Siempre me he considerado una persona poco impresionable y
bastante incrédula, de esas que no se inmutan ante nada ni ante nadie. Tal vez haya sido por eso por lo que he
llegado cuerda y en mis cabales a estas alturas de mi vida, después de tanta
locura como me ha tocado vivir.
No, no os equivoquéis. No tuve una infancia difícil ni una
adolescencia diferente a la de los demás. Pasé sin pena ni gloria por el
instituto y acabé con sólo un año de retraso mi carrera de Traducción e
Interpretación en Inglés en la Universidad, un retraso que no se hubiera
producido nunca de no haberme ido de Erasmus a Liverpool el cuarto curso de mi
carrera. Os aseguro que es una ciudad con demasiada fiesta como para poder
pensar en estudiar ni un solo segundo.
Tampoco me vi demasiado afectada por el mal de amores, lo cual aún
mantuvo mi vida más tranquila y agradable en esa época: sólo un novio más o
menos serio en mi época universitaria al que jamás quise y algún que otro
devaneo sin importancia por ahí.
¿Pero qué estoy haciendo? Perdonadme, de verdad. Os estoy
contando mi vida sin ni siquiera haberme presentado. Bien, veréis, me llamo
Briseida y en teoría se supone que naceré dentro de unas cuantas horas a unos
dos mil quilómetros de donde estoy ahora. ¿Curioso, verdad? Sí, sobre todo cuando tienes casi cuarenta y seis años, marido y tres
hijos adolescentes.
Antes de que nadie me pregunte, me remito a lo que acabo de
decir hace un momento: no, no estoy loca. Esto que os estoy contando, amigos,
es más cierto que el aire que estáis respirando, pero para entenderlo deberéis
escuchar mi historia completa, desde el principio.
Nací, o naceré, el 9 de abril de 1987 a las once de la
noche, en un pueblecito de España que no he vuelto a pisar desde hace más de
veinte años; aunque en mi documentación “oficial”, se diga que nací en 1941 en
una ciudad que, aunque también española, sea bastante más grande. No os
imagináis lo fácil que es falsificar una partida de nacimiento en los años
sesenta...
Mi padre, un profesor de griego clásico del instituto local
y admirador empedernido de la Ilíada de Homero, se las apañó para convencer a
mi madre de ponerme este peculiar nombre que llevo, un nombre que me ha dado
más disgustos que alegrías por la cantidad de bromas que las Vanessas, las
Jennifers y los Jonathans (nombres de
moda por en esos, o estos, momentos), hicieron sobre él. Con el tiempo, y pese
a que en un principio lo odiaba, aprendí que por lo menos mi nombre era más
bonito y más original que los suyos, aunque nunca me ha gustado demasiado eso
de llamarme como la esclava troyana del inmortal Aquiles.
No os aburriré con la historia de mi infancia normal,
corriente y moliente de los noventa y os ahorraré los detalles de mi paso por
la Universidad y de mis fallidos intentos cuando acabé mi carrera por encontrar
un trabajo en una España en plena crisis. Simplemente, y resumiendo, sólo diré
que cuando me cansé de enviar currículums a todos los sitios, cuando no me
llamaron ni siquiera para trabajar de reponedora en un supermercado; decidí
hacer lo que en aquellos momentos me parecía la cosa más acertada. Una
decisión, por cierto, que iba a cambiar mi vida para siempre mucho más de lo
que yo habría podido esperar jamás: marcharme a Londres en busca de una nueva
vida. La verdad es que sí que conseguí mi objetivo, y tanto que lo conseguí:
encontré una vida tan nueva que hasta a mí misma me desconcertó hasta que rocé
los bordes de la locura.
Y aquí, amigos, es donde empieza mi delirante historia…
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Ni siquiera me llegué a desabrochar el cinturón del asiento
del avión. ¿Para qué iba a hacerlo? Era una soberana tontería teniendo en
cuenta que cada vez que pisaba uno me quedaba dormida nada más despegaba. Por
lo menos así, con el cinturón puesto, me ahorraba que alguna azafata me
despertara para avisarme de que debía ponérmelo en mitad de mi plácido sueño si
durante el trayecto había turbulencias.
Si las hubo o no, nunca lo sabré. Lo único que recuerdo es
que sí, que efectivamente me quedé dormida nada más el avión se estabilizó en
el cielo y que me despertaron unos toques insistentes en el brazo después de un
sueño tan profundo como incómodo. Abrí los ojos lentamente con la extraña
sensación de que había dormido muchísimo más de la cuenta y vi a una azafata a
mi lado, sonriente.
-Señorita, disculpe, pero hemos aterrizado ya y los
pasajeros están abandonando el avión.
Me quedé mirándola, sorprendida. Aquella mujer no vestía con
el típico uniforme azul eléctrico de la compañía con la que había volado,
aunque no me cabía duda de que era una de las azafatas. Me olvidé del sueño que
tenía casi en el acto y levanté la cabeza de mi asiento. Miré a mi alrededor y
lo que vi me dejó casi sin respiración. Y es que estaba en un avión que no
tenía absolutamente nada que ver con el que me había subido: no había ni rastro
de los asientos azules y la decoración amarilla, todo era más sobrio y los
asientos más anchos; y, además, ninguna
de las caras que pude vislumbrar desde mi posición me sonaba de nada. Moví la
cabeza enérgicamente, intentando convencerme a mí misma de que aquello debía de
tratarse de un sueño extremadamente real y que debía despertarme ya.
-¿Se encuentra bien, señorita?
Le dediqué una mirada de nuevo a la azafata, contrariada.
Por supuesto que no me encontraba bien ni tenía la más remota idea de cómo
había ido a parar a aquel avión que obviamente no era el mío, pero… ¿qué se
suponía que debía decirle a aquella mujer? ¿Que me había quedado dormida unas
horas antes en un avión y que me había despertado en otro? Aquello no tenía ni
pies ni cabeza y seguramente la azafata, que ahora me dedicaba una mirada
preocupada, me tomaría por loca si le decía eso. No obstante, debía de saber
dónde puñetas estaba y no pensaba largarme de allí sin enterarme. Así que, en
tono casual, le pregunté lo primero que se me ocurrió:
-¿Ya hemos llegado al aeropuerto de Stansted? Pensé que
tardaríamos más…
-¿Stansted?
La cara que puso la azafata cuando me preguntó eso hizo que
me asustara aún más de lo que estaba. “Ya
está”, pensé, “no sé cómo, pero he
acabado en otro país”.
-Bueno, sí… Stansted…-murmuré yo.-Ya sabe, Londres.
Nada más decir eso la mujer sonrió aliviada.
-Por supuesto que estamos en Londres.-contestó sin poder
dejar escapar una risita entre dientes.-Pero esto no es Stansted, señorita, es
Heathrow. Stansted es sólo de uso militar…
-¿Cómo qué…?-empecé a preguntar, confundida aún más de lo
que lo había estado hasta el momento.
No obstante, cuando vi de nuevo la cara que me puso la
azafata, callé de repente y me puse en pie. Aquello, sin lugar a dudas, debía
de tratarse de una broma de muy mal gusto o algo por el estilo y no sacaba nada
poniéndome a discutir con aquella mujer. Lo más sensato sería salir de aquel
avión y acabar cuanto antes con toda aquella locura.
-¿Dónde está mi equipaje de mano?-quise saber, seca.
-Debería estar en el compartimento que hay encima de su
asiento.-sonrió la mujer.
Sin nada más, salí al pasillo y miré donde me decía la
mujer. Allí no había nada, absolutamente nada. Me volví hacia ella con cara de
pocos amigos.
-¿Y mi equipaje de mano?-insistí de nuevo sin poder evitar
un deje de agresividad en mis palabras. Estaba enfada, realmente enfadada.
-Le aseguro que nadie ha tocado nada, señorita.-me contestó
ella, nerviosa.-Si usted ha traído equipaje de mano consigo, debe de estar
donde le he indicado. Y nadie ha abierto ese compartimento hasta ahora, se lo
aseguro.
Solté un bufido, molesta y, para qué negarlo, asustada; en
mi bolsa de mano llevaba todo lo que me era más valioso: mi teléfono móvil, mi
ordenador portátil, objetos personales de gran valor sentimental y, sobre todo, mi documentación, sin la cual
no podría pasar por el control de aduanas.
-Escúcheme…-dije intentando ser lo más educada posible.
Sabía que no ganaba nada poniéndome en plan energúmeno.-Como comprenderá, en
esa bolsa llevo muchísimas cosas importantes. Necesito que me diga dónde está.
-En ocasiones cuando tenemos problemas de cabida en cabina,
ponemos algunas bolsas de equipaje de mano en la bodega del avión.-contestó la
azafata esbozando una sonrisa forzada que no pudo ocultar su
nerviosismo.-Seguramente alguna de mis compañeras la habrá trasladado allí, así
que lo mejor será que vaya a la sala de recogida de equipaje y compruebe si
está allí o no con el resto de sus cosas.
La miré con cara de pocos amigos. Era más que evidente que
lo único que quería era librarse de mí.
-¿Y si no está allí mi bolsa?-pregunté a bocajarro.
-Si no está allí, puede dirigirse a la ventanilla de nuestra
compañía, que está justo al lado.-dijo la azafata nerviosa.-Allí seguro que le
dan alguna respuesta. Tenga por seguro que su bolsa de mano aparecerá,
señorita, lo más seguro es que esté en la bodega.
Solté un bufido, exasperada y contrariada a la vez y, sin
saber por qué, me encontré a mi misma dirigiéndome hacia el exterior del avión
detrás del último pasajero que quedaba dentro, desistiendo en mi empeño. Aquello
era todo tan raro que ni siquiera tenía ganas de discutir. Todavía logré
alcanzar a escuchar el “Feliz estancia en
el Reino Unido” que me dedicó la
azafata. Con aquel inicio dudaba mucho que mi estancia allí fuera tan “feliz” como suponía…
Me dirigí junto con el resto de pasajeros hacia el autobús
que nos esperaba a pie de pista para llevarnos al interior del aeropuerto. Nada
más verlo, no pude evitar maldecir por lo bajo: aquello era un trasto anticuado
que debería haber llevado retirado de circulación unos cuantos años. Pero
bueno, aquello, comparado con lo que me acababa de pasar era una burda
nimiedad.
Subí al autobús la última, para variar, y me senté al lado
del único asiento que quedaba libre al lado de un señor mayor con pintas de
lord, trajeado, y que me lanzó una mirada escandalizado a la vez que negaba con
la cabeza antes de apartar la vista de mí como si mi simple visión le
horrorizara.
Agradecí que el trayecto se hiciese tan corto y salí de allí
tan pronto como pude para entrar en el aeropuerto.
-Veo que aún no te has dado cuenta.
Aquella voz a mi lado me sobresaltó, tanto que no pude
evitar dar un pequeño salto del susto. Me volví, aún aturdida y lo vi allí, por
primera vez en mi vida, menudo y sonriente y con esa expresión atemporal que
siempre le acompaña. Lo miré bien antes de contestarle nada. Aquel hombre,
calvo, bajito y regordete, me miraba con una sonrisilla incluso podría decirse
que algo psicótica que me intranquilizaba. No obstante, pese a que su aspecto
no transmitía demasiada confianza, parecía tener algo que yo en aquellos
momentos buscaba desesperadamente: respuestas. Así que, sin ni siquiera ser
consciente de lo que estaba haciendo, me sorprendí preguntándole:
-¿Darme cuenta de qué?
El hombrecillo soltó una risita histérica que provocó que
algunos que pasaban por allí se volvieran para mirarle.
-De que Heathrow está muy cambiado últimamente, por
ejemplo.-contestó.-Fíjate en los paneles, ni siquiera son digitales… Es muy
raro en plena era de la informática y en uno de los aeropuertos más importantes
de Europa, ¿no crees?
Miré hacia donde estaba señalando y, efectivamente, vi que
los paneles informativos no eran digitales como los del resto de aeropuertos
sino que eran de los antiguos, manuales.
-También es raro que el avión en el que has aterrizado no
fuera el mismo en el que seguramente habrás despegado, rarísimo diría yo, ¿me
equivoco?
Me giré asustada hacia el hombre y lo miré con los ojos muy
abiertos, asustada.
-¿Cómo sabe eso?-susurré.
El hombrecillo volvió a soltar su risita aguda e histérica.
-Pues porque yo soy uno de los que os vigila,
muchacha.-contestó sin más.-Es nuestro trabajo saber cuándo y dónde llegáis.
-Disculpe, pero no entiendo nada…-mascullé pensando en cuál
de los dos estaba loco: o él, o yo.
-Lo entenderás pronto, muchacha.-sonrió el hombre.-Pero
primero dime tu nombre…
-Bri… Briseida.-tartamudeé.
-Extraño nombre. Encantado, Briseida, yo soy Greg, uno de
los vigilantes.-se presentó tendiéndome la mano.-Y tú eres una de las viajeras, aunque aún no te hayas dado
cuenta.
-Sigo sin entender nada de lo que me está diciendo.-contesté
ahora ya sí, asustada de verdad ante aquel tipo.-Y ahora, si me disculpa, he de
ir a recoger mi equipaje.
-No.-dijo con contundencia el hombre poniéndose serio de
repente.-Briseida, tu equipaje no está aquí. No te molestes en ir.
-Pero…
-Escúchame bien, Briseida.-me interrumpió mirándome a los
ojos de manera penetrante.-Tú no deberías estar aquí, ninguno de los que viajáis accidentalmente sin daros cuenta
deberías estarlo, pero lo hacéis y nosotros, los vigilantes, debemos
encargarnos de que no toquéis ni modifiquéis nada importante.
-¿Pero qué es lo que dice?-pregunté alzando la voz,
nerviosa.-¿Dónde estoy?
-Estás en Londres, en el día 19 de mayo de 1967. Y ahora,
has de venir conmigo. No puedes negarte: hemos de explicarte las reglas.
Y antes incluso de que pudiera decir nada, todo,
absolutamente todo, se volvió oscuro.
Después de algún tiempo... HOLA DE NUEVO! Como veis, mis vacaciones después de terminar de escribir "Lo más lejos a tu lado" no han sido extremadamente largas. Así que nada, aquí estoy de nuevo, de doble inauguración: inauguración de blog (un blog que no será sólo para una historia como el anterior, sino en el que colgaré todo lo que me vaya saliendo de la mente) e inauguración de fic, este "Vuelo 937". Aviso ya que este fic no será ni tan largo ni tan "purista" con la realidad como el anterior, aunque, de todos modos, voy a dar lo mejor de mí misma para que salga decentemente adelante.
Sólo espero, de verdad, que os haya gustado este primer capi. En breve, publicaré el segundo.
Gracias por leer y por estar ahí siempre! Saludos!
Hola!!! Hola!!! Holaaaaaaaaaa!!! No puedo creerlo, otra vez estoy escribiendo un comentario para vos, cuando pensaba que no lo haría nunca más! Antes de empezar con el discurso, hay que cortar la cintita y soltar palomitas previamente encerradas en una canasta, al son de esto: http://www.youtube.com/watch?v=3s5muv_LE40
ResponderEliminarAhora sí, porque si no esto no es una inauguración ni un acto, ni nada.
Bueno, me dejo de pavadas y giladas (estaré diciendo giladas porque vengo de....GILES!) para hablar en serio, bah, si se puede, porque ya te habrás dado cuenta que no puedo nunca hablar con mucha seriedad. Como ya te dije antes, la verdad es que con el final de tu fic anterior, pensaba que jamás volvería a comentarte nada. Ya me había resignado y todo eso, incluso releí un montón de capitulos, siempre con mucha nostalgia. Pero no, un día, así como quien no quiere la cosa, me decís que tenias mucho calor y que...habías escrito! Entonces Gallo volvió a ser feliz. Fin.
Jajaja de verdad, me alegré muchísimo y bueno, ya sabés todo porque ya te lo dije y te habré hartado con mis escandalosos “Me encantaaaa!” pero bueno, es así, me encanta y punto. Ahora que lo volví a leer me ha reencantado más, porque es como que estoy atando cabos y por lo tanto, sacando mas conjeturas y pensando cómo irá a ser esto.
Es raro, sí, y aunque digas que está trillado y bla bla bla, para mí no, porque lo que he leído no le llega NI A LOS TALONES a lo tuyo. Debe ser porque tenés una maestría y un don de Dios (o del diablo XD) para escribir que hace que todo lo que te pongan al lado quede reducido a nada. No sé, capaz que un día escribís una historia de zombies que atacan a aliens que tienen cara de gallina y montan vacas, y a esos los atacan los Beatles tripulando un submarino amarillo que lanza gas pimienta pero con olor a rosas mosquetas, y todo eso sucede en Giles mientras explota un volcán de chocolate blanco con palmitos, que todo eso será obra maestra porque la escribiste VOS, o TÚ.
Me doy cuenta que estoy flasheando mucho, así que mejor me voy ya despidiendo, no sin antes desearte muuuuuuucha suerte con tu nuevo bepi, y con todas las historias que irás a escribir. Porque la creación de este blog me da la idea, y las esperanzas, de que seguirás escribiendo!!! Así que bueno, mas feliz no puedo estar! Y la verdad que eso se agradece mucho, como también se agradece que me hayas tenido la confianza de contarme y mostrarme, y digas que mi opinión cuenta y todas esas cosas que me decís que me hacen dar vergüencita jajajja
Bueno flancito (de tanto flancito, se me antojó comer uno jaja) te dejo para que críes y malcríes a tu nuevo hijito.
Beso, super beso, y mega beso!
P/D1: Qué? Te pensaste que en este nuevo espacio te librarías de las...POST-DATAS? Qué gran error!
ResponderEliminarP/D2: Las post-datas están muy felices de volver a hacerte spam.
P/D3: Agradezco desde aquí que me hayas dado la exclusiva de tu fic!
P/D4: Para este día tan especial, o sea, cuando lo necesitamos, The Maharishi Andry no está. La bendición queda para otro día.
P/D5: Ese tema de Donde hubo fuego, cenizas quedan, te lo puse en tu anterior fic hace un montón. Todavía te acordabas? Qué memoria!
P/D6: El Maharishi ha vuelto! Supo que tenía que venir! Nos dice esto: tigfvvvtrfgvvvvvvvvvvv Bué, debe ser un pasaje bíblico o algo así. El tema es que te dio la bendición.
P/D7: Ahora sí me voy y dejo de molestar! Adeu!
Cris, no sabes el gusto que me dio ver que empezaste un nuevo fic! De vez en cuando revisaba la otra página para ver si esto pasaba y cuando lo vi me emocioné mucho! Como siempre aprendiendo cosas nuevas cuando te leo, no tenía idea de dónde provenía el nombre Briseida. Y me gustó mucho el primer capítulo, algo que me encantó fue que no es nada parecido al anterior, sabes a mi me encanta escribir historias cortas y lo chistoso es que todas se parecen entre ellas, es como la misma historia con diferentes personajes y algunas cosas cambiadas. Como siempre un saludo desde México!
ResponderEliminarIngrid