están diciendo la verdad?-pregunté.

-Tranquila, te darás cuenta inmediatamente de que no mentimos nada más pises la calle.-rió Greg.-¿Alguna pregunta más?

Dudé por unos instantes, intentando elegir cuál de las decenas de preguntas que me asaltaban debía formular.

-¿Cómo puedo volver al 2013? ¿Cómo puedo volver a mi casa?-pregunté nerviosa.

Tanto Greg como Edward soltaron una sonora risotada nada más pronuncié aquellas preguntas. Parecía que les acabara de contar el chiste más gracioso del mundo.

-¿En serio crees que si supiéramos la respuesta estaríamos aquí en estos momentos?-preguntó Edward cuando paró de reír.-Cuando un viajero se cuela, no hay manera de volverlo a enviar a su lugar de origen.

-Ojalá pudiéramos…-suspiró Greg.-¡Qué sencillas serían las cosas!

-Pero…-susurré asustada empezando a asimilar lo que me acababa de decir.-¿Qué pasará con mi familia? ¿Con mis amigos? ¿Qué pensarán que me ha ocurrido?

-Un caso más de desaparición que no llegará a resolverse nunca.-dijo Edward encogiéndose de hombros.

-Se llevarán un disgusto, removerán cielo y tierra buscándote al principio, cuando vean que el único rastro que queda de ti son un par de maletas abandonadas en un aeropuerto.-continuó Greg.-Pero tranquila, aprenderán a vivir con ello.

Cuando escuché aquello, la desesperación se apoderó de mí definitivamente e, inevitablemente, me puse a llorar como una niña pequeña. Aquello no podía ser cierto. Era como estar metida en la peor de mis pesadillas pero tenía la horrible sensación que de esa pesadilla no podría despertar como si tal cosa.

-Oh, vamos, no llores, Briseida…-susurró Greg dándome unos torpes toquecitos en la espalda.-Ya verás, no es para tanto, tú estás bien y eso es lo que importa…

-Es cierto, muchacha, deberías tranquilizarte.-suspiró Edward.-No ganas nada poniéndote así. Además… Hay algo más que creo que deberías saber.

-Oh, Edward… ¿Crees que deberíamos decírselo? ¿No crees que sería más sensato…?

Levanté mi cabeza y, con los ojos aún llorosos, le lancé una mirada penetrante.

-¿Hay algo más? ¿Encima hay algo más?-pregunté a la desesperada.-¿Qué es lo que ocurre ahora?

Edward lanzó un suspiro y se puso en pie, nervioso, antes de contestar:

-Ocurre que es la primera vez que un viajero viaja a una época tan reciente a su época de origen.-dijo.-Normalmente todos viajan uno o dos siglos antes,  pero nunca menos de cien años atrás. Todos mueren por causas naturales antes del momento de su nacimiento y no ocurre nada, pero ahora…

-¡¿AHORA QUÉ?!-grité.

-Lo más seguro es que tú llegues viva al momento de tu nacimiento. –contestó mirándome a los ojos.-Y si eso ocurre habría dos Briseidas conviviendo en el mismo espacio de tiempo.

-Jamás ha ocurrido una cosa así.-añadió Greg.-Pero eso va en contra de todas las normas. Eso no puede producirse jamás.

-¿Pero…?-susurré.-¿Qué mierdas va a pasarme?

-No lo sabemos.-suspiró Edward.-Tal vez…

El hombretón se interrumpió a sí mismo y me lanzó una mirada con un tinte de… ¿tristeza?

-¿Tal vez qué?-insistí.

-Tal vez si vives hasta el año 1987, mueras justo en el momento en el que naces.-contestó lanzando un fuerte suspiro.-No podéis convivir las dos juntas en una misma época.  Sería lo más lógico.

Noté como la sangre se me helaba en las venas cuando me dijo aquello. Aquel hombre me estaba dando un plazo de vida de menos de veinte años. Y entonces, irremediablemente, empecé a llorar de nuevo.


*************************************************
Jueves, 9 de abril de 1987.
Londres.

-En España es una hora más.

Miré a mi marido y esbocé una sonrisa amarga. No podía ocultar que estaba triste, apagado. Y para qué negarlo, yo también. Era, sin lugar a dudas, un momento extraño, tanto para él, como para mí.

-Entonces la hora exacta es a las diez de la noche.-suspiré.

John se limitó a asentir, sin más a la vez que apretaba la mandíbula fuertemente.  Sólo esperaba que no se me pusiera a llorar en esos momentos o yo también acabaría por desmoronarme.

-¿Crees que se lo deberíamos decir a los chicos?-preguntó con un hilillo de voz.

-¿Y qué se supone que les vamos a decir?

-La verdad, Bri. Tal y como me la contaste a mí.

-Son sólo niños, John.

-Eres su madre. Y ya no son niños.

-Lo sé.-susurré.-Pero no me siento con fuerzas para eso.

-Yo tampoco, pero deberían de saberlo.

-Mejor dejemos las cosas como están.

-Siete horas solamente. Espero que no suceda.

-Y si sucede…-murmuré acercándome a él y dejando caer mi cabeza sobre su hombro. Él me pasó la mano por el pelo, cariñoso.-Sé fuerte, ¿vale? Por ellos.


No contestó. No me contestaría jamás a eso. Pero, sinceramente, en lo más profundo de mi ser, esperaba que me hiciera caso. Era necesario.






¡Hola gente! ¿Qué tal? Pues aquí llego yo con el segundo capi de este fic. Espero que os haya gustado y que haya quedado "entendido" lo que le pasa a Briseida... jejeje. 
Por cierto, quería daros las gracias a l@s que habéis leído el capítulo 1 y habéis mostrado vuestro apoyo bien siguiendo el blog, bien comentando como lo han hecho mis incombustibles María e Ingrid! ¿Qué decir? Como siempre, me encantaron vuestros comentarios y, por cierto, Ingrid, si esas historias tuyas que dices andan publicadas por algún sitio de la red, deberías pasarme el link para leerlas y, si no, te animo a que lo hagas! :D
En fin, nenas, que yo por mí nada más. Me voy despidiendo hasta el tercer capítulo, donde ya tenemos personajes nuevos... :D
Saludos y disfrutad!

lunes, 19 de agosto de 2013

VUELO 937 Capítulo 1

Siempre me he considerado una persona poco impresionable y bastante incrédula, de esas que no se inmutan ante nada ni ante nadie.  Tal vez haya sido por eso por lo que he llegado cuerda y en mis cabales a estas alturas de mi vida, después de tanta locura como me ha tocado vivir.

No, no os equivoquéis. No tuve una infancia difícil ni una adolescencia diferente a la de los demás. Pasé sin pena ni gloria por el instituto y acabé con sólo un año de retraso mi carrera de Traducción e Interpretación en Inglés en la Universidad, un retraso que no se hubiera producido nunca de no haberme ido de Erasmus a Liverpool el cuarto curso de mi carrera. Os aseguro que es una ciudad con demasiada fiesta como para poder pensar en estudiar ni un solo segundo.  Tampoco me vi demasiado afectada por el mal de amores, lo cual aún mantuvo mi vida más tranquila y agradable en esa época: sólo un novio más o menos serio en mi época universitaria al que jamás quise y algún que otro devaneo sin importancia por ahí.

¿Pero qué estoy haciendo? Perdonadme, de verdad. Os estoy contando mi vida sin ni siquiera haberme presentado. Bien, veréis, me llamo Briseida y en teoría se supone que naceré dentro de unas cuantas horas a unos dos mil quilómetros de donde estoy ahora. ¿Curioso, verdad?  Sí, sobre todo cuando tienes casi cuarenta y seis años, marido y tres hijos adolescentes.

Antes de que nadie me pregunte, me remito a lo que acabo de decir hace un momento: no, no estoy loca. Esto que os estoy contando, amigos, es más cierto que el aire que estáis respirando, pero para entenderlo deberéis escuchar mi historia completa, desde el principio.

Nací, o naceré, el 9 de abril de 1987 a las once de la noche, en un pueblecito de España que no he vuelto a pisar desde hace más de veinte años; aunque en mi documentación “oficial”, se diga que nací en 1941 en una ciudad que, aunque también española, sea bastante más grande. No os imagináis lo fácil que es falsificar una partida de nacimiento en los años sesenta...

Mi padre, un profesor de griego clásico del instituto local y admirador empedernido de la Ilíada de Homero, se las apañó para convencer a mi madre de ponerme este peculiar nombre que llevo, un nombre que me ha dado más disgustos que alegrías por la cantidad de bromas que las Vanessas, las Jennifers y los  Jonathans (nombres de moda por en esos, o estos, momentos), hicieron sobre él. Con el tiempo, y pese a que en un principio lo odiaba, aprendí que por lo menos mi nombre era más bonito y más original que los suyos, aunque nunca me ha gustado demasiado eso de llamarme como la esclava troyana del inmortal Aquiles.

No os aburriré con la historia de mi infancia normal, corriente y moliente de los noventa y os ahorraré los detalles de mi paso por la Universidad y de mis fallidos intentos cuando acabé mi carrera por encontrar un trabajo en una España en plena crisis. Simplemente, y resumiendo, sólo diré que cuando me cansé de enviar currículums a todos los sitios, cuando no me llamaron ni siquiera para trabajar de reponedora en un supermercado; decidí hacer lo que en aquellos momentos me parecía la cosa más acertada. Una decisión, por cierto, que iba a cambiar mi vida para siempre mucho más de lo que yo habría podido esperar jamás: marcharme a Londres en busca de una nueva vida. La verdad es que sí que conseguí mi objetivo, y tanto que lo conseguí: encontré una vida tan nueva que hasta a mí misma me desconcertó hasta que rocé los bordes de la locura.

Y aquí, amigos, es donde empieza mi delirante historia…

********************************************

Ni siquiera me llegué a desabrochar el cinturón del asiento del avión. ¿Para qué iba a hacerlo? Era una soberana tontería teniendo en cuenta que cada vez que pisaba uno me quedaba dormida nada más despegaba. Por lo menos así, con el cinturón puesto, me ahorraba que alguna azafata me despertara para avisarme de que debía ponérmelo en mitad de mi plácido sueño si durante el trayecto había turbulencias.

Si las hubo o no, nunca lo sabré. Lo único que recuerdo es que sí, que efectivamente me quedé dormida nada más el avión se estabilizó en el cielo y que me despertaron unos toques insistentes en el brazo después de un sueño tan profundo como incómodo. Abrí los ojos lentamente con la extraña sensación de que había dormido muchísimo más de la cuenta y vi a una azafata a mi lado, sonriente.

-Señorita, disculpe, pero hemos aterrizado ya y los pasajeros están abandonando el avión.

Me quedé mirándola, sorprendida. Aquella mujer no vestía con el típico uniforme azul eléctrico de la compañía con la que había volado, aunque no me cabía duda de que era una de las azafatas. Me olvidé del sueño que tenía casi en el acto y levanté la cabeza de mi asiento. Miré a mi alrededor y lo que vi me dejó casi sin respiración. Y es que estaba en un avión que no tenía absolutamente nada que ver con el que me había subido: no había ni rastro de los asientos azules y la decoración amarilla, todo era más sobrio y los asientos más anchos; y, además,  ninguna de las caras que pude vislumbrar desde mi posición me sonaba de nada. Moví la cabeza enérgicamente, intentando convencerme a mí misma de que aquello debía de tratarse de un sueño extremadamente real y que debía despertarme ya.

-¿Se encuentra bien, señorita?

Le dediqué una mirada de nuevo a la azafata, contrariada. Por supuesto que no me encontraba bien ni tenía la más remota idea de cómo había ido a parar a aquel avión que obviamente no era el mío, pero… ¿qué se suponía que debía decirle a aquella mujer? ¿Que me había quedado dormida unas horas antes en un avión y que me había despertado en otro? Aquello no tenía ni pies ni cabeza y seguramente la azafata, que ahora me dedicaba una mirada preocupada, me tomaría por loca si le decía eso. No obstante, debía de saber dónde puñetas estaba y no pensaba largarme de allí sin enterarme. Así que, en tono casual, le pregunté lo primero que se me ocurrió:

-¿Ya hemos llegado al aeropuerto de Stansted? Pensé que tardaríamos más…

-¿Stansted?

La cara que puso la azafata cuando me preguntó eso hizo que me asustara aún más de lo que estaba. “Ya está”, pensé, “no sé cómo, pero he acabado en otro país”.

-Bueno, sí… Stansted…-murmuré yo.-Ya sabe, Londres.

Nada más decir eso la mujer sonrió aliviada.

-Por supuesto que estamos en Londres.-contestó sin poder dejar escapar una risita entre dientes.-Pero esto no es Stansted, señorita, es Heathrow. Stansted es sólo de uso militar…

-¿Cómo qué…?-empecé a preguntar, confundida aún más de lo que lo había estado hasta el momento.

No obstante, cuando vi de nuevo la cara que me puso la azafata, callé de repente y me puse en pie. Aquello, sin lugar a dudas, debía de tratarse de una broma de muy mal gusto o algo por el estilo y no sacaba nada poniéndome a discutir con aquella mujer. Lo más sensato sería salir de aquel avión y acabar cuanto antes con toda aquella locura.

-¿Dónde está mi equipaje de mano?-quise saber, seca.

-Debería estar en el compartimento que hay encima de su asiento.-sonrió la mujer.

Sin nada más, salí al pasillo y miré donde me decía la mujer. Allí no había nada, absolutamente nada. Me volví hacia ella con cara de pocos amigos.

-¿Y mi equipaje de mano?-insistí de nuevo sin poder evitar un deje de agresividad en mis palabras. Estaba enfada, realmente enfadada.

-Le aseguro que nadie ha tocado nada, señorita.-me contestó ella, nerviosa.-Si usted ha traído equipaje de mano consigo, debe de estar donde le he indicado. Y nadie ha abierto ese compartimento hasta ahora, se lo aseguro.

Solté un bufido, molesta y, para qué negarlo, asustada; en mi bolsa de mano llevaba todo lo que me era más valioso: mi teléfono móvil, mi ordenador portátil, objetos personales de gran valor sentimental  y, sobre todo, mi documentación, sin la cual no podría pasar por el control de aduanas.

-Escúcheme…-dije intentando ser lo más educada posible. Sabía que no ganaba nada poniéndome en plan energúmeno.-Como comprenderá, en esa bolsa llevo muchísimas cosas importantes. Necesito que me diga dónde está.

-En ocasiones cuando tenemos problemas de cabida en cabina, ponemos algunas bolsas de equipaje de mano en la bodega del avión.-contestó la azafata esbozando una sonrisa forzada que no pudo ocultar su nerviosismo.-Seguramente alguna de mis compañeras la habrá trasladado allí, así que lo mejor será que vaya a la sala de recogida de equipaje y compruebe si está allí o no con el resto de sus cosas.

La miré con cara de pocos amigos. Era más que evidente que lo único que quería era librarse de mí.

-¿Y si no está allí mi bolsa?-pregunté a bocajarro.

-Si no está allí, puede dirigirse a la ventanilla de nuestra compañía, que está justo al lado.-dijo la azafata nerviosa.-Allí seguro que le dan alguna respuesta. Tenga por seguro que su bolsa de mano aparecerá, señorita, lo más seguro es que esté en la bodega.

Solté un bufido, exasperada y contrariada a la vez y, sin saber por qué, me encontré a mi misma dirigiéndome hacia el exterior del avión detrás del último pasajero que quedaba dentro, desistiendo en mi empeño. Aquello era todo tan raro que ni siquiera tenía ganas de discutir. Todavía logré alcanzar a escuchar el “Feliz estancia en el Reino Unido”  que me dedicó la azafata. Con aquel inicio dudaba mucho que mi estancia allí fuera tan “feliz” como suponía…

Me dirigí junto con el resto de pasajeros hacia el autobús que nos esperaba a pie de pista para llevarnos al interior del aeropuerto. Nada más verlo, no pude evitar maldecir por lo bajo: aquello era un trasto anticuado que debería haber llevado retirado de circulación unos cuantos años. Pero bueno, aquello, comparado con lo que me acababa de pasar era una burda nimiedad.

Subí al autobús la última, para variar, y me senté al lado del único asiento que quedaba libre al lado de un señor mayor con pintas de lord, trajeado, y que me lanzó una mirada escandalizado a la vez que negaba con la cabeza antes de apartar la vista de mí como si mi simple visión le horrorizara.

Agradecí que el trayecto se hiciese tan corto y salí de allí tan pronto como pude para entrar en el aeropuerto.

-Veo que aún no te has dado cuenta.

Aquella voz a mi lado me sobresaltó, tanto que no pude evitar dar un pequeño salto del susto. Me volví, aún aturdida y lo vi allí, por primera vez en mi vida, menudo y sonriente y con esa expresión atemporal que siempre le acompaña. Lo miré bien antes de contestarle nada. Aquel hombre, calvo, bajito y regordete, me miraba con una sonrisilla incluso podría decirse que algo psicótica que me intranquilizaba. No obstante, pese a que su aspecto no transmitía demasiada confianza, parecía tener algo que yo en aquellos momentos buscaba desesperadamente: respuestas. Así que, sin ni siquiera ser consciente de lo que estaba haciendo, me sorprendí preguntándole:

-¿Darme cuenta de qué?

El hombrecillo soltó una risita histérica que provocó que algunos que pasaban por allí se volvieran para mirarle.

-De que Heathrow está muy cambiado últimamente, por ejemplo.-contestó.-Fíjate en los paneles, ni siquiera son digitales… Es muy raro en plena era de la informática y en uno de los aeropuertos más importantes de Europa, ¿no crees?

Miré hacia donde estaba señalando y, efectivamente, vi que los paneles informativos no eran digitales como los del resto de aeropuertos sino que eran de los antiguos, manuales.

-También es raro que el avión en el que has aterrizado no fuera el mismo en el que seguramente habrás despegado, rarísimo diría yo, ¿me equivoco?

Me giré asustada hacia el hombre y lo miré con los ojos muy abiertos, asustada.

-¿Cómo sabe eso?-susurré.

El hombrecillo volvió a soltar su risita aguda e histérica.

-Pues porque yo soy uno de los que os vigila, muchacha.-contestó sin más.-Es nuestro trabajo saber cuándo y dónde llegáis.

-Disculpe, pero no entiendo nada…-mascullé pensando en cuál de los dos estaba loco: o él, o yo.

-Lo entenderás pronto, muchacha.-sonrió el hombre.-Pero primero dime tu nombre…

-Bri… Briseida.-tartamudeé.

-Extraño nombre. Encantado, Briseida, yo soy Greg, uno de los vigilantes.-se presentó tendiéndome la mano.-Y tú eres una de las viajeras, aunque aún no te hayas dado cuenta.

-Sigo sin entender nada de lo que me está diciendo.-contesté ahora ya sí, asustada de verdad ante aquel tipo.-Y ahora, si me disculpa, he de ir a recoger mi equipaje.

-No.-dijo con contundencia el hombre poniéndose serio de repente.-Briseida, tu equipaje no está aquí. No te molestes en ir.

-Pero…

-Escúchame bien, Briseida.-me interrumpió mirándome a los ojos de manera penetrante.-Tú no deberías estar aquí, ninguno de los que viajáis accidentalmente sin daros cuenta deberías estarlo, pero lo hacéis y nosotros, los vigilantes, debemos encargarnos de que no toquéis ni modifiquéis nada importante.

-¿Pero qué es lo que dice?-pregunté alzando la voz, nerviosa.-¿Dónde estoy?

-Estás en Londres, en el día 19 de mayo de 1967. Y ahora, has de venir conmigo. No puedes negarte: hemos de explicarte las reglas.

Y antes incluso de que pudiera decir nada, todo, absolutamente todo, se volvió oscuro.





Después de algún tiempo... HOLA DE NUEVO! Como veis, mis vacaciones después de terminar de escribir "Lo más lejos a tu lado" no han sido extremadamente largas. Así que nada, aquí estoy de nuevo, de doble inauguración: inauguración de blog (un blog que no será sólo para una historia como el anterior, sino en el que colgaré todo lo que me vaya saliendo de la mente) e inauguración de fic, este "Vuelo 937". Aviso ya que este fic no será ni tan largo ni tan "purista" con la realidad como el anterior, aunque, de todos modos, voy a dar lo mejor de mí misma para que salga decentemente adelante.

Sólo espero, de verdad, que os haya gustado este primer capi. En breve, publicaré el segundo.

Gracias por leer y por estar ahí siempre! Saludos!